Código de las Familias: la experiencia viva de Cuba
Cuando se conoció el proyecto de Código de las Familias, un amigo me dijo que se les había ido la mano. Le respondí que para mí se habían quedado cortos porque aún quedan temas vedados como el matrimonio de más de dos personas.
Sin embargo, he de reconocer que con este código se han dado muchos pasos en la dirección correcta. Me consta cuánto les costó avanzar hasta esta normativa, cuántas mentalidades hubo que cambiar, incluso entre los decisores.
Hace unos cuantos años entrevisté a un funcionario del Parlamento y off de record me confesó que mientras incluyeran el tema de los gays, ellos no lo iban a aprobar. Hace unos días lo he visto en la TV defender el Código de las Familias con vehemencia.
Cuando uno lee el texto, percibe un conocimiento muy profundo; se nota claramente que el debate viene desde las ciencias.
Hay quienes cuestionan mi apoyo al código desde la política; pero cuando leo esta normativa de convivencia veo poco reflejadas las manos de los políticos y mucho las de académicos, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales y juristas. Lo que veo es la experiencia viva de Cuba recogida, sintetizada y ordenada por especialistas.
No quiero restar valor a los políticos porque sin la voluntad de los decisores los conocimientos de los académicos no se hubieran podido plasmar en este código. Pero cuando uno lee el texto percibe un conocimiento muy profundo; se nota claramente que el debate viene desde las ciencias.
Elegí tocar el tema de los niños porque fue uno de los que más me enamoró de esta propuesta y, a su vez, uno de los que más me ha tocado debatir con amigos.
Algunos cuestionan el fin de la patria potestad sobre los hijos y argumentan que nos viene del Derecho Romano, como si eso lo sacralizara. ¿Olvidan que la patria potestad la ejercía el hombre sobre sus hijos, esposa y esclavos?
Desde el Imperio romano la sociedad avanzó, y la lucha de las mujeres y los esclavos los liberó de ese cepo patriarcal. ¿Por qué no ayudar ahora a la liberación de los niños y niñas también?
El Código de las Familias recalca muchas veces que nuestros niños deben ser tratados sin violencia y algunos banalizan el asunto diciendo que a ellos les han dado algún chancletazo y que eso les vino bien.
Yo fui un niño golpeado. Cuando cometíamos un acto que a mi padre le parecía grave, como tocarle el timbre a un vecino y salir corriendo, nos obligaba a apoyarnos en una mesa y bajarnos los pantalones para darnos con un cinto en las nalgas.
Lo peor de todo es que, cuando crecí, reproduje el patrón, en menor escala pero lo reproduje. De vez en cuando les daba unas nalgadas a mis hijos porque consideraba que eran imprescindibles para educar a los niños.
Fue mi pareja cubana quien me convenció de que había otro camino, de que en algún momento alguien debería dejar de reproducir ese patrón de violencia y me recordó cómo me sentía en mi infancia cuando era golpeado. Finalmente lo entendí, pero no sabía con qué sustituir los golpes.
La respuesta me la dio la directora de la escuela Alfredo Sosa, de Palatino, quien dijo poseer una técnica infalible. Me recomendó que cuando mis hijos no me hicieran caso les hablara 10 minutos más. Le pregunté: “¿Y si siguen sin hacerme caso?”. “Pues háblales 10 minutos más”, me dijo sonriendo.
En mi casa se acabó la violencia física contra mis hijos antes de entrar ellos en la pubertad, uno de los momentos más complejos de la vida de una persona. Nunca más se les dio ni una nalgada y terminaron siendo hombres de bien, estudiaron, trabajan y son honrados. Sin dudas se les podía educar sin golpes.
Pero no podemos esperar a que esa comprensión surja de cada persona porque eso puede tardar mucho tiempo y mientras nuestros niños sufren. El Código de las Familias obliga a toda la sociedad a velar por el bienestar de nuestros hijos.
“Este código nos obliga a proteger a nuestros niños y niñas, incluso de sus propios padres”.
Hace unos meses, en la escuela de mi hija pequeña llamaron a un padre para quejarse de las indisciplinas de su hijo y el señor le entró a golpes delante de la maestra y de sus compañeritos. El maltratado y humillado tiene apenas seis años y nadie salió a protegerlo.
El Código de las Familias impone a los maestros la obligación de informar los casos de violencia que afecten a los niños y la policía tiene el deber de canalizar el asunto a la fiscalía. Este código nos obliga a proteger a nuestros niños y niñas, incluso de sus propios padres.
Como les decía al principio, creo que aún se podría ir mucho más allá con el código; eliminar, por ejemplo, el sufrimiento de las bebés prohibiendo abrirles agujeros en las orejas para colgarles adornos de metal. Mi hija tiene casi siete años y sabe que puede hacerlo cuando quiera pero, a pesar de la gran presión social y familiar, se niega a que le lastimen las orejas.
La prohibición de la violencia contra los niños es, por razones obvias, uno de los puntos que más me sensibilizó del código, pero no es el único. El deber de los padres de garantizar el libre desarrollo de la personalidad de sus hijos me parece cardinal.
Educar a nuestros hijos no es inculcar nuestras creencias, sino principios que les sirvan de faros para construir su propio camino. Nuestra influencia sobre ellos es tan grande que debemos ser muy cuidadosos si realmente queremos que sean ellos quienes construyan sus vidas.
En este sentido, el código nos alerta a estar atentos al desarrollo de su autonomía progresiva, un proceso paulatino donde ellos van tomando cada día más decisiones, desde quién viene a su fiesta de los cinco años hasta qué carrera u oficio van a estudiar.
La autonomía progresiva nos servirá a los padres para aprender a escuchar a nuestros hijos y a ellos les permitirá foguearse gradualmente en el manejo de sus propias vidas, aprendiendo de sus errores y aciertos.
Cuando leí lo que dice el Código de las Familias sobre nuestros hijos, recordé de inmediato las palabras de un sabio libanés. El próximo año hará exactamente un siglo que escribió esto:
Sus hijos no son sus hijos
Son los hijos e hijas del anhelo de la vida por sí misma.
Vienen a través de ustedes pero no de ustedes,
Y aunque están con ustedes, ellos no les pertenecen.
Pueden darles su amor pero no sus pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Ustedes pueden alojar sus cuerpos pero no sus almas
Porque sus almas viven en la casa del mañana, la cual ustedes no pueden visitar, ni siquiera en sus sueños.
Ustedes pueden esforzarse en ser como ellos, pero no se esfuercen para que ellos sean como ustedes
Porque la vida no va hacia atrás ni se detiene en el ayer.