El centenario del natalicio de Cintio Vitier (1921-2021) me trae a la memoria la primera vez que lo vi, trabajando absorto en un pequeño cubículo de la Biblioteca Nacional, a donde yo acudía con mucha frecuencia para encontrarme con la obra del Apóstol de la mano de otro ser humano imprescindible: la amiga mexicana Teresa Proenza.
Entonces, la joven estudiante de la carrera de Historia conoció del resultado de los 15 años de trabajo de Cintio y Fina en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, antecedente del Centro de Estudios Martianos (CEM), fundada por iniciativa de Manuel Pedro González, quien propuso su creación en 1967, durante un congreso celebrado en Varadero por el centenario de Rubén Darío.
En muchas oportunidades tuvimos el placer de escuchar en su propia voz relatos relacionados con su padre, Medardo Vitier, gran pedagogo, eminente crítico literario y pensador filosófico; y acerca de su abuelo materno, carpintero de oficio, hombre pacífico que durante la guerra de independencia admitía no tener miedo a morir, sino a matar; así como sobre las Islas Canarias de donde provenían sus ancestros. También nos habló de su gran amigo José Lezama Lima, del Grupo Orígenes y sus integrantes más connotados, de Jorge Mañach, a quien consideraba el mejor biógrafo de Martí; nos hablaba con sumo fervor de la impronta que dejaron los escritores españoles que pasaron por la Isla, particularmente Juan Ramón Jiménez y María Zambrano, de la que se consideró discípulo, de su cuñado Eliseo Diego a quien estimaba como hermano, y de sus hijos músicos, a quienes adoraba.
No podrían concebirse los aportes conceptuales de Cintio en los campos de la axiología de la acción o eticidad concreta y la vigencia del pensamiento martiano, ni su permanente y fértil magisterio, sin la participación intelectual de Fina García Marruz, su compañera de toda la vida, quien también se distingue por una obra de excelencia no solo en el campo de los estudios literarios, sino también del ideario político-social, pedagógico y estético del Apóstol. Con ella, señaló en una ocasión, había recorrido todos los parques reales e imaginarios de La Habana. Por él supimos que fue Fina quien lo atrajo a estudiar más profundamente la obra del Apóstol, al leer un ensayo suyo publicado en 1951 en la revista Lyceum, y descubrimos que tanto él como su compañera en la vida tenían, al igual que Martí, la encarnación de esos dos misterios, Cuba y la noche, la Revolución y la Poesía, que nunca abandonaron la una por la otra, porque ambas tenían un único y vital significado.
Cuando triunfa la Revolución en 1959 estas figuras emblemáticas de nuestra cultura, que tenían ya una sólida formación y una obra poética consolidada, lo dieron todo al servicio de su patria, actitud mantenida a lo largo de más de medio siglo de existencia de la Revolución, sin ambigüedades ni vacilaciones.
El 28 de enero de 1968 Cintio y Fina inauguraron la Sala Martí en la Biblioteca Nacional, y en julio de 1977, después de lo que el propio Cintio llamó con bastante mesura un eclipse de varios años, acompañaron a los inolvidables Armando Hart Dávalos y Roberto Fernández Retamar en la fundación del Centro de Estudios Martianos, donde fueron iniciadores de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí y tejieron una hermosa red de simpatías, compañerismo y confabulaciones poéticas.
“Cuando triunfa la Revolución en 1959 estas figuras emblemáticas de nuestra cultura, que tenían ya una sólida formación y una obra poética consolidada, lo dieron todo al servicio de su patria”.
No debemos olvidar las relevantes contribuciones que hizo Cintio en la lucha ideológica que libró el pueblo cubano en la traumática década de los noventa, signada por el desplome del socialismo del Este europeo, incluyendo la URSS. En aquel contexto se hizo evidente que no se produjo el vacío ideológico que tanto esperaban los Estados Unidos y las corrientes reaccionarias de origen cubano, porque en la Revolución cubana se articulaba de modo natural la tradición nacional, culminante en Martí, con nuestro proyecto socialista. Se corroboraba, y el Maestro Cintio nos lo mostró de manera fehaciente en su obra, que para ser marxista en Cuba, se comenzaba por ser martiano.
El eminente intelectual logró situar el pensamiento de José Martí a tono con las necesidades del momento histórico, y con la lucha ideológica que entonces se libraba, sin obviar la urgencia de entender esa particular vigencia en términos históricos. Él examinó los condicionamientos, fundamentalmente ético-políticos, que sitúan a Martí como mentor permanente de nuestra Revolución, sin aplicaciones dogmáticas y reduccionistas de su ideario. Ante la guerra de pensamiento que se nos hacía, hizo una contribución esencial con la creación de los Cuadernos Martianos, destinados a incentivar en las nuevas generaciones un acercamiento a la totalidad trascendente de la obra del más universal de los cubanos, y con el oportuno y trascendente artículo “Martí en la hora actual de Cuba”, publicado en el diario Juventud Rebelde en el agitado verano de 1994, cuando cubanos mayoritariamente jóvenes cifraban sus destinos a la soñada emigración al norte, y en el cual proclamó: “En esta hora de Cuba en vísperas del centenario de la Caída en combate de José Martí, considerando que él es el centro de nuestra historia y de nuestro proyecto cultural revolucionario, no creo que tengamos más segura tabla de salvación nacional”.[1]
Por estas razones, al Maestro Cintio y a su compañera Fina los recordamos siempre como briosos militantes de la cultura, porque entregaron su talento y sus vidas al mejoramiento humano, el progreso de la sociedad y a la Revolución. Otros hablarán de sus estudios y publicaciones, de sus numerosos premios y reconocimientos, en mi caso lo he querido evocar como un ser humano sencillo y amable, de una ética y conducta intachables, en su posición revolucionaria y antimperialista sin fisuras, todo lo cual lo convierten no solo en uno de los más destacados y profundos especialistas en la obra del Apóstol, sino en uno de los más leales continuadores de su pensamiento, de su senda y ejemplo.
“Al Maestro Cintio y a su compañera Fina los recordamos siempre como briosos militantes de la cultura, porque entregaron su talento y sus vidas al mejoramiento humano, el progreso de la sociedad y a la Revolución”.
Por último, paso a recordar algunos fragmentos de la entrevista que concediera a Rosa Miriam Elizalde en el 2005:
¿Qué es la patria?
Martí dijo aquello que siempre se cita: “Patria es Humanidad”; sí, pero dijo otra cosa: “La patria no es el objeto de unos cuantos tercos”. Eso es muy interesante, porque es casi una defensa de sí mismo. Y dijo también: “la patria es cosa divina”. Me di cuenta de una cosa: la patria no es la nación, no es el Estado, no es el país. La patria es la patria; una obviedad, que no es tal. La patria es algo por lo que un hombre es capaz de morir y también ese algo que está en un pequeño sabor y en un gran combate. Es el dulce de guayaba y la Batalla de Las Guásimas, ¿te das cuenta? La patria es algo mínimo y máximo. No es la naturaleza, exclusivamente. Muchos de los que se han ido de Cuba se llevaron con ellos la patria. Me refiero a los buenos cubanos. No son miserables y fanáticos todos los que se fueron o se los llevaron, muchos de ellos víctimas de errores —como esos niños de la Operación Peter Pan, espanto ocurrido en los primeros años de la Revolución, en el que estuvo vinculada la Iglesia—.
[…]Todos sabemos qué cosa es, pero no racionalmente. En el buen sentido de la palabra, es un misterio, una fe. Algo a lo que se llega por una circunstancia misteriosa. Te repito: algo que puede ser al mismo tiempo un sabor y una batalla; una costumbre placentera —un baile— y un sacrificio; un olor y un holocausto. Cuando uno se acerca se da cuenta de que es algo tremendo. Y esa fe, ese misterio, habita en creyentes y ateos por igual. Para mí un ateo que muere por el bien de la humanidad es como un mártir cristiano. No veo la diferencia, francamente.
[…]
Hay muchos elementos que están ahí gravitando, entre ellos cómo llevar la crítica interna de la Revolución. En la primera página del primer número de Patria, aparece un artículo de Martí que se titula “Nuestra prensa”. No sé cómo no se la ha sacado más partido a ese trabajo. Él dice allí que “cuando la República esté segura, se podrá abrir las puertas a la libertad, aun cuando esa libertad sea usada en mal sentido. Pero mientras la República no está segura, la única voz que se ha de oír es la voz de ataque”. Ahí está la política periodística de Martí, cuando funda el Partido y se da cuenta de que la cosa empieza concretamente.