Un padre —soltero— y su hija se abrazan. Un par de hermanos y sus dos madres son felices. Un padre transgénero y su esposa pasean juntos a su bebé. Amor, aprendizaje y equipo: familia.
Este término, por estos días, podría parecer exagerado. Y las imágenes, textos y campañas, quizás hasta hayan saturado a algunos; pero se hace necesario si de familia hablamos. Célula de la sociedad, el eje donde nos formamos, la primera escuela, o simplemente la unión de varios seres desde el amor, la familia tiene —sin dudas— un absoluto valor que debemos cuidar y respetar.
Amor, aprendizaje y equipo: familia.
El Código de las Familias ha llegado, entonces, como un documento vital para albergar derechos imprescindibles en cualquier sociedad. Establecer un cuerpo legal más parecido a lo que somos como individuos y grupos, así como proteger a los más indefensos de nuestra estructura social y diversificar las oportunidades en igualdad de condiciones para todos, son provechosos y necesarios frutos que consigue el Código. Si bien es perfectible como producto legislativo, al mismo tiempo constituye un recurso más que válido para encontrarnos, representarnos y defendernos en aras del bienestar común y propio.
El documento defiende las batallas en contra de la violencia de cualquier tipo, de la discriminación, el maltrato, la vulnerabilidad, y toda laceración a la integridad física y moral; se pronuncia a favor de la protección de las infancias y el reconocimiento y garantía de sus espacios; a favor del respeto a la diferencia, la autonomía, la diversidad y las identidades; defiende, en definitiva, el promover ambientes familiares sanos, justos, equitativos y solidarios.
Merecemos erradicar el acoso, el bullying, el maltrato psicológico, verbal y físico, la violencia de género, la explotación, el trabajo forzado, el matrimonio infantil. Merecemos imponernos únicamente entornos familiares, laborales, escolares y digitales seguros, armónicos, estables; aceptarnos y querernos desde lo que somos y no desde un arcaico y obsoleto “deber ser”. El código procura estas y otras problemáticas; demanda la construcción de una sociedad más contemporánea, de familias sanas y seres humanos más justos.
Porque cada testimonio e historia quepan en ese Código, en este texto, desde este lugar.
Que todas las parejas puedan encontrarse, que todos los infantes puedan identificar a su familia, que los cuidadores, ancianos, los más vulnerables logren reconocerse no es un acto que pueda ser juzgado. Votar Sí será un acto de fe, conciencia y responsabilidad en la labor de aprender a amarnos, respetarnos y cuidarnos mucho más desde lo interno y externo de cada núcleo familiar.
Que el Voto Sí sea una bandera: porque cada una de las muchas Cuba que formamos pueda abrazar las batallas ganadas. Porque cada testimonio e historia quepan en ese Código, en este texto, desde este lugar. Que cada familia sea un lugar pleno.