A Josefina de Diego García Marruz‚ Fefé‚ siempre quise conocerla. Su padre la menciona, como a sus hermanos Rapi (Constante Diego) y Lichi (Eliseo Alberto), en los documentales que he visto sobre el autor de En la Calzada de Jesús del Monte.

Por palabras de contracubierta como las escritas para El libro de quizás y de quién sabe (Ediciones Unión, 2015), por los prólogos y artículos, textos llenos de remembranzas…, era (y es) fácil percatarse de que, si bien Fefé se ha dedicado con amor y rigor al ordenamiento, salvaguardia y divulgación de la obra de Eliseo Diego, es una heredera escritural de la supervivencia o acaso, para aflojar con eufemismo un equivalente empeño del destino, de la sobrevida.

Por prefijo, legitimar la sobrevida requiere considerar el “encima de” o mejor, sugiere el énfasis en cuanto uno se propone. Pues a Fefé le ha tocado llevar a cuestas el dolor y el peso de los recuerdos de la familia.

“Si bien Fefé se ha dedicado con amor y rigor al ordenamiento, salvaguardia y divulgación de la obra de Eliseo Diego, es una heredera escritural de la supervivencia”.

Hoy parece una mujer triste y razones tiene para serlo. Mas no es tanto una tristeza cuanto una especie de timidez sobrecogedora. Hubo un tiempo en que fue más feliz. Esto parece una obviedad, pero algunos nunca llegan a conocer instantes pequeñísimos si bien enaltecedores de regocijo espiritual, donde los estados de felicidad son incapaces de revelar sus procedencias.

Me gusta mucho una fotografía de Fefé niña que va de camino a la escuela junto a sus dos hermanos. Es una imagen entrañable que conecta con otra en que están los tres y ella ríe en un primer plano.

La persona que era, a la que al presente es, ha asistido a la muerte de amigos y familiares. En su caso, las cuotas de placidez de hoy no pueden competir con las de su niñez y juventud. Susan Sontag escribió algo bello al respecto: “Las fotografías procuran pruebas. Algo que sabemos de oídas, pero de lo cual dudamos, parece demostrado cuando nos enseñan una fotografía”. [1]

“La lectura tiene a ratos esa dicha: representar un convenio indirecto y sin declararse, si aspira a ser jornada verdadera, eficiente y enaltecedora gracias a ese diálogo cercano de lo que se presenta al inicio rígido, frío o distante”.

También recuerda a propósito de representaciones de afinidades sanguíneas: “Mediante las fotografías cada familia construye una crónica retrato de sí misma, un estuche de imágenes portátiles que rinde testimonio de la firmeza de sus lazos”. [2] Las fotografías que refiero y se reproducen en ¿Y ya no tocan valses de Strauss? (Ediciones Matanzas, 2019) —una de ellas acompaña al texto “Un beso a Consuelo” de ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, sintetizan los bríos inolvidables de casi todo el cuaderno El reino del abuelo (Colección Sureditores, 2016)

En El reino del abuelo, donde la memoria fraterniza con el lector hasta facilitar la conversación íntima. Imagen: Tomada de libreríainusual.com

Leí El reino del abuelo, donde la memoria fraterniza con el lector hasta facilitar la conversación íntima que, como con determinadas confesiones, pudiera agenciarse a la persona más difícil. La lectura tiene a ratos esa dicha: representar un convenio indirecto y sin declararse, si aspira a ser jornada verdadera, eficiente y enaltecedora gracias a ese diálogo cercano de lo que se presenta al inicio rígido, frío o distante.

¿Y ya no tocan valses de Strauss? es un libro de memorias hilvanado con el fragmentar vivir. Porque la vida es un disponer fragmentos, buenos y malos, que nos suelen acompañar hasta el final”.

La también autora de Un rumor apenas. Conferencias sobre Eliseo Diego y Fina García Marruz (Ediciones Extramuros, 2019) rememora cómo la conversación es un arte donde se da la oportunidad de escuchar a una persona para, por réplicas de seguida, recordarle que no está sola. Pues dialogar supone hacer concesiones con respecto (y por respeto) a actitudes y aptitudes. No sale mal parado ninguno de los implicados, mientras no se le haga creer a uno de ellos que le asiste de grado en grado la razón.

¿Y ya no tocan valses de Strauss? es un libro de memorias hilvanado con el fragmentar vivir. Porque la vida es un disponer fragmentos, buenos y malos, que nos suelen acompañar hasta el final. Luego, tener la voluntad de armonizarlos en unas memorias reclama imaginación y descarte tremendos. La escritura principia el discernimiento, aunque es la razón de tantas razones cuanto incita a narrar. ¿Qué es sino un libro que de las referencias al ambiente doméstico abre puertas para recorrer la ciudad y atestiguar personajes y costumbres?

Se repite que los autores tienden a escribir un mismo libro. Que a veces solo insisten en variaciones de tonos y temáticas. Tanto El reino del abuelo como ¿Y ya no tocan valses de Strauss? y Un rumor apenas. Conferencias sobre Eliseo Diego y Fina García Marruz están interconectados.

Sin ser los mismos libros, presentan pasajes recurrentes sobre la familia, a medio camino entre las anécdotas y los dietarios, en los que Fefé no quiere ni ya puede renunciar a esa suerte de ensayismo narrativo que le queda fatal a algunos académicos. “Con moderación”(“In Moderation”), su traducción al prólogo de Thomas Mann, es un ejemplo de acertadas “derivaciones” de cómo tiene que afrontarse con certidumbre y libertad la autoría ajena. Pues traducir supondrá de continuo una generosidad aventurada a prolongar la ganancia de otro autor. Un rumor apenas… se constituye además por otras voces de estudiosos (Medardo Vitier, Carlos Valdés Miranda, las palabras de los origenistas, Carmen Suárez León…), en que el libro, emulando la técnica del flashback, equipara tiempos y contextos en que Fina y Eliseo sobresalen.

“Fefé consigue ser auténtica con páginas hermosas y desgarradoras sobre los orígenes de la familia y lo cubano, las idas y venidas, los anhelos y frustraciones, la vida y la muerte”.

El barcelonés Ignacio Vidal —Folch ha tenido a bien recordar que tanto los diarios como las autobiografías abarcan lo ficcional y la mentira para definirse en su condición genérica—. “Lo gracioso” —dice—, aunque se agregaría a lo gracioso lo admirable, es hacerle creer al lector que se presenta al protagonista desnudo. “Cada autor de diario esculpe su propio retrato, lo más favorecedor que puede”. [3] Pero a veces se distancia el biógrafo de la autocomplacencia, al menos en términos piadosos. Y para ello no precisa extraviarse.

Fefé consigue ser auténtica con páginas hermosas y desgarradoras sobre los orígenes de la familia y lo cubano, las idas y venidas, los anhelos y frustraciones, la vida y la muerte y en principio, todo lo que demanda desvivirse para y por la creación.

¿Por qué hay libros tan familiares que parecen escritos por uno mismo? ¿Será por mero apego a lo ajeno? No basta. Cuanto convence es la humanidad expuesta que revela al mismo tiempo la del lector.


Notas:

[1] Susan Sontag: Sobre la fotografía, Random House Mondadori, España, 2010, p.15.

[2] Ibídem, p.18.

[3] Ignacio Vidal−Folch: “No me gusta explicarme”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Nº 852, junio 2021, Madrid, p.71.