Cadáveres amados
31/1/2019
Hay filmes que trascienden a su época y se convierten en referentes ineludibles para todos los tiempos; no tengo la menor duda de que así sucederá con Inocencia. Una vez más, se demuestra que cuando se unen el patriotismo, el talento y el apoyo institucional se pueden lograr resultados memorables en la manera de llevar nuestra intensa y gloriosa historia a la pantalla grande. Con Inocencia se confirma, además, cómo desde el audiovisual se puede llegar a lo más profundo de la fibra humana y conectar a los espectadores con figuras y hechos de nuestro pasado histórico, algo más difícil de alcanzar con un libro de texto.
A pesar de las indispensables licencias propias de toda obra de ficción, Inocencia recrea con gran fidelidad uno de los hechos más atroces del siglo XIX cubano, donde en pocas horas La Habana vivió una escalada de corrupción, odio y terror, reflejo del sistema opresivo colonial que prevalecía en la Isla y sus peores y fanatizadas fuerzas: los cuerpos de voluntarios. Con gran mezquindad, pisoteaban diariamente el honor y la dignidad humana contra las ansias libertarias de un pueblo, sentimiento este último que no solo se expresaba en la manigua cubana, sino que palpitaba en el corazón de lo más valioso de la juventud de la época. De ahí que toda la furia de los voluntarios se volcara sobre aquellos universitarios, estudiantes de Medicina, que en su mayoría no sobrepasaban los 20 años de edad.
Otro mérito de la película es mostrarnos cómo dentro de aquel ambiente de insania y odio, hubo también hombres que hicieron gala de sus principios morales, en defensa del honor y la justicia, llevando en sí el decoro de muchos hombres, entre ellos, el profesor oriundo de Canarias, Domingo Fernández Cubas y el capitán nacido en Valencia, Federico Capdevilla, quienes valientemente defendieron a los estudiantes enfrentándose a la ira de aquellas bestias sedientas de sangre. Y no serían los únicos que expresarían su indignación, también lo harían los capitanes del ejército español, Víctor Miravalles y Nicolás Estévanez.
Esta maravillosa obra de arte es un merecido tributo a Fermín Valdés Domínguez, a su empeño por encontrar los restos mortales de sus amigos y demostrar su inocencia. “¡Nunca olvidará Cuba —diría Martí—, ni los que sepan de heroicidad olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos, el sarcófago intacto, que fue para la patria manantial de sangre; al que bajó a la tierra con sus manos de amor, y en acerba hora de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros! El sol lucía en el cielo cuando sacó en sus brazos, de la fosa, los huesos venerados: ¡jamás cesará de caer el sol sobre el sublime vengador sin ira!
Creo una magnífica oportunidad —ahora que nuestra juventud sin duda será estremecida por este filme y se interesará en profundizar sobre la historia de los ocho estudiantes de Medicina— que se reeditara el justiciero libro de Fermín, así como la mayor investigación realizada hasta la fecha sobre los sucesos del 27 de noviembre, publicada en 1971 por el profesor Luis Felipe Le Roy Gálvez.
Este último demostró fehacientemente algo que también se refleja en la película, que si bien los ocho estudiantes y el resto de sus compañeros condenados, eran inocentes del delito de profanación —ratificando la tesis de Fermín Valdés Domínguez—, no lo eran en su mayoría de simpatizar con la causa independentista, pues para nada estaban ajenos al ambiente de rebeldía que se respiraba en la Universidad. Ello explica también el porqué hoy los retratos de los ocho estudiantes de Medicina ubicados en el simbólico Salón de los Mártires de la Universidad de La Habana, con toda justicia, encabezan la larga lista de los caídos en las luchas del estudiantado universitario cubano.
Nuestro Apóstol José Martí valoró lo ocurrido aquel 27 de noviembre de 1871 como uno de “los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia” y en bello poema titulado A mis hermanos muertos, expresó: “Cadáveres amados, los que un día/ Ensueños fuisteis de la patria mía, / ¡Arrojad, arrojad sobre mi frente/ Polvos de vuestros huesos carcomidos/ ¡Tocad mi corazón con vuestras manos! / ¡Gemid a mis oídos! / Cada uno ha de ser de mis gemidos/ Lágrimas de uno más de los tiranos (…) ¡Y más que un mundo más! Cuando se muere/ En brazos de la patria agradecida/ La muerta acaba, la prisión se rompe; /Empieza, al fin con el morir, la vida! (…)
Debemos agradecer hoy y siempre a Alejandro Gil, a su guionista Amílcar Salatti, y a todo el equipo de realización de Inocencia, por saldar esta deuda que desde el cine aún existía con este acontecimiento fundamental de nuestra historia, por este regalo al pueblo de Cuba que hoy tendremos el placer de disfrutar; también al ICAIC, el Ministerio de Cultura y la Oficina del Historiador de la Ciudad, por su inconmensurable apoyo para que este sueño fuera posible. Tengo la convicción de que a partir de ahora cada 27 de noviembre será vivido y homenajeado en nuestra Isla, en especial por los jóvenes, de una manera mucho más sentida, profunda y comprometida.
¡Muchas gracias!