Campaña callejera en La Habana contra matrimonios homosexuales

Luis Toledo Sande
19/7/2018

Lo narrado a continuación ocurrió al mediodía del sábado 14 de julio de 2018, mientras el testimoniante se dirigía a un mercadito agropecuario situado en la calle habanera Zaldo, relativamente cerca de la Plaza de la Revolución. Zaldo es un corto segmento de vía que une a otros más conocidos —Aranguren y Manglar—, cuyo nombre quisiera hubiese sido escogido en homenaje al artista puertorriqueño autor de la primera escultura conocida que se hizo en honor a José Martí, y probablemente la única consumada en vida del héroe.

El arzobispo de la Iglesia Católica Eucarística en Canadá, Roger LaRade, oficia una boda gay en Cuba (2015).
Foto: Tomada de internet

 

Eso es algo digno de mayor conocimiento en Cuba, Puerto Rico y el resto de los territorios caribeños. Al parecer el origen de ese topónimo remite más al material mundo bancario que al espíritu artístico: ¿acaso no habrá sido bautizada así para honrar a un notable representante en épocas pasadas de ese sector, Carlos Zaldo, quien fuera presidente de la Sociedad Anónima Banco de La Habana? La asociación con el dinero se refuerza a menudo cuando el nombre es erróneamente transformado en Saldo, incluso en placas informativas ubicadas en la vía.

En eso suele pensar el testimoniante cuando transita por allí, cosa que hace con frecuencia pues vive cerca y en esa calle se localiza la panadería a la que más asiduamente acude y el mencionado mercadito agropecuario. Sin embargo, se llevó una sorpresa en la ocasión aludida desde el inicio de esta nota. A medida que se acercaba al mercadito, notó una apreciable concentración de público, a la vez que comenzó a oír, sin alcanzar todavía a identificar qué decía, la voz de alguien pronunciando algo similar a una arenga. ¿Será una convocatoria patriótica, un llamado a una tarea masiva?, pensó, ¿o tal vez el inicio de la propaganda comercial (que se torna molesta a partir del uso de altavoces cansones ante los cuales se añoran los pregones hechos a viva voz y con gracia) en nuestro país? Ya en el sitio, vio que se trataba de dos predicadores religiosos, junto a los cuales había un automóvil que no alcanzó a averiguar si prestaba servicio a los oradores.

El más enardecido de estos gritaba repetidamente: “La iglesia se opone al matrimonio homosexual”. A partir de ahí se produjo entre el testimoniante y los predicadores un diálogo, del cual será transcrito a continuación lo más sobresaliente. Las palabras de los interlocutores definen de quién se trata en cada caso:

— Prédica y proselitismo en el templo, no en la calle.

— Tenemos derecho a predicar. Predique usted también.

— Este es un país laico.

— Pues nosotros predicamos y debe saberse que la iglesia desaprueba el matrimonio homosexual.

— Lo que usted hace es un acto de homofobia y no tiene derecho a desconocer los derechos de otros. Soy heterosexual, pero no me siento llamado a promover la frustración de otros seres humanos.

En ese punto el predicador, quien hasta entonces parecía haber guardado silencio, se dirigió a otra de las personas presentes —quizás uno de los vendedores o un integrante del público— para mostrarle y leerle, de manera que el testimoniante lo oyera, el artículo que en la Constitución vigente de la República de Cuba define el matrimonio, en términos tradicionales, como la unión entre un hombre y una mujer. A lo que el testimoniante respondió:

— Pues prepárese, porque eso puede cambiar en el actual replanteo de la Constitución.

— ¡No cambiará! Habrá un referendo y el pueblo lo impedirá —intervino nuevamente el predicador, aún más encendido. ¡La iglesia se opone a ese cambio!

— Entonces, prepárese para ver que la iglesia es derrotada en su posición.

— ¡La iglesia no será derrotada! A lo largo de la historia todos los gobiernos han sido —y serán— derrotados, pero la iglesia no, la iglesia es eterna.

— Entonces usted representa a una iglesia falsa y mentirosa —dijo el testimoniante, pensando no en los religiosos honrados, ni en las instituciones que abrazan actitudes en defensa de la emancipación humana, de la justicia social.

En medio de la prisa y la sorpresa, así como de la desazón ante una campaña callejera hecha en nombre de la fe, el testimoniante no tuvo el cuidado de preguntarles a qué denominación religiosa respondían ellos mientras se atribuían la representación de “la Iglesia” en general. Eso recuerda la época —¿acaso habrá pasado ya? — en que el Vaticano se consideraba representante de la única religión universal, ecuménica, que es lo que significa el término “católica”. Este se proclamaba como la encarnación no de una iglesia, sino de “la Iglesia”, con inicial mayúscula y todo, punto de vista que reducía a las demás religiones a la condición de meras “sectas” o, a lo sumo, de iglesias con inicial minúscula.

El asunto da para más, pero lo que pudiera decirse desborda inmensamente esta nota. El testimoniante apenas añade que el público —sorprendido, tal vez atónito, temeroso ante el poder divino— guardaba silencio. En la panadería, a unos pasos del mercadito devenido momentáneamente escenario de prédica, alguien que dijo ser periodista se mostraba indignado con la actitud y los términos de los predicadores.