“Tú no sospechas”

Tú no sospechas
cuando me estás mirando
las emociones
que se van desatando.

Te juro que a veces
me asusto de ver
que te has ido adueñando de mí
y que ya yo no puedo frenar
el deseo de estar junto a ti.

Tú no sospechas
estas furias inmensas
que me dominan
cada vez que te acercas,
y aunque no ha habido intención en ti
de provocar lo que siento,
te vas a enterar de una vez
de que ya te quiero.


“Palabras”

Palabras,
quisiste con palabras engañarme
fingiendo comprender mi sentimiento,
fingiendo que tenías corazón.

No trates
de hacer que muera en mí la desconfianza;
la culpa y la maldad de tus palabras
sellaron el final de esta ilusión.

Perdóname este orgullo,
─por mi sinceridad
perdón te pido─,
pero te has encontrado
con este corazón
que ha comprendido que en ti
sólo hay egoísmo.

Palabras,
aléjate de mí con tus palabras,
aléjate bien pronto de mi vida
y busca un corazón que las reciba.


“Hay todavía una canción”

Hay todavía una canción
alborotando el curso
de mi pensamiento.
Hay todavía una canción
precipitando acciones,
reclamando tiempo.

Hay decisiones que tomar,
hay problemas que afrontar,
hay asuntos que merecen atención.
Y yo he conquistado todavía
algo de este día para una canción.

Hay todavía una canción
que es casi como un himno
porque tú regresas.
Hay todavía una canción
para este amor tan lindo
que tú me confiesas.

Y si al momento de escuchar
te conmueve mi cantar,
guarda un poco de emoción:
hay por lo menos todavía
letra y melodía
para otra canción.


“José Jacinto”

José Jacinto,
no sé si usted
me reconoce entre los vivos,
porque suelo llegarme a su parque
cuando está la luna
detrás de esos pinos.

José Jacinto,
no sé si usted alguna noche
me ha confundido
con un fantasma,
cuando la niebla es densa sobre la ciudad
y yo camino.

José Jacinto,
qué suerte tuvo usted
que perdió la razón
clamando a gritos
por el único amor
antes de haber sabido
que ningún amor,
absolutamente ningún amor
es infinito.

José Jacinto Milanés,
permítame poner
este galán de noche
en la ciudad de Matanzas,
a los catorce días del mes de noviembre
junto a su nombre:
José Jacinto.


“Llora, llora, llora”

Llora por lo que nunca hiciste,
por lo que nunca fuiste
y quieres ser ahora.
Llora, llora
por el amor que vuelve
y por el amor
que jamás hallarás.

Llora por los amores viejos
que se quedaron lejos
y que tal vez añoras.
Llora por este amor que crece
y, aunque después te pese,
confiesa que me adoras.

Llora, llora, llora.


“No es preciso”

No me quieras enseñar tu corazón,
no te vayas a forzar:
para hacer que yo te quiera
no es preciso tanto afán.

Este poco de cariño que te doy
no se puede comparar
al purísimo destello
de los besos que me das.

No quiero que me pidas más
de lo que puedas brindar.
No quiero que me ofrezcas
ese amor incomparable
que me hará sentir culpable.

No quiero que me pidas más
de lo que puedo brindar.
No quiero que me ofrezcas
ese amor incomparable
que me hará sentir culpable.


“Aida”

Aida, al final de todo lo que hablamos viste,
se te fue la vida entre las manos.

Aida, por detrás del humo, la sonrisa
a pesar de tanta prisa.

Aida, se te fue la luna del paisaje
Aida, pero tú cantaste todo el viaje.

Aida, repartiendo siempre la armonía
Aida, te recuerdo linda, linda, linda
Aida.