Cinemateca rinde homenaje a Daniel Díaz Torres
A propósito de cumplirse una década de su desaparición física, la Cinemateca inicia programación de septiembre con un homenaje a un director polémico, popular e imprescindible para construir coherentemente la relatoría histórica del cine cubano a partir de los años setenta y sobre todo en los ochenta. El ciclo incluye sus más importantes largometrajes, uno de sus documentales (Madera, de 1980), así como varias ediciones del Noticiero Icaic Latinoamericano que él dirigió. Veámoslo en detalle.
El estilo crítico-punzante, apoyado en la sátira de los vicios y manquedades que caracterizan la cotidianidad del cubano, aparece desde la época en que Daniel trabajó, en más de noventa ediciones del Noticiero…, en el último lustro de los años setenta. Al igual que en varias de sus posteriores largometrajes de ficción, al realizador le interesaba denunciar satíricamente el desorden, el conformismo, la rutina, el despilfarro, la doble moral, la ineficacia económica, y la falta de ética profesional.
Con apoyo de Santiago Álvarez, el joven realizador ilustraba las imágenes negativas extraídas directamente de la realidad, y a ese respecto, a Daniel le gustaba distinguir una de las ediciones del Noticiero… que estuvieron a su cargo: aquella que dio en llamarse “La ventana”, relacionada con un almacén que era un “modelo” de ineficiencia, un caos total, pues las ventanas de madera se almacenaban a la intemperie.
Todavía vinculado al Noticiero…, Daniel realizó sus primeros cuatro documentales, y luego del entrenamiento con el reportaje, el cineasta se acercó al retrato y a la crónica, dentro de un tono más contemplativo
Sin embargo, entre las ediciones seleccionadas por la Cinemateca hay también reportajes sobre el éxito de Irakere en Estados Unidos, el recorrido de Fidel por varios países africanos, el diálogo entre el gobierno cubano y figuras prominentes del exilio, un número monográfico dedicado al XX aniversario del Icaic… en fin, el exacto reflejo audiovisual de la sociedad cubana de aquella época.
Todavía vinculado al Noticiero…, Daniel realizó sus primeros cuatro documentales, y luego del entrenamiento con el reportaje, el cineasta se acercó al retrato y a la crónica, dentro de un tono más contemplativo, o solemne, en Los dueños del río (1980), Madera (1980), Vaquero de montañas (1982) y Jíbaro (1982) que le dispensaron mayor visibilidad a los rincones más profundos de Cuba, al campesinado, mediante personajes y temas que parecen distantes, olvidados en la periferia y el margen.
Similar urgencia por documentar lo rural, insuficientemente conocido en términos de cultura nacional, se percibe en sus primeras películas de ficción, urgidas por la necesidad del realizador de acercarse a personajes reales, contemporáneos, gente común que atraviesa conflictos habituales, a veces tan exagerados que adquieren un dejo surrealista, onírico.
Su ópera prima Jíbaro resultó un arriesgado intento de reciclar ciertos códigos del western, sin renunciar a la voluntad del realizador por retratar la cotidianeidad, mientras que trató de encontrar un estilo distintivo, y temas característicos en su segundo largometraje de ficción, Otra mujer (1986) que también aterrizaba en el costumbrismo de las áreas rurales, a través de un argumento muchas veces tratado por el cine cubano de esos años: la plena incorporación de la mujer a la sociedad.
Su siguiente película, Alicia en el pueblo de Maravillas (1991), utilizará todos los recursos de la comedia absurda y la sátira abiertamente política, junto con el guionista Eduardo del Llano, para denunciar aberraciones ocurridas a lo largo del proceso de transformación socialista. A pesar de acogerse fundamentalmente a las tesituras de la comedia costumbrista, el filme juega todo el tiempo con las claves del surrealismo y el absurdo, y así se construye un relato repleto de juegos con la lógica y alusiones satíricas a Maravillas de Novera, un pueblo sombrío, delirante, dominado por la sinrazón, y habitado por personas paranoicas, destituidas de sus cargos.
Alicia en el pueblo de Maravillas, Kleines Tropicana y Hacerse el sueco conforman una suerte de trilogía en tanto comparten determinados elementos de puesta en escena.
Después de la crisis en torno a Alicia…, Daniel volvió a trabajar en el Icaic del Periodo Especial, cuando solo había material y presupuesto disponibles para un mediometraje, y entonces realizó Quiéreme y verás, que le da continuidad a empeño del realizador por exagerar postmodernamente las citas y los homenajes, y proveerle a sus filmes cierta estructura narrativa multigenérica que contrasta melodrama, comedia, y cine negro, por solo mencionar unos cuantos.
En medio de la década oscura del cine cubano, Daniel recurre otra vez al guionista Eduardo del Llano para continuar captando la contemporaneidad a través de parodias genéricas, en este caso del cine policiaco, de espías y delincuentes, como Kleines Tropikana (1997) y Hacerse el sueco (2000), que ofrecen sendos resúmenes de la crisis ideológica, la natural magnificación de lo extranjero y la desorientación de las ilusiones que padecían los cubanos a lo largo de la última década del siglo XX.
Alicia en el pueblo de Maravillas, Kleines Tropicana y Hacerse el sueco conforman una suerte de trilogía en tanto comparten determinados elementos de puesta en escena: la exageración barroca aportada por el guionista Eduardo del Llano y el director de fotografía Raúl Pérez Ureta, así como la presencia del actor Enrique Molina en papeles protagónicos.
Después de Hacerse el sueco, con una larga pausa de casi cinco años, Daniel regresó al documental con su trabajo dentro de la serie Caminos de Revolución y más tarde realizó para la televisión española Camino al Edén (2007), que representa el reto de dirigir un melodrama de época, un género infrecuente en su filmografía, aquí utilizado para reflexionar con un dejo amargo sobre el modo en que una persona común, incluso egoísta y tramposa, pasa a la posteridad como una gran heroína.
También optaba por lo retro, y por desacralizar el estoicismo, Lisanka (2009) que reforzaba el plano referencial o histórico, en el contexto de la crisis de los misiles, y la Cuba de principios de los años sesenta. La narración apela al delirio macondiano, a los recursos de un triángulo amoroso de ribetes simbólicos entre la cubana, un burgués resentido y un revolucionario militante, y la trama rebota entre la épica y la farsa, entre peripecias de tono grandilocuente, e incluso trágico, con otras de sesgo hilarante y chocarrero.
La inclinación a lo trágico-melodramático, encarnado por las complicadas decisiones de un personaje femenino que intenta sobrevivir con altura y dignidad, reaparecen en el filme postrero de Daniel Díaz Torres, La película de Ana (2012) que devino pase de revista cáustico a los estereotipos que pueblan el imaginario de los extranjeros respecto a los cubanos, mientras que, entre bromas más o menos punzantes, se ponen en relieve disímiles lugares comunes sobre la prostitución, o el tráfico de conveniencias, la honestidad intelectual, la sacrosanta vocación, y el beneficioso empleo del talento personal.
En la última escena de La película de Ana, la protagonista conforma con sus dos manos el encuadre de una nueva película, verista y palpitante. Hermoso cierre, y testamento ético, de un cineasta que comprendió su profesión a la manera del cronista y el juglar, el exégeta y el bromista. El ciclo de la Cinemateca reconoce una vez más tales virtudes.