Con la misma entrega de respeto y de amor por el pueblo
Para el cubano, basta la llegada de una buena noticia para que se convierta en el pretexto ideal para hacer “un motivito” entre amigos. Uno ofrece su casa, el otro lleva algo de picar y entre todos ponen la bebida. Pero obviamente, si no se cuenta con música, entonces no hay razón para hacerlo porque, en realidad, el verdadero pretexto de esta reunión, es la posibilidad de soltar al cuerpo a través del baile. Numerosos investigadores del tema reconocen que, de entre todas las artes, para el cubano la música es la más apreciada, sin lugar a dudas. Y con la música, el baile. Fíjense si esta realidad se encuentra impregnada en nuestros genes, que muchos de los compatriotas que emigran, preservan el sentido de identidad al inventarse cursos para enseñar a bailar casino como un modo de ganarse la vida.
Dicen que esa inmediata disposición que manifestamos por el baile nos viene de la explosiva mezcla de los africanos con los gallegos, pues ambas culturas son bastante bullangueras. Tanto es así que, en el salón de espera de un aeropuerto, usted sabe dónde están los cubanos porque, para hacernos entender, hablamos con todo el cuerpo. La sugerente alegoría del Apóstol José Martí al afirmar que “las raíces son los pies del árbol; los pies son las raíces del hombre” evoca todo un complejo sentimiento de cuan hondo están las raíces del árbol de la cultura en quienes con su música hacen mover los pies del cubano. Por lo tanto, vamos a hablar de patria.
Yerran los que piensan que, para acceder al concepto de patria, tenemos que estar solo en momentos solemnes, cuando, en opinión del prestigioso poeta y ensayista Cintio Vitier, la patria está presente tanto en el combate de Las Guásimas como en el sabor del dulce de guayaba. En Cuba la cultura no es una industria, y mucho menos una industria del entretenimiento como se le conoce en los Estados Unidos. La cultura nuestra —en este caso la música cubana bailable— no es un asunto de improvisados mercachifles sino de elegidos por la vida, dueños de una mística que se merece el mayor respeto cuando ponen en práctica las convicciones de sus creencias estéticas y, en la medida en que estas encuentren correspondencia con el público al que están dirigidas, la recreación no será insípida ni insustancial, sino un momento de auténtico enriquecimiento espiritual que, sin lugar a dudas, nos hace mejores seres humanos.
Honremos entonces a los patriotas Elio Revé, Juan Formell, Adalberto Álvarez, José Luis Cortés y César, Pupy, Pedroso quienes, en el brevísimo lapso de 25 años, decidieron partir hacia la eternidad, por lo que les pido un fuerte aplauso en su memoria. Estos son momentos para reconocernos como dueños de una plenitud absoluta que, al interiorizar el inmenso legado de tales personalidades, evocamos un gesto de amor por lo nuestro, de devoción por todo aquello que tenemos identificado como lo nuestro en la vida cotidiana.
Pero antes de referirnos a semejantes leyendas, vayamos un poquito atrás en el tiempo. Acudamos a la memoria de un padre fundador como fue el gran Benny Moré. ¿Cómo sería el encanto de esta figura insigne de nuestro patrimonio cultural que lo más normal del mundo era que, en sus bailables, la gente parara de bailar para verlo conducir la orquesta mientras cantaba? Estamos haciendo referencia a una ceremonia del culto a esa raíz de patria que nos une en la música bailable cubana, como también lo pude comprobar en un concierto de la cubanísima orquesta Aragón. Recuerdo que Adalberto tenía un concierto en el Salón Rosado de La Tropical y la Aragón estaba invitada como telonera. Pero cuando la añeja orquesta comenzó a tocar aquellos clásicos de siempre, cuánto orgullo sentí al ver, literalmente, a todo el mundo bailando con la mayor de las alegrías. Y eso no se consigue de un día para otro con una furiosa campaña de marketing ni porque se congraciaron con alguien, sino por la paulatina sedimentación de lo cubano plasmado en esas melodías inmortales a través de los años.
Lo único que se les pide, jóvenes queridos, es que lo hagan con la misma profesional entrega de respeto y de amor por el pueblo cubano como lo hicieron Elio Revé, Juan Formell, Adalberto Álvarez, José Luis Cortés y Cesar, Pupy, Pedroso.
No obstante, si algún sociólogo quiere descubrir desde el arte cómo somos los cubanos, tiene que sumergirse en el universo de otro auténtico músico criollo para comprender buena parte de aquellos rasgos que conforman nuestra nacionalidad. Hay que acercarse al misterio de la creatividad musical de una persona que, desde el Charangón de Elio Reve —otro de los grandes— nombrado Juan Formell decide fundar su propia orquesta para implementar una proeza como la de mantenerla durante tanto tiempo en la cima de la preferencia del cubano. Incluso he propuesto, para debatir, el empleo del termino vanvanerismo como una clave que nos pueda explicar lo que le sucede al cubano con la música de Los Van Van y el baile. En tal sentido, otro de estos titanes a los que estamos haciendo referencia, nos propuso una música que, desde la sabrosura del son, pudimos verla con los mismos colores brillantes de la bandera; es una música que hasta podemos tocar con nuestras propias manos para sentir la solidez de lo auténtico y comprobar el peso de una obra arrancada de lo profundo de nuestra identidad. El corazón de este Caballero del Son nos mostró el vigor que toda una nación se reserva para bailar. Al movernos al ritmo del baile de casino con la orquesta de Adalberto Álvarez y su Son declaramos en cada gesto, en cada pasillo, nuestro amor por la tierra en que hemos nacido. Es descubrirnos hermanados entre la multitud debido a la expansión de alegrías contagiosas. Es mojarnos con el cantar de un son que Adalberto nos entregó como lluvia para hacer crecer en nuestras cubanas almas las flores que embellecen al jardín de la Patria.
Ya teníamos suficiente angustia con la pérdida de Formell y Adalberto cuando nos sorprende el fallecimiento del maestro José Luis Cortés. Mucho más allá de su provocadora vestimenta y de sus extravagantes ocurrencias, un virtuoso músico como El Tosco representó un punto de giro decisivo en la evolución de la timba dura y, por lo tanto, una renovadora inflexión en el baile. Ante este otro duro golpe de la vida, tan seguido, me acerqué a César, Pupy, Pedroso —la otra pierna de ese gigante de Van Van—, para advertirle sobre la enorme responsabilidad que recaía en sus hombros: la de mantener en alto el talento, la profesionalidad y la cubanía presentes en el legado de sus hermanos fallecidos. Y el destino tampoco me dio tiempo para elogiarlo debidamente por todo y lo tanto que se merecía. No voy a terminar esta breve, pero emotiva charla, hablando de otras orquestas estelares —como es el caso de Havana D´Primera con Alexander Abreu, reciente Gran Premio Cubadisco—, quiero dirigirme en especial, a las orquestas de reciente aparición, a esas que están creciendo con jóvenes músicos atrapados entre el furor de la fama y los aplausos.
En este negocio de la música se gana mucho dinero. Es verdad. Pero no podemos olvidar que tales ganancias están vinculadas directamente al prestigio profesional que cada cual sea capaz de alcanzar durante el desenvolvimiento de una exitosa trayectoria. Recuerden también, queridos jóvenes, que cuando se goza del bienestar que trae consigo una fama pasajera, esta te puede llegar a encandilar por las muchas lámparas que tendrás sobre tu rostro, pero no olvides que esas lámparas se pueden fundir y, por lo tanto, te quedarás a oscuras.
Lo verdaderamente trascendental, lo verdaderamente importante es que artistas de la talla de quienes hemos hablado en esta charla, no necesitaron nunca de ninguna lámpara ni nada por el estilo, porque permanecen eternamente iluminados por el sol de la patria, esa potente luz que nos permite vislumbrar el corazón agigantado en cada uno de ellos por el agradecimiento eterno de millones de cubanos. La cuestión no es pedir que se les copie ni tampoco que se los imite ni mucho menos. Cuando ellos comenzaron hace muchos años, tuvieron las agallas y el talento profesional imprescindible para, no solo presentar sus nuevas propuestas, sino lograr que estas se convirtieran en la savia que orgullosamente nos identifica como cubanos en el género de la música bailable.
No olvidemos que ese ajiaco del que nos habló don Fernando Ortiz y que todo el mundo parece conocer, para nada se trata de un concepto estático y mucho menos cerrado con relación a los nuevos ingredientes que en cada época —la de ustedes específicamente— se le deben agregar a la sazón de este sabroso ajiaco. Lo único que se les pide, jóvenes queridos, es que lo hagan con la misma profesional entrega de respeto y de amor por el pueblo cubano como lo hicieron Elio Revé, Juan Formell, Adalberto Álvarez, José Luis Cortés y Cesar, Pupy, Pedroso. Muchas gracias.