Calvino mata a Dios en un libro
23/1/2020
Nietzsche predijo en uno de sus más memorables pasajes la caída de las columnas de los ídolos. Se trataba en su lenguaje dionisiaco de ver, en la intríngulis de la crítica, el asunto de los principales relatos: el cristiano (la revelación de Dios al hombre), el positivista (la revelación del hombre a sí mismo) y el marxista (la totalidad como una revolución, mediante la lucha de clases). Para el hombre que acudía al final del siglo XIX, era evidente que la Historia no tenía leyes, que no había un devenir que avanzase mediante tesis, antítesis y síntesis en un proceso de autoconciencia del ser que conforma el entramado de lo existente. No obstante, en su propuesta fragmentaria, el Loco de Turín forjaría una forma nueva de entender lo moderno, una contravisión de la Historia despedazada en historias particulares y caleidoscópicas. Lo hechológico, la trama y la dialéctica tenían poco o ningún peso en lo que Nietzsche entendió como la no existencia de hechos, o sea, de una Historia, sino de interpretaciones.
En libros como La gaya ciencia, el pensador alemán ya nos coloca en un devenir donde lo cierto se deshace en múltiples relecturas de un mismo fenómeno, de manera que nociones como la coherencia, el sentido, el texto, comienzan a ser revalidadas desde la cuestión de la perspectiva. ¿Desde dónde mira quien interpreta?, ¿cuáles son sus intereses?, ¿hacia dónde va y hacia dónde quisiera ir? El comienzo del asalto a la razón tiene en el pensador alemán un primer capítulo de resonancias amplísimas a lo largo de la primera mitad del siglo XX, cuando podemos entender que a raíz de dos grandes guerras mundiales, los grandes relatos, los relatos del sentido, cayeron aún más abajo en su prestigio. El pensador Primo Levi dijo al respecto: “Existe Auschwitz, no existe Dios”. Y de plano queda negado el primer gran presupuesto de la Humanidad, la revelación. La Guerra Fría, con su constante tensión que amenazaba con exterminar varias veces la vida, colocó por su parte en crisis la idea del progreso y la evolución, que el positivismo había vulgarizado a partir de una lectura maniquea de Hegel y su dialéctica. No hay un futuro luminoso de libertades y desarrollo en un mundo que invierte millones en un proyecto autodestructivo como el armamento nuclear.
Todo el prestigio de los grandes relatos quedaba reducido al plano meramente académico o literario, y sobre todo en este último va a ser un hecho artístico que se transgredan constantemente las barreras de un suceso como lo moderno, a partir de un interés estético que en el plano lectivo nos trae como resultado una relectura de los hechos, a partir de las interpretaciones. El pastiche como técnica literaria que se sirve de la intertextualidad, dará cuenta de importantes pasajes de la Historia tradicional, entregándonos a los lectores de hoy lo que se conoce como visión posmoderna, que basa su existencia no solo en la sucesión de lo moderno, sino en su desmonte a partir de la ironía, el juego, el carnaval, la inversión de presupuestos y la propuesta de las verdades alternativas.
Una de las principales oposiciones de estos tiempos será modernismo/posmodernismo, mediante el binomio grandes relatos/pequeños relatos, y un pensador como el italiano Gianni Vattimo reivindicará la noción del dialecto, o sea, las diversas lenguas que existen en una misma lengua, como una expresión de lo necesario de las interpretaciones a la vez que evidente e irrenunciable. Sin embargo, otros teóricos que reflexionan sobre el proceso de agotamiento de la modernidad, se niegan a aceptar una posmodernidad, porque ello implicaría que ya se vive algo posterior, y es evidente que la relectura del pasado, aunque válida, no deja de ser deudora directa de dichos presupuestos. De manera que la misma posmodernidad estará condenada siempre a enfermar de modernidad. Tal es el caso del argentino Juan José Sebreli, quien destaca que la actual no es sino una forma, de tantas que siempre existieron, para pensar los mismos temas: quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Se niega este pensador a reconocer esta como la única y definitiva etapa de crisis de paradigmas, ya que los paradigmas siempre están en crisis, ese es su estadío constante y gracias al cual disfrutan del beneficio del debate.
Como quiera que se vea, la actual vivencia de grandes conflictos que colocan en la picota las cuestiones históricas del hombre, llevan a la Humanidad a una eterna reflexión, a revisar, a establecer en el paradigma viejo una luz distinta, una interpretación otra. El arte, como subversión de lo políticamente correcto, ha sido la vía expedita para que ese hombre posmoderno dé a conocer su condición en crisis, a partir de usar determinados códigos para conectar sus inquietudes con la crítica al pasado. En materia literaria, existe en los tópicos posmodernos una inversión tanto de forma como de contenido; ambos van a acompañar la propuesta de un mundo artístico al que le interesa poner todo al revés, en función de un duro cuestionamiento a aspectos de la razón moderna como la ética, la moral, la estética, la teoría del conocimiento, la metafísica y la lógica. De una manera constante, el hombre deja de ser el centro único y se asumen perspectivas cambiantes, donde a pesar de que intuimos que el antropocentrismo de la perspectiva sigue ahí, los focos narrativos y líricos se trasladan constantemente, para producirnos un paroxismo a nivel perceptivo, muy cercano a lo que Nietzsche llamó la visión dionisiaca del universo. Baco o Dionisos era el dios del placer, de la risa, de la desacralización, el verdadero creador del arte, la única manera de conocer la verdad. Sin embargo, para el Loco de Turín, esa reflexión de la humanidad cayó en las manos filisteas de los habitantes aristocráticos de una polis enferma, yendo en manos de Platón a parar en la razón filosófica. Entonces, la relectura de la Historia mediante el arte, siempre a la par que subversiva, huirá de la razón claramente entendida como una univocidad en sí misma, dividida en estancos cuyo fin es la disección del ser. En la narrativa posmoderna, la traslación del foco narrativo o narrador, el colocar en crisis la noción del autor (ver las tesis de Michel Butor o las referencias al grado cero de la escritura), son piezas angulares en esa crítica a la razón propia de los dialectos o verdades alternativas, que nos proponen un mundo no regido por la sola moral de una sola razón, sino por morales relativas y razones a veces a medias o en apariencia inexistentes. Fue Umberto Eco quien dijo que el escritor de hoy no podía escapar a la condición posmoderna; se refería a que el hombre accede a tanta información sobre los grandes relatos, conoce tanto, que no puede sino asumirlos con risa, burla, ironía, so pena de sentir demasiado su pequeñez ante cuestiones de imposible respuesta.
En tal sentido, el presente ensayo caracteriza la oposición grandes relatos/pequeños relatos, como un asalto a la razón moderna desde el presupuesto de la posmodernidad, desde las interpretaciones. Dicha ruptura tiene una expresión tanto técnica y formal como interna, de contenido, que va más allá de proponer un opuesto a la Historia tradicional, sino que se interna en las experimentaciones en tal sentido del autor, ese que usará nociones como las de narrador, personaje, lector, trama, escena, dramaturgia, como mejor convenga a un nuevo tipo de moral y de razón, que más allá de aspirar a establecerse en el plano hegemónico de lo social, lo que quiere es conmover a un receptor de estos tiempos, cuya mente absorta en cuestiones banales, requiere de esa condición estética posmoderna para salirse de sus crisis personales, a resultas de la caída material de un mundo sin dioses, como dijera Nietzsche.
Dios ha muerto o Italo Calvino teje historias de mentiritas
Calvino fue un autor signado por dos grandes pasiones: el clásico y la ruptura con el clásico. De hecho, es uno de quienes proponen ver la lectura desde un nuevo ángulo, colocando a los libros modernos como compañeros de un naufragio del hombre de hoy. En su abordaje del tema de la razón está la noción del texto como integración de interpretaciones, de manera que queda traspuesto el poder hegemónico clásico a partir de nuevas interacciones en el plano de la técnica y de lo cronotópico. En la poética de Calvino hay la constante noción de un lector milenario, ese que se enfrenta al final de unos tiempos donde el hombre siente que las grandes cuestiones lo asaltan con premura y que las viejas respuestas son más inservibles que nunca. La lógica autor-narrador-lector se disuelve en una relación caleidoscópica donde quien consume el producto comunicativo coloca la última piedra en la catedral de los sentidos. Así se construye una postura irreverente ante la manera narrativa clásica, siendo abordados los tópicos de siempre a partir de interpretaciones que nos recuerdan la máxima de Nietzsche que niega a los hechos y revindica los ángulos.
En libros como Las ciudades invisibles, Calvino no solo trae el tema de la modernidad al centro del debate (Marco Polo como iniciador de un mundo basado en el conocimiento eurocentrista en expansión), sino que transgrede esa versión de gran relato a partir de la construcción de tópicos literarios contestatarios en la voz narrativa del Gran Khan, quien aparece como una especie de incendiario de las creencias occidentales. No hay linealidad, o si la hay, Calvino la usa como una burla constante, de manera que nos recuerda un factor clave a lo largo de sus obras: la literalidad de lo que leemos. Quien consume constantemente es un ser consciente y autoconsciente, un interpretador, un sujeto que busca en su encuentro con el logos no al logos de la revelación, sino al del caos, el de la crisis constante, no a Apolo sino a Dionisos.
Para la noción posmoderna es necesario aniquilar a la vieja razón y proponer el final del sujeto cartesiano, ese que se apropia del mundo a partir de la modernidad y lo hace mediante una lógica instrumental. Heidegger, en su crítica a la razón, propone que ese sujeto se disuelva en búsqueda y que el pensador se acerque al poeta, hallando al ser en su morada, el lenguaje. El nuevo pastor construye una moral distinta, a partir de la experimentación formal, y los estructuralistas impactarán a los autores de literatura a partir de criticar la estructura y el contenido tradicionales y proponer la aniquilación del sujeto, a partir de muchos sujetos en perspectiva. La muerte del autor trae consigo una necesidad de autoafirmación irónica de dicho autor, o sea, el escritor está consciente de que no se le tomará tan en serio como ocurría con sus ídolos literarios del pasado. La historia, a la vez que resemantiza el concepto de lector (de recepción), lo hace con el de emisor, siendo el demiurgo un sujeto consciente de que deberá mostrarse, hacerse evidente, puesto que su muerte y desaparición han sido decretadas de antemano.
Por otro lado, el juego con un narrador irónico y a ratos insuficiente, encierra una crítica al narrador tradicional, casi siempre una tercera persona, que todo lo sabía y hablaba desde un plano prepotente de Dios. Ahora el lector sabe que intercambia con un escritor de carne y hueso cuya perspectiva no tiene por qué ser necesariamente la verdad absoluta ni la moral a imitar. El giro heideggeriano hacia el lenguaje nos trajo autores muy conscientes de dicho lenguaje, de hecho para Calvino no es que haya que transgredir un orden aristotélico sino que no hay tal orden. Su narrativa se mueve de un lado a otro, buscando la participación del lector, quien de manera lúdica tendrá que reconstruir lo que el libro ha deconstruido.
La obra Si una noche de invierno un viajero esconde desde el título una burla a las tramas aristotélicas tradicionales, detectivescas, basadas en el suspense. Esa donde la causa y el efecto eslabonan una dramaturgia infalible. No, lo que Calvino nos quiere decir desde la primera línea es que ya todo está develado, ya todo sucedió y que dicho misterio no es más que un pretexto para mostrar la falta de cuestiones trascendentes, de razón, de un relato supra, y que el lector se centre en la cuestión reflexiva. El comienzo no puede ser más cercano a los mentados presupuestos del giro del lenguaje y de abandono de los relatos mayores, para centrar al lector en lo que de antemano se aclara como una obra, una interpretación, sin que se aspire al espejismo de que es la vida real, la razón en sí misma, lo que vamos a presenciar: “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino”, luego en varios párrafos el propio narrador, quien declara descaradamente que es una ficción lo que acontecerá, le da un conjunto de consejos en apariencia banales al lector, a quien asume como una realidad ineludible; dichas sugerencias tienen que ver con la manera en que este deberá leer, si es cómodo, si es acostado o con las piernas extendidas, como si cada elemento pudiera generar un nuevo ángulo, una interpretación, una recepción diferentes. No hay una historia aristotélica, sino una ruptura constante y el cuestionamiento de que eso que se está leyendo es en definitiva una historia. En la propia alusión a Calvino, existe la intención irónica de mostrar la manera en que se persigue este o aquel libro por el autor, y no por la trama en sí, con lo cual la crítica al logos queda hecha a partir de la mecánica superficial del mercado literario.
La lateralidad del discurso, su constante autorreferencia, el hacer alusión a las técnicas usuales en el marco de la progresión de las historias, todo ello hace de Si una noche… una obra juguetona, carnavalesca, que llama la atención sobre la artificiosidad de la técnica literaria como representante de la razón en el plano narrativo. Se suelen usar frases como que todas las estaciones de trenes son parecidas o que el presente libro pasaría a engrosar una larga fila de volúmenes que el lector no ha leído y que tiene clasificado de distinto modo, de manera que el consumo cultural queda fetichizado en el marco de la mercadotecnia y en ridículo la noción de cultura en la modernidad. La deconstrucción llega al plano de plantearnos que es ese discurso, que se autonombra constantemente, el que opaca cualquier dejadez hacia la trama, cualquier poder que la técnica, cogida in fraganti, develada, pueda tener. Nadie va a quedar convencido por una narrativa que al mostrar sus armas antes ocultas rompe con el espejismo de la realidad y por ende la razón que las obras clásicas quieren imitar. El tema de la Historia es la historia, con minúsculas, parece decirnos el autor, quien aunque muere como dictador, como autor como tal a la vieja usanza moderna, reivindica el papel de manera constante que debe tener un lector inteligente a la hora de enfrentarse al arte. No hay una trama a lo Dostoievski en Crimen y castigo, sino que la causalidad se sustituye hasta por una casualidad, un juego de perspectivas que generan girones de interpretaciones.
Si una noche… se declara de antemano una novela, pero ocurre que transgrede su propio formato y cae en la antinovela al develar sus secretas técnicas. La llamada razón instrumental, la técnica moderna que Heidegger criticara como devastadora del planeta, queda sorpresivamente al aire libre y entre carcajadas. Calvino termina diciéndonos así que el lector deberá colocarse a sí mismo en tales perspectivas y jugar un tablero de posiciones, para acceder a una relectura de la historia, siempre con minúsculas, que negará de plano que existen verdades develadas o teleologías. Nada deviene hacia algo obligatorio, las cosas son de un modo y de otro, y hay en ellas una mutabilidad que puede incluso carecer del más sano sentido común.
La muerte de la técnica a manos de Calvino, es la muerte de Dios de Nietzsche, se trata el mismo proceso que genera mayor lucidez y que da paso no tanto a un superhombre como a un superlector, quien deberá sobreponerse al caos y lanzarse. Modernidad, con sus presupuestos, que queda así negada y replanteada por Calvino.
La condición posmoderna pareciera ineliduble, en un mundo en que todo o casi todo simula saberse, el logos o razón solo tiene sentido en tanto perecedero y dador de otros tantos sentidos que derivan infinitamente y sin leyes teleológicas. No obstante, la nostalgia por una verdad única revelada será vista o como ironía (Calvino) o como intento recurrente de reivindicación de la vieja técnica y el cronotopo. Quedan, nadando en las aguas de los relatos torcidos del viejo mundo, infinidad de cristales que también muestran un mundo hecho pedazos, un mundo que critica y reflexiona.