Para Beatriz Pérez, porque ambos compartimos la misma
 e ineludible pasión.

―Una vez te escuché decir que eras martiano ―me escribe la editora Gretel Ávila vía Messenger―. ¿Harías una presentación virtual de las cartas de Martí a María Mantilla, publicadas por Gente Nueva, en una actividad conjunta entre la editorial y la Casa del Alba Cultural?

―Con gusto ―le respondí―, pero nunca he leído el libro…

Y el PDF no tardó en aparecer en mi WhatsApp.

Cubierta de Cartas a María Mantilla, de José Martí por la Editorial Gente Nueva.

Tenía el vago recuerdo de haber entrado en contacto con alguna de las misivas durante mis años de primaria, pero no estaba seguro. En mi mente, la famosa fotografía, tomada en Nueva York, en 1890, donde vemos al Apóstol acompañado por una niña vestida de blanco, muy seria y apocada, que posa inconsciente de su trascendencia y la trascendencia del momento.      

Una hora me bastó para leer y releer el volumen.

Un segundo, tras la última línea, para enamorarme perdidamente de él.

―¿Cómo he podido considerarme martiano sin haber disfrutado antes de estas páginas ―me recriminé― sin haberlas bebido, desmenuzado, aprehendido, hecho mías?

Regresé sobre varios fragmentos, anoté los que más me impactaron, ratifiqué la procedencia de algunos aforismos bastante conocidos (“quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera”[1], “que el vaso no sea más que la flor”), los cuales, en el contexto original, cobran toda su fuerza y sentido. Y, feliz e irremisiblemente, ubiqué el pequeño libro entre esas escasas páginas resplandecientes, enormes en su delicada simplicidad, que habrán de acompañarme por el resto de mi vida.

Es sorprendente la forma en que Martí instruye, aconseja, advierte y recomienda a lo largo de estas breves misivas. Llega, incluso, a proponerle a María que, desde su casa, mediante libros y enciclopedias, lea y aprenda sobre los sitios mencionados por él en ellas durante su recorrido hacia Cuba. También le informa haberle enviado un volumen sobre Historia universal para que lo traduzca del francés al español, lo venda y, con ello, contribuya a la economía de su hogar. El trabajo honrado como fuerza motriz, una de las constantes en el pensamiento martiano.

El trabajo y el estudio, el afán por el conocimiento, por la dignidad plena que solo puede alcanzarse mediante la instrucción, fuente de libertad. “No se sabe bien sino lo que se descubre” es una invitación a la investigación, a contemplar el mundo desde el asombro, esencia de la filosofía. “Elévate, pensando y trabajando”. Ello me recuerda el Ora et labora (Reza y trabaja) de la regla benedictina: hacia la luz mediante el esfuerzo y la palabra. No obstante, es el amor la presencia más constante en las cartas. Siempre el amor: por la honradez, el decoro, la sencillez, el respeto, el servicio, la enseñanza, el mérito y la infancia; esta última, en cuanto estado vital y espiritual. “Solo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño”. Amor visto, en resumen, como “delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto”; amor que debe rendírsele al Universo, cargado de poesía, y a todo ser humano, poesía encarnada.

“(…) ¿Qué pueden ofrecer las cartas a María Mantilla a nuestros niños y adolescentes? Mucho, ciertamente. La lección de eticidad explayada en ellas debe ser disfrutada por todo joven lector cubano (…)”.

Martí también se detiene en la belleza ética, en la belleza interior, que se diferencia, sin rechazarla, de la belleza formal, externa, articulando un discurso directamente asociado con lo femenino, pero aplicable a personas de cualquier género. “Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas”. Certeza profunda en tiempos en que mercados y redes sociales imponen patrones de belleza hegemónicos fundamentados en el consumismo y el culto al cuerpo siempre joven. Martí lo dice claro: es necesario que las mujeres estén, primero, cómodas consigo mismas, y esa comodidad se fundamenta en la autoestima y el respeto personal. Ello nos remite nuevamente al amor, eje gravitatorio y piedra angular que sostiene el legado del maestro.

“Tu alma es tu seda”, le dice a María. La imagen destaca por su lirismo y sabiduría. Es la seda, aquí, símbolo de lo más caro, lo más frágil y valioso, incluso exótico, cuasi mítico: nuestro espíritu, fuerza motriz, pálpito, afán, capaz de arropar y reconfortar, arroparnos y reconfortarnos en el orgullo de lo que se es y no de lo que se tiene. Cuánta poesía contenida en cinco palabras escritas de prisa, restándole minutos a los preparativos por la libertad de Cuba, al cansancio del viaje, a las responsabilidades y la enfermedad; líneas redactadas con “la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas”. En tan complejas circunstancias, el cubano más preclaro de cuantos hayan existido encuentra instantes para recomendar, cuidar, velar, amar. Esto es: escribir. Ello solo me hace quererlo más, aunque, después de todo, lo desconozca tanto.

Hay otro fragmento que me llama mucho la atención y es ese en el que Martí recomienda reservar para el hogar, para la libertad de la casa, “todo lo noble y lo bueno”. O sea, que nos convida a transformar el espacio íntimo, familiar, en reservorio de paz y bien, en un sitio donde demos rienda suelta a las mejores versiones de nosotros mismos, en el que podamos disfrutar de buena compañía y compartamos nuestros mayores y más nobles tesoros: un abrazo, una caricia, una frase de consuelo. Y es inevitable que piense en la pertinencia de la frase, en especial cuando hoy día las fronteras entre lo público y lo privado se diluyen con gran facilidad gracias a las redes sociales, y los jóvenes publicitan gran parte de sus experiencias, incluso las más personales, con pasmosa facilidad.    

Gretel y yo hemos conversado con anterioridad sobre la pertinencia de publicar en la Cuba actual algunos títulos cuyos contenidos y temáticas pudieran estar alejados de los horizontes de expectativas manejados por las nuevas generaciones. Hay libros, escritos décadas atrás, que poco dicen a los lectores de hoy. ¿Qué pueden ofrecer las cartas a María Mantilla a nuestros niños y adolescentes? Mucho, ciertamente. La lección de eticidad explayada en ellas debe ser disfrutada por todo joven lector cubano (y por todo lector en general), máxime cuando, triste y desafortunadamente, Martí no pasa de ser, muchas veces, un nombre, una lámina en un rincón del aula, un busto que se descascara a la intemperie, una fecha de nacimiento o muerte.

Esos ojos nuevos han de descubrir al Apóstol en su humana cercanía, en su dolor y sus alegrías, en sus luces y sombras; en las angustias por la inminente guerra y el placer experimentado al dedicar unas apresuradas frases a una niña lejana de nosotros en el tiempo, pero que muy bien pudiera ser cualquiera de nuestros hijos y nietos. Una niña a la que solicita: “haz algo bueno cada día en nombre mío”. Esa petición me estremece y seduce. ¿Y si, de pronto, todos, niños al fin y al cabo, hacemos cada día algo bueno en nombre de Cuba, de Pepe, de nosotros, de la belleza verdadera, de la infancia y de la Patria?


Notas:

[1] Todas las citas fueron tomadas de Cartas a María Mantilla, Editorial Gente Nueva, 2001. Edición a cargo de Janet Rayneri Martínez.

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