Recibí la noticia en la misma madrugada del pasado 17 de abril y ello ha llenado de honda pena al ámbito cubano e internacional de la danza.
He tenido el privilegio que me ha concedido la vida de haber compartido con ella, de manera muy estrecha, la hermosa tarea de ayudar a sembrar los grandes principios técnicos, éticos y estéticos de la Escuela Cubana de Ballet, en las nuevas generaciones de bailarines cubanos.
Más de cinco décadas atrás, fui dichoso de tener la cercanía de aquella bella bailarina a la que vi tantas veces desde el escenario del Teatro “Amadeo Roldán”. En ese primer encuentro estaba ya convertida en la máxima autoridad pedagógica dentro del sistema de la enseñanza del ballet en Cuba.
“Tu gloria, tu grandeza, querida Chery, no estuvo en los numerosos galardones, (…) tu excepcionalidad reside en tu callado hacer cotidiano, en tu modestia, en el respeto al legado de tus maestros formadores…”
Con su calidez, con su respetuosa confianza en los demás, fue generosa en entregarme su amistad, en confiar en mí como profesional de la danza y, lo más importante, como ser humano.
Nuestra brega común ha sido el fruto de una admiración y un credo compartidos, y por eso no he vacilado nunca en acudir a cada llamado suyo. Los encuentros metodológicos para profesores de ballet de toda la Isla, los múltiples ciclos de conferencias con los alumnos de la escuela de L y 19 y la Escuela Nacional de Arte, los festivales nacionales de ballet y danza moderna en Camagüey, Santiago de Cuba, Holguín y La Habana, las charlas y espectáculos didácticos en escuelas, centros laborales y unidades militares, encaminadas a formar los nuevos públicos para el ballet; las largas faenas para hacer nacer la Facultad de Arte Danzario en la Universidad de las Artes (ISA), el trabajo conjunto en el bello proyecto de la Universidad para Todos, o en la hermosa tarea de llevar adelante los talleres vocacionales de arte orientados por Fidel, han sido los sólidos eslabones que unieron nuestras vidas en un común empeño.
Tu gloria, tu grandeza, querida Chery, no estuvo en los numerosos galardones, nacionales e internacionales, para mí y para todos los que te conocíamos bien de cerca, tu excepcionalidad reside en tu callado hacer cotidiano, en tu modestia, en el respeto al legado de tus maestros formadores, en esa férrea disciplina que sabes imponer con inalterable sonrisa, en la voluntad que has tenido para sobreponerte a las incomprensiones y a los duros golpes de la vida, sin menguar tu magisterio. Para mí esa ética es la médula, la entraña más hermosa de Ramona de Saá.
Chery, moldeó estrellas que hoy prestigian el universo del ballet cubano y mundial, garantizó cada día, desde los salones de las escuelas, la continuidad de la grandeza de nuestra manera de bailar, hoy mundialmente reconocida. Les enseñó a sus discípulos no sólo la base técnica y artística, sino algo más importante, la esencia ética de ese quehacer. La admiramos por haber luchado siempre por enseñarle algo más profundo y trascendente y es ese escudo moral para defender nuestros valores, nuestra cultura toda, que se expresa en la sabia afirmación de que “El arte no tiene Patria, pero los artistas sí”.
Por esa permanente lección, estará para siempre en la historia de nuestro ballet y la de nuestra cultura nacional. Me honra poder honrarte cada día, y es un legado que cumpliré y que reafirmo al lado de las cenizas que simbolizan la grandeza que siempre nos diste.