Traigo en las manos una cesta de fibras vegetales que en las Antillas ha servido por siglos para transportar frutas, verduras, carnes y otra variedad de cosas, según definiciones propias del diccionario. Pero como de metáforas nos enseñó Fernando Ortiz que estaba poblado el mundo de la ciencia y la antropología, muestro entonces un Catauro de sabiduría que propongo al lector como prueba de amor infinita por la obra de nuestros predecesores.
Del primero de ellos, quiero y debo hablar esta tarde; del hombre cuyo ideario y luces infinitas nos acompaña hoy, Eusebio Leal Spengler. De su ingenio y sabiduría nos declaramos fieles discípulos. Aprendimos junto a él cómo amar y defender la belleza, la poesía, La Habana, la historia de Cuba patria amada… y cómo aborrecer la abulia, la vanidad, la ingratitud, el egoísmo…
Junto a Eusebio Leal Spengler aprendimos cómo amar y defender la belleza, la poesía, La Habana, la historia de Cuba patria amada…
Es por eso que el encuentro de esta tarde, forma parte del destino manifiesto, no del que inmortalizaron los griegos en su teatralidad, sino de los cubanos, pues Leal, fiel a su profundo compromiso con la cultura nacional, heredero del accionar de Emilio Roig de Leuchsenring, colega y amigo de Fernando Ortiz, hubiera disfrutado de estos instantes de reencuentro en el espíritu y el espacio geográfico de Emilito y don Fernando.
Cuando se le entregó a Leal en noviembre de 2005 el Premio Internacional Fernando Ortiz, el Historiador de la Ciudad de La Habana evocó a ambos intelectuales así: “…la vida no termina cuando se acaba el tiempo, porque como decía el gran poeta Jorge Manrique, la vida de los intelectuales, de los poetas, el apogeo en que viven, no es el de la vida breve sino el de la obra; los que no tienen obra ya son perecederos, los que la tienen son inmortales”.
Dejamos inaugurado oficialmente, el asiento definitivo de la Fundación Fernando Ortiz en el Centro Histórico habanero; una presencia que no será solo física, en el Callejón de Jústiz. El campus universitario en el cual se ha convertido esta zona de valor patrimonial universal, contará con el aporte académico de esta institución donde lo cubano se explica en su inabarcable dimensión. La riqueza y la certeza de lo nuestro se expresarán mucho mejor en La Habana Vieja a partir de este instante.
Miguel Barnet ha querido que esta dicha de reunirnos gracias a tan noble propósito inaugural de una nueva etapa de la Fundación Fernando Ortiz, coincida con la presentación de la revista cubana de antropología Catauro, en su número 39.
Me detengo en su portada para resaltar la preciosura de la imagen “Emigrante por carretera”, del artista visual Tomás Núñez-Johny. Del material reciclado nacen sus más alegóricas creaciones y esta, una especie de velero-carromato, transporta en su colorido a un pez impecable y preso de su belleza. Cada quien descifrará su simbolismo. Quizás ahora y en semejante artilugio del ingenio, ha llegado a nuestros predios la obra de don Fernando, con Barnet su timonel al frente, para quien las grietas en las velas son evocaciones de las batallas emprendidas y de las victorias conquistadas.
“El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar: un clásico de nuestras letras”, es el texto del Doctor Félix Julio Alfonso que abre este número 39 de la revista Catauro: se trata de un análisis, tras más de ocho décadas de su publicación primera por la imprenta Heraldo cristiano de La Habana, del enjundioso texto que constituye un clásico de nuestras letras y una propuesta revolucionaria al abordar los estudios antropológicos y culturales especialmente caribeños: El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar.
Félix Julio recorre las circunstancias sociales, históricas y hasta personales que condicionaron a Fernando Ortiz, quien era reconocido entonces como un investigador de amplio espectro en temas de estudios folclóricos y etnográficos, lexicográficos, musicológicos, de historia, sociología, economía y derecho penal, entre otros, a realizar esa profunda inmersión en el sedimento de las mieles de la caña y el aroma del tabaco, entonces sistemas viscerales de nuestra economía. Además de mostrarnos disímiles aproximaciones a los criterios de sus contemporáneos, sobre los aportes de El contrapunteo… Alfonso se detiene en el origen y evolución del vocablo y el concepto transculturación, para luego recorrer la hermosa dualidad entre el corpus científico del texto y su cariz literario, expresados por Julio Le Riverend: “Una de las más finas creaciones de prosa española magníficamente acriollada que se haya escrito en Nuestra América. Ortiz jugaba con las palabras sin perder los conceptos, ni sacrificar la hondura del análisis”. Y más adelante afirma: “… tiene un aliento de expresión, épico si pudiera decirse, que nos llama a ver y sentir lo que dice antes de toda reflexión confirmadora de sus verdades. No ՝haceՙ literatura, y podemos, sin embargo, llamarlo maestro de la lengua”.
“El campus universitario en el cual se ha convertido esta zona de valor patrimonial universal, contará con el aporte académico de esta institución donde lo cubano se explica en su inabarcable dimensión”.
De esa maestría y originalidad nos habla también Aristinete Bernardes, profesor de filosofía en el instituto federal brasileño de Goiás, en el escrito “Fernando Ortiz: negrismo, mulatez y transculturación”. La visión novedosa y detallista de sus pesquisas, hilan una reveladora interrelación entre los orígenes y evolución de la poesía de Nicolás Guillén y la conformación del criterio orticiano de transculturación. Nos convence así de “la fecunda cooperación entre la poesía y la antropología” para la conformación del ser nacional. Llega a afirmar que “las mismas estructuras que encontramos en los versos mulatos de Guillén” se hallan en ese concepto y destaca cómo los estudios de la poesía mulata le facilitaron a Ortiz una interpretación palmaria de las “contribuciones de las razas a la formación del alma cubana”. Así configura su propia visión del ajiaco: el guisado taíno de carnes y viandas que se transformaban a fuego lento en una mezcla rara, en una nueva masa reposada de elementos que se desintegraron en el hervor de la historia y se integraron luego en lo nunca antes visto.
De la vocación lingüística de Fernando Ortiz nos habla en este número 39 de Catauro la investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística, Elisa García González. Las actas de reuniones de la Academia Cubana de la Lengua que fundó en Cuba junto al español Adolfo Bonilla San Martín y los coterráneos Manuel Serafín Pichardo y José María Chacón y Calvo, y la papelería de los archivos de esa institución, sirven a la autora para promover no solo los consabidos aportes lexicológicos y lexicográficos del sabio que ella explora al detalle en el concierto de las revistas de la época en la cual desarrolló parte de su trabajo intelectual, sino también su impronta como académico de número y promotor de lecturas lingüísticas.
En esta edición de la revista, la paremióloga Alicia Morales Menocal nos regala en apretada síntesis, pues sus reflexiones nacen de décadas de investigaciones etnográficas, un punto de vista de naturaleza orticiana por su defensa de la transculturación como enfoque científico del refranero cubano en las décadas del 80 al 90 del pasado siglo.
Nos prueba el movimiento infinito de las transculturaciones, mucho más en estos tiempos que corren: la denominada era de la interconectividad y la globalización. De igual manera, Morales ahonda en el “conocimiento de las enseñanzas morales afrocubanas”, el significado que cobra en nuestro país la fusión cultural y su carácter universal al ocurrir “en todos los pueblos, sentidos, estratos sociales y grupos en convivencia”.
En una pieza breve y bella que aparece en la sección Dossier y que Miguel Barnet titula “El pueblo cubano hoy”, se reúnen tres artículos escritos para el periódico Granma por el presidente de la Fundación Fernando Ortiz. El esplendor humanista del Héroe Nacional José Martí y la inspiración martiana de don Fernando, se anudan en la lírica y la ciencia, las “aspiraciones más altas del conocimiento humano”, de la cual son exponentes cumbres.
Miguel Barnet nos llama con su poderosa herencia orticiana, desde el Callejón de Jústiz, a defender con “ciencia, conciencia y paciencia” la manera original en la cual don Fernando supo estudiarnos e interpretarnos.
Alude Barnet al carácter identitario y salvador de la cultura cubana; “el hecho social más significativo, por el modo en que se forjó” y reitera que el racismo es una barbarie a erradicar, “una construcción cultural diabólica que no valida la naturaleza humana y es incompatible con el socialismo”.
Dos artículos que les recomiendo especialmente dan cuenta del racismo y sus expresiones: el primero, nos habla de las vicisitudes del sacerdote negro Armando Miguel Arencibia Leal, para ser nombrado como tal 430 años después de la llegada y establecimiento de la Iglesia Católica en Cuba. El investigador Julio Ismael Martínez repasa la historia de esa profesión de fe en nuestro país y nos muestra que la adelantada vocación del Padre Arencibia, quien ya de niño jugaba a ser sacerdote con la sotana confeccionada por su madre, tardó mucho en hacerse realidad debido al color de su piel, a pesar de sus estudios superiores en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio y de su impecable carrera al servicio de Dios y los seres humanos.
El segundo artículo, de la autoría del Doctor Rafael Acosta de Arriba, nos propone reflexionar sobre una expresión del racismo poco abordada pero bien interesante, como lo es sin dudas la omisión de negros y mulatos del registro fotográfico nacional y universal.
“Archivos del folclore” agrupa esta vez el discurso pronunciado por Fernando Ortiz en el homenaje que le ofreció el Palacio de Bellas Artes el 28 de noviembre de 1955, una declaración pública de fe en la ciencia; la conferencia dictada por Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en la antigua sede de la Fundación, donde se aproxima desde una perspectiva crítica a la obra de Ortiz Una pelea cubana contra los demonios; y los textos de Argeliers León y María Teresa Linares sobre los bailes y el teatro de los negros en nuestro folclore y la música cubana en el período republicano.
La sección de entrevistas nos acerca nuevamente a Monseñor Céspedes por mediación del investigador José Matos Arévalos y el sociólogo Daniel Álvarez Durán. Son muy atractivas las confesiones del sacerdote sobre Ortiz: “… yo no
jugué dominó con don Fernando ni jugaba pelota con él en los placeres de La Habana ni cosa por el estilo, yo simplemente era un joven que se abrumaba con la erudición de don Fernando, que lo admiré y que le agradezco enormemente como cubano, lo que nos ayudó a comprender mejor y a querer más a nuestro pueblo, por supuesto”.
Y antes de disfrutar de las páginas últimas de carácter más noticioso cuando lean la revista Catauro número 39, encontrarán el homenaje a dos intelectuales imprescindibles de nuestro tiempo: el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, de quien Miguel Barnet nos propone sacar muchas lecciones de creación y de vida; y la profesora e investigadora Ana Cairo Ballester, que para el admirado académico José Antonio Baujín, seguirá siendo la “profesora de ojos sabios e increpadores, que nos retan por el bien para siempre”.
“Cuba posee un vademécum original para enfocar las ciencias humanísticas con ojos propios, lejos de cualquier visión colonial y prejuiciosa de lo que somos, orgullosos de esta cultura híbrida, creativa y resistente que representamos”.
A manera de incitación a la lectura de esta nueva entrega de Catauro, les dejo esta, para mí, certeza:
Decía Juan Marinello que de tan ancha y honda la obra de don Fernando, le hacía merecedor del altísimo título de Tercer descubridor de Cuba, criterio que reverenciamos por provenir de uno de los más ilustres intelectuales revolucionarios de nuestro tiempo quien quiso exaltar de ese modo la contribución inmensa de Ortiz al conocimiento de lo que somos.
Sin embargo, Cristóbal Colón, considerado el primer descubridor, visibilizó apenas para sus señorías Isabel la Católica y Fernando VII en los territorios de la Europa renacentista que regían, un mundo otro inimaginable allende los mares; pero un mundo que les era imposible conocer a fondo y mucho menos explicárselo en sus complejidades.
Alejandro de Humboldt, el señalado segundo descubridor de Cuba, con el asombro del científico impenitente, reveló importantes aspectos de la geografía, la flora, la fauna, el clima, la topografía, el cultivo de la caña… trascendentales para darnos a conocer, como una realidad otra.
Pero si queremos hacer justicia, de esa que en la balanza pone a pesar el conocimiento integrador, que nace no solo de la observación desde la perspectiva del forastero deslumbrado, sino de la vivencia cotidiana entendida como “pertenecer a Cuba”, transformada luego en erudición, el verdadero primer descubridor de nuestra identidad híbrida y mestiza, del ajiaco múltiple que somos, de la transculturación no solo como vocablo sino también como expresión cultural e identitaria siempre en transformación, es Fernando Ortiz.
Es por eso que la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana está de plácemes al recibir a la Fundación Fernando Ortiz, cual batallón de refuerzo cultural, en estos predios donde Cuba se nos explica en sus múltiples dimensiones. Miguel Barnet, poeta bendecido y lúcido antropólogo, nos llama con su poderosa herencia orticiana, desde el Callejón de Jústiz, a defender con “ciencia, conciencia y paciencia” la manera original en la cual don Fernando supo estudiarnos e interpretarnos. Felizmente, de la pléyade de mentes lúcidas que nos acompañan, como él, y de las que nos han acompañado, Cuba posee un vademécum original para enfocar las ciencias humanísticas con ojos propios, lejos de cualquier visión colonial y prejuiciosa de lo que somos, orgullosos de esta cultura híbrida, creativa y resistente que representamos.
*Palabras de presentación del número 39 de la revista Catauro en la nueva sede de la Fundación Fernando Ortiz, en el Centro Histórico habanero. 30 de junio de 2022.