Una “cultura del trabajo” implica, junto con el trabajo mismo, la construcción y operación de un tejido cultural en el cual los discursos educan y autoeducan, debaten y proponen, controlan y celebran —de modo continuo, generalizado e interconectado— el trabajo como hecho distintivo de la especie humana y como acción en la cual la persona despliega, al mismo tiempo que las descubre, sus verdaderas potencialidades y las naciones tratan de cimentar una independencia duradera en condiciones de prosperidad.