En el prólogo a la antología Poesía joven de Cuba (1960) [1], Roberto Fernández Retamar describía el tono de lo que él consideraba la nueva poesía de aquel momento, comprometida a “humanizar el texto poético, devolverlo a los menesteres del hombre” de alejarse de los que llamó “aventuras formales de la exquisitez o herméticas de la trascendencia” [2].

Dos años después en el prólogo de la antología Novísima poesía cubana, Reinaldo Felipe y Ana María Simo manifestaban que la nueva promoción de jóvenes poetas no exhibía una poesía “vuelta hacia sí misma” renunciando a toda comunicación, pero tampoco una poesía “propagandística, de ocasión”.

En el primer caso, Retamar hacía alusión a una cualidad de la poesía del momento alejada de los hermetismos de la poesía trascendental al estilo de Lezama Lima bien conocida por él y, por otra parte, Reinaldo Felipe y Ana María Simo se referían tanto a la poesía de corte intimista como a la de tendencia social.

La poesía de Domingo Alfonso, poeta extraordinario, al decir de Roberto Manzano, no podría ser ubicada estrictamente en ninguna de esas tendencias. No es hermética, no es introspectiva, no es de propaganda social. En última instancia podría ser ubicada entre las dos últimas, pero de una forma muy personal, de un intimismo social como en algún momento le llamó Mirta Aguirre a esta forma de hacer concurrir ambas tendencias. Es una poesía de intimidades extrovertidas, contadas de manera descarnada, de momentos desgarradores que se enmascaran tras la impavidez de la expresión. No es de propaganda social, pero la mirada sensible sobre el entorno social es una constante en su obra.

Ya desde Sueño en el papel (1959) [3] esos dos rasgos esenciales están presentes en la poesía de Domingo Alfonso. La metáfora, el símil, lo abarcan expresando una dolorosa contemplación del entorno:

Los ríos
son largos y tremendos,
como latigazos,
o como serpientes inacabables,
o como las penas de la raza negra,
o como los ríos.

Posiblemente, uno de los poemas más desgarradores de toda la poesía cubana sea “La novia”, de este primer poemario Sueño en el papel. Intimismo prosaico, oscuro, despojado de ternuras, brutal, en sintonía con un entorno social con iguales rasgos: también prosaico, también oscuro, también llevado por la desidia, igual de brutal: el entorno del pobre:

Hoy vi la novia que primero quiso
mi ardiente fantasía de muchacho,
entre el alba y la noche; yo
borracho
queriendo desnudar su cuerpo liso
Y vinieron de golpe mis
recuerdos…

****************************
pasando ante mis ojos; la mujer
cercana y su mirarme de aquel
modo.
Tomamos en silencio algunas
copas…
y horas más tardes, en la habitación
de un hotelucho nos miramos con
los cuerpos abrazados y sin ropas.

*****************************
La recordé aquel año
callada en el pupitre, todavía
peinando trenzas…¡Pero me hizo
daño!
Quise gritar, llorar. ¡Y no podía!

Cuando aparece Poemas del hombre común [4] ya están sentados previamente los cimientos de su poética. Poesía de intimidades y de profundo contenido social. Es uno de los libros que irían desplazando al neorromanticismo “en la capacidad de expresión lírica de las nuevas circunstancias /…/ Rechazando las retóricas tradicionales, adoptando una nueva retórica de la inmediatez, muy propicia para la expresión de la compleja circunstancia que los envuelve y de la que desean dejar testimonio poético” [5] (HLC, t. III, p.102).

“Posiblemente, uno de los poemas más desgarradores de toda la poesía cubana sea ‘La novia’, de este primer poemario Sueño en el papel”.

Sueño en el papel era ya en su momento un libro de rara factura. Decía José Ángel Buesa quien también en el prólogo afirmaba que Alfonso venía cultivando su vocación poética “con silenciosa perseverancia en un honesto aprendizaje desde los balbuceos de la métrica hasta su expresión actual, en que ya se observa un justo equilibrio entre lo formal y lo conceptual”, entendiendo por “silenciosa perseverancia en un honesto aprendizaje” los poemas que iba publicando Domingo en la revista Islas de la Organización Nacional de Bibliotecas Ambulantes y Públicas (ONBAP) en cuyo Consejo de Redacción se encontraba el propio Buesa y en la que colaborarían Carilda Oliver Labra, Rita Geada y Pura del Prado, entre otros renombrados de la lírica cubana del siglo XX.

Se podría añadir que el libro parte de un neorromanticismo que perpetúa las formas y la métrica, y todavía más, que nos remite en su tono a los viejos romanticismos insulares, pero también que, cuando le apetece, ensaya una escritura por voluntad exiliada de tradicionales formas, abiertamente prosaísta y descaradamente antipoética.

“Todo en Poemas del hombre común se expresa sin apenas delicadeza, con la brutalidad de los demonios que habitan al sujeto poético, lo sucio y lo feo tienen prioridad para exponer las preocupaciones del día a día de la gente ordinaria”.

Sin pretender establecer forzadas equiparaciones, bien podríamos advertir la recurrencia y hasta el tono de las ideas de muerte y permanencia, del no ser y al mismo tiempo del estar, del poema “Fidelia”, de Juan Clemente Zenea, cuando dice ¡Y llegó tu noche eterna, /y he venido a acompañarte /y ya estás bajo la tierra, en el poema “Aquí”, de Domingo Alfonso, aunque invirtiendo los términos de la espera por el de la compañía:

     Aquí bajo estos álamos redondos
y este aire azul que sólo interrumpen pájaros de lluvia:
dijo esperarme cuando la primavera.  
y, en este abril, me aguarda
en un país azul debajo de la tierra.

Repaso ahora Poemas del hombre común con más calma. En verdad es un libro extraordinario. Repaso no un ejemplar dedicado por Domingo, sino otro que algún bromista dejó para mí de incógnito en la puerta del Instituto de Literatura y Lingüística creyendo que yo me dejaría llevar por sus anotaciones, pensando seguramente que yo seguiría sus llamadas de atención.  

“No hay amor en la poesía de Domingo Alfonso, no al menos en este libro”.

El (o la) personaje nunca dio la cara por eso creo que no eran buenas sus intenciones. Años después Domingo corroboraría que la dedicatoria: A la amiga Marta Lesmes, con la esperanza de que le gusten estos versos, no era de su puño y letra. Para desgracia del “comisor(a) del delito”, perdí el original dedicado por Domingo y conservé el de la dedicatoria apócrifa.

Todo en Poemas del hombre común se expresa sin apenas delicadeza, con la brutalidad de los demonios que habitan al sujeto poético, lo sucio y lo feo tienen prioridad para exponer las preocupaciones del día a día de la gente ordinaria:

                       Soy el hombre común.
en determinadas horas, como millones,
subo y bajo ascensores,
después almuerzo como todos,
hablo con estudiantes
(no llevo cruz a cuestas),
a diario paso junto a muchas personas,
gente aburrida, gente que canta,
hombres laboriosos, burócratas que duermen,
junto a ellos pasa mi pequeña figura;
el soldador sufre, la mecanógrafa se inclina,
yo canto simplemente las cosas que siente
el hombre común.

No hay amor en la poesía de Domingo Alfonso, no al menos en este libro. Busqué el tema, el del amor lírico y rosado lleno de lindezas que se extiende a lo largo de siglos de historia del amor cortés. Lo busqué cuidadosamente y no lo hallé por más que leyera con atención.

En su lugar encuentro una imagen descarnada en “Allí estarás”:

Allí estarás,
Prostituta perdida,
Estarás en tu choza
de zinc y de madera
destartalada.

Encontré más: la burla del sujeto que nos engaña en el título “Tu corazón, una flor” que se abre en la noche pestilente. Y el más absoluto desconsuelo del desamor en la paradoja de “Esta mujer me ha dicho”, pero no el tema del amor:

Esta mujer me ha dicho
El gozo para mí
Son cientos de bocas muy negras
Que muerden muy profundo,
Que rasga mis entrañas
Porque en las noches en que ellos pasan
Yo soy una guitarra herida,
Yo soy un piano, yo soy una tierra
Abierta largamente,
Yo soy invadida de dardos atroces

Que hacen mi gozo una tortura.

Es un poemario que da para mucho más. Lo seguiré pensando hasta tenerlo asido por sus muchos costados. Todas las inquietudes de los Poemas del hombre común desembocan en la gris desmesura de la rutina, en la ordinariez de lo habitual, en la invisibilidad de lo cotidiano, del mal vivir y del peor estar, del desamor, del morir. Una percepción de la vida siempre en contradicción con la felicidad y en disputa con el goce de estar vivo.


Notas:

[1] Poesía joven de Cuba /Comp. de Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís/ Editora Latinoamericana de Lima, Perú, [s. a.].

[2] Según refiere Virgilio López Lemus en “El coloquialismo y su ámbito social: 1959-1979.” El siglo entero.  Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008, p. 194.

[3] Sueño en el papel. Ed. de la Organización Nacional de Bibliotecas Ambulantes y Populares, La Habana, 1959.

[4] Poemas del hombre común. Eds. Unión, La Habana, 1964.

[5] Cfr. Virglio López Lemus. “La generación de los años cincuenta en la Revolución.” En Historia de la literatura cubana. Letras Cubanas, La Habana, t. III, p.102.