La sala Nicolás Guillén de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña sirvió de escenario a la presentación del libro La guagua de Babel (Premio Nicolás Guillén), de Carlos Esquivel, título galardonado en la pasada edición, que llega gracias a la editorial Letras Cubanas.
En esta ocasión tuve el honor de conversar con el laureado poeta y narrador Carlos Esquivel y pudimos ahondar en una obra que comprende múltiples miradas y estremece con cada página de su exquisita poesía.
Percibo un evidente paralelismo con el título de tu obra y el texto bíblico “La torre de Babel”. ¿Qué similitud le confieres? ¿Por qué La guagua de Babel?
“El paralelismo es inevitable, el cruce de tejidos simbólicos, la conexión subliminal entre lo histórico y lo que marcha hacia la estructura más rudimentaria de lo ficcional. Hay un juego, pero también convergen las sombras más amargadas de mi propia ontología de viaje”.
Puedo advertir un diálogo con personalidades de la historia y el campo cultural, como Diderot, Reinaldo Arenas, Stalin, Trotsky, Breton, Wittgenstein, lo cual nos conduce a una visión filosófica y cuestionadora de la realidad. ¿Qué te lleva a asumir esa postura?
“Siempre me interesó revolver, alborotar, las vidas de grandes personajes y llevarlos a otra dimensión, a cuerdas muy diferentes. Absorbo tal tutelaje, lo sacro, lo ceremonioso, y luego la fábula cambia o no hay fábula. Soy filósofo mientras puedo arrojar por las ventanas los despojos de otros filósofos. Soy poeta porque hay una puerta que no se ve en medio de una casa que ninguno ve. La filosofía es el síntoma de lo real, la poesía vigila el discurso incomprensible que escucha por una línea cercana”.
“La poesía siempre está regresando de un viaje que en ella no se originó”.
Se puede apreciar en tu libro una marcada ironía lacerante del entorno. ¿Pudiéramos asumir que pretendes abordar tu realidad a través de una sátira mordaz?
“Soy corrosivo mientras puedo permitirme tales excesos. La literatura me brinda el placer de ‘desobligarme’ de todas las solemnidades, incluso aquellas que reverencian mi propio, y alterado, nombre en esta historia”.
Eres un excelente narrador. Sin embargo, ¿por qué elegiste la prosa poética para emprender este viaje?
“Los poemas en prosa, los míos al menos, procuran ofrecer una señal instantánea de mezcla, unción, compartir y diluir géneros; que intercambien sus fluidos, que usen sus máscaras y se canibaleen. Me interesa que La guagua de Babel se lea como una novela fragmentada, herida y minimalista. Que se cuenten historias, mis historias”.
“Soy yo, pero el yo escribe casi siempre desde el otro, el más alejado o falso”.
La guagua de Babel puede asumirse como una perfecta exégesis sobre tu visión del mundo. Personas que viajan hacia todas partes, hacia el mismo sitio, un destino incierto que puede angustiar la existencia de los seres humanos. Citando uno de tus poemas, “esta es la novela de las ningunas cosas, de los ningunos viajes” ¿Cuál ha sido el leitmotiv que ha marcado este entramado simbolismo en tu obra?
“La poesía siempre está regresando de un viaje que en ella no se originó. La poesía es una posibilidad (no una, miles tal vez, millones) de ponerse a merced de las extrañezas. Aquí, en mi libro, voy en busca de demasiados tiempos perdidos. No para recuperarlos. Me importa desconfiar de todas las correcciones, sobre todo de esas que nos obligan a parecernos a nosotros mismos”.
¿Cuánto hay de Carlos en La guagua de Babel?
“Como en muchos de mis libros, hay esencias de mi vida personal, de pesadillas disfrazadas, de un afán crónico por demeritar todo lo que fue real alguna vez. Soy yo, pero el yo escribe casi siempre desde el otro, el más alejado o falso. Las historias reales no pueden contarse como son. Nadie va a creer en ellas. Hay que agregarles su buena cuota de mentiras adentro. Hacerlas explosivas y, por eso, creíbles. La no ficción es un estado alterado de tu pesadilla diaria. Dentro de ti, y de mí, hay más monstruos que en otras partes. Cada cual tiene los suyos. Cada cual los lleva donde quiera. No hay que amaestrarlos ni reprimirlos. Esos monstruos son los que te ayudan a superar la terrible amenaza de lo real. Yo no escribí ficción partiendo de la ficción misma, como un documento primario, la idea que brota, instantánea y deseosa. Yo lo que hago es distorsionar la realidad —una de las aberraciones más sublimes que he conocido— y luego la dejo indocumentada, ilegal, frágil, deshecha, moribunda, a mis pies, o a mis manos. Después me convierto en criminal —si antes ya no lo era— y termino de asfixiarla. Cuando la realidad muere comienza lo otro, algo que germina de un cadáver, pestilente o no, putrefacto o no tan putrefacto, marchito o febril”.