Breves notas sobre Habitación Macbeth
I
El actor y director de teatro argentino Pompeyo Audivert tiene una trayectoria verdaderamente potente y bastante conocida por los lectores de la revista Conjunto. Su taller de creación teatral, impartido en junio de 2005 en la Casa de las Américas, fue tremendamente motivador para quienes se acercaron a su peculiar manera de pensar y hacer el teatro, la cual se ha concretado fundamentalmente en la experiencia del Estudio Teatral El Cuervo, en Buenos Aires. Profundo conocedor de Shakespeare, se ha acercado a su legado en varias ocasiones. En 1978, participó como actor en una puesta de Tal como gustéis y luego, en 1991, bajo la dirección de Ricardo Bartís, en Hamlet, o la guerra de los teatros. Entre las piezas que ha dirigido se encuentran Hamlet (lo uno y lo diverso), una versión que realizó en 1998 junto a Ricardo Fehrmann, y La señora Macbeth, de Griselda Gambaro, que estrenó en 2005.
“Habitación Macbeth es una obra de la pandemia, de la soledad del actor frente a una conmoción universal”.
Su punto de vista sobre el trabajo del actor es muy peculiar y su quehacer da cuenta de ello. Piensa la actuación como una “experiencia de autoconocimiento” y para ello ha desarrollado una técnica propia que denomina “la máquina teatral”, un método de actuación que busca quebrar el cuerpo cotidiano para proponer una nueva fisonomía, extrañada, que transforma la voz y convoca lo poético mediante la libre asociación y la creación de espacios diversos de improvisación sobre la escena. Todo lo anterior, en mi opinión, permite al actor ser otro, fundirse con la verdad profunda de su personaje y ampliar la noción de identidad, hacerla, quizás, más poliédrica, incluso transhistórica. Sin duda, esa técnica, como suele suceder en el caso de los grandes maestros-actores, está investigada y experimentada desde una experiencia psicofísica propia que, en diálogo con otros formadores y teóricos de la actuación en Argentina, se posiciona a través de una poderosa teatralidad, capaz de mostrar a un tiempo, el instrumental, el taller y la estrategia, todo como parte de un resultado impecable y de alto nivel artístico.
II
Habitación Macbeth es una obra de la pandemia, de la soledad del actor frente a una conmoción universal. Es también una respuesta artística, extraordinaria, al confinamiento. Cada personaje puede ser un estado de ánimo distinto, que combate al interior del cuerpo-habitación que es el propio actor. En una situación límite, que pudo hacer colapsar la humanidad toda y que de hecho estremeció sus bases y develó las tremendas desigualdades que signan al mundo actual, el Macbeth de Shakespeare se presenta como un instrumento extraordinario para conocer el sentido profundo y terrible de la existencia. En ese contexto, la puesta deviene en ejercicio, casi espiritual, de compromiso con uno mismo, con el arte y el oficio, con el teatro y con su capacidad de revelarnos siempre en vida.
Pompeyo Audivert es esta vez un actor en trance que deja que recorran su cuerpo, siete personajes distintos. La suya es sin duda, una clase de histrionismo, de técnica depurada. Su columna vertebral funciona como eje de cada una de las caracterizaciones que él asume con la relajación-tensión necesarias para que nada se desborde, para que la energía fluya de manera adecuada. Su voz, por supuesto, también caracteriza, sin que exista desavenencia alguna entre el arquetipo dinámico de cada rol y su identidad vocal. El juego de estatus, junto a las sensaciones y los deseos, suma detalles que no se repiten y que en esta puesta se expresan desde diversos ámbitos que son y no son los del teatro mismo.
Resulta fundamental el diseño de vestuario, apenas un camisón lo suficientemente maleable para vestir a cada figura desde su propia anatomía, independientemente del rango y el género. Marcos de espejos o cuadros y un eficiente diseño de iluminación completan el trazado escenográfico que permite múltiples zonas para la acción y que vamos completando con la arquitectura que levanta la propia palabra. Contrapunto de la visualidad, la música en vivo, compuesta e interpretada por Claudio Peña, otorga profundidad y atmósfera a los ambientes y a las situaciones.
“La suya es sin duda, una clase de histrionismo, de técnica depurada”.
Interesa al actor-director-dramaturgo presentar lo acontecido, mostrar el retorcido curso de la historia. Las ansias de poder corrompen y, catalizadas por instigadores y secuaces con aspiraciones, son capaces de convertir a un hombre justo en ser inconsciente e irreflexivo y en asesino sanguinario. Me interesa, en particular, el combate entre el actor y el personaje, si el intérprete perdiera el juicio y sucumbiera, como Macbeth, a dulces halagos o chantajes siniestros; si abandonado al “gran teatro del mundo” olvidara la narración de los hechos y claudicara ante el frenesí que arrastra a su máscara, la pieza quedaría hecha pedazos, la fábula sería incomprensible y el caos se apoderaría del sentido. Domar el ego del actor y disponerse al juego de teatro con humildad y gozo, parece ser la fórmula de este creador. Hay mucho que aprender de sus procedimientos y de lo que significan para él, la profesión y el arte.
III
No quisiera, sin embargo, terminar estas notas sin hacer mención a los espectadores. Ante una puesta de la calidad de Habitación Macbeth vale la pena describir la peculiar alegría de quienes vieron la obra y la comentaron. No hay dudas de que el teatro sigue convocando y fundando entre nosotros y que los espectadores cubanos, aún en las difíciles circunstancias del presente, siguen reconociendo y reconociéndose en los escenarios. Valga decir, además, que es muy buena la posibilidad de confrontación que una obra como esta nos propone. Sin dudas, necesitamos referentes; necesitamos poéticas que seguir y que negar; necesitamos calidad, seriedad, rigor. Esta obra también habla de nuestro teatro, del que tenemos, del que no tenemos, del que aspiramos y, por qué no, habla también de nosotros.