Breves apuntes sobre el presente de las revistas culturales
A la memoria de Pocho Fornet, gacetero mayor.
Desde mi experiencia en la edición de revistas culturales y en conversaciones sostenidas con revisteros de larga data como Reynaldo González, Luisa Campuzano, Arturo Arango, Ricardo Riverón; con representantes de las nuevas promociones y proyectos de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), como Rafael González; o con alguien de indiscutible sabiduría en el ámbito cultural como Graziella Pogolotti, reivindico la imperiosa necesidad de revitalizar nuestras publicaciones periódicas en sus diferentes temáticas y soportes. Ante la escasez de papel que afronta el país y, en consecuencia, la imposibilidad transitoria de ver impresas algunas revistas, ¿podría pensarse solo en su versión en formato electrónico?
Me reconozco, de manera visceral, como alguien de “la era Gutenberg”, y no me veo, pese a mi condición de revistero nato, editando más allá de las fronteras del papel. Por otra parte, hace años soy colaborador habitual de sitios digitales, como por ejemplo, La Jiribilla. Estoy convencido de que, junto a la proliferación legítima de los espacios digitales, debe recuperarse como una prioridad la impresión de un grupo de revistas de importancia significativa y con sus perfiles bien definidos; algo a lo que nunca debemos renunciar, aunque sus tiradas y periodización respondan a nuevos ajustes, acordes a la realidad. Cada publicación tiene sus características y valores propios. Como he apuntado en otras ocasiones, las limitaciones de la gran mayoría de nuestros servidores y autopistas virtuales —nuestro “ciberdespacio”— no permite la visibilidad más adecuada. Toda revista digital tiene sus normas y dinámicas que no son, de forma reduccionista, las de una reproducción en pdf.
Hace pocos meses, en un panel dedicado a Amnios, hice un reclamo para que un grupo de nuestras principales revistas retomaran el formato papel, ya sea con tiradas modestas e impresiones económicas, privilegiando siempre el perfil y la trayectoria de la publicación —el “igualitarismo” suele ser la peor de las desigualdades, y a estas alturas no se trata de que “florezcan 100 revistas”. La idea es que esos pocos ejemplares físicos lleguen a manos y espacios puntuales, que cierren el clásico ciclo edición-impresión-lector, y que las presentaciones de cada número continúen siendo una fiesta de la cultura.
Estoy muy de acuerdo, como reza un informe sobre el balance más reciente de las revistas culturales, que “en el proceso de creación de una publicación, las instituciones que editan deben entender que son responsables del producto creado desde su concepción como proyecto de publicación, hasta su destino final, que es el público objetivo planteado previamente en su estrategia de estudio de mercado o de consumo de público lector. Los momentos actuales exigen un cambio de mentalidad en la forma en que se ha distribuido, promocionado y comercializado hasta el momento una publicación seriada”.[1]
En mi opinión, la ausencia del soporte papel ha modificado en ambos sentidos la visibilidad y la relación con los lectores. En lo negativo, porque publicaciones cuyo perfil corresponde a ese formato deben encontrar, en su gran mayoría, en la expresión digital, su complemento, no su sustituto. En lo positivo, porque el espacio digital es una manera renovadora que contribuye a una mayor y mejor difusión.
Ejemplos de lo que se puede hacer es la impresión en rotativas de La Letra del Escriba, que cumple un importante rol divulgativo; o en sus antípodas, por su perfil académico, la centenaria Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, que, localizada en su sitio digital, realiza una pequeña tirada de cada número, insuficiente sí, pero que permite un lanzamiento presencial, siempre una celebración, como fueron durante años (una experiencia que me acompaña) las presentaciones de La Gaceta de Cuba.
En un cuestionario a manera de panel que Bohemia dio a conocer hace unos meses, expresé algunos criterios que ahora comparto en extenso. Desde hace algunos años las publicaciones culturales en nuestro país han sufrido transformaciones significativas en cuanto a su soporte, formato, periodicidad, visibilidad, financiamiento y formas de distribución y de intercambio con los lectores, las cuales tienen una incidencia en la posibilidad de cumplir con sus propósitos editoriales y sus funciones de sociabilizar.
Las revistas culturales cubanas, aunque tienen carácter institucional, constituyen una necesidad alternativa —por su naturaleza misma— en la dinámica de contribuir a animar el clima cultural de una sociedad y una época. Como afirma un estudioso del tema, las publicaciones periódicas proveen a los artistas, escritores y críticos de diferentes manifestaciones, tanto en lo inmediato como a mediano y largo plazos, un medio de comunicación que los ayuda a estabilizar su profesión y a expresar sus ideas públicamente y con más eficacia. Comparto la reflexión de un veterano editor como Ricardo Riverón, quien ha sobresalido como promotor en lo que él ha dado en llamar, con su proverbial don para las denominaciones, “el exterior interno” del país:
Tal vez el auge que durante varias décadas hizo que de alguna manera las validaciones y consagraciones tuvieran al universo de las revistas como espacio natural, se redirigió hacia el del libro en la misma medida en que nacían y se consolidaban editoriales, primero en la capital y luego a lo largo del país; proceso con clímax en la primera década de los 2000. Si anteriormente publicar en Bohemia daba categoría de autor, en determinado momento, rebasada la década de los 70, mientras no se publicara un libro no se podía aspirar a obtener ese estatus; fue un proceso gradual en el que en determinado momento las antologías jugaron ese papel, pero finalmente el libro de autor acabó imponiéndose a todo lo demás, como carta de garantía profesional.[2]
Las publicaciones periódicas poseen diversas naturalezas. Algunas están dirigidas a todos los lectores posibles, y entonces atienden asuntos generales que son del interés de sectores mayoritarios de la población. Otras son especializadas y cubren ramas específicas del saber; se relacionan fundamentalmente con profesionales de cierta rama o con personas cercanas a esos conocimientos. Hay, además, sociedades donde las revistas han tenido una importancia primordial. Durante el siglo XX no es posible comprender los movimientos culturales de México, Argentina, Colombia y por supuesto, Cuba, por solo citar ejemplos notables, sin estudiar en un espectro amplio sus revistas sobre arte y literatura.
El público al que está destinada debe ser el primer gran desafío de la publicación. En el examen de sus lectores potenciales, y ambiciosamente ideales, siempre nos reconoceremos. Como subraya con su proverbial lucidez la doctora Graziella Pogolotti, ese interlocutor es nuestra razón de ser:
Identificados con ella, sus destinatarios se agrupan en círculos concéntricos de profesionales de la cultura, de intelectuales en el más amplio sentido del término, y de estudiantes en constante relevo generacional. Ha sembrado inquietudes y atravesado pequeños huracanes. Ha removido prejuicios y tabúes. Por eso, ha participado activamente en la modelación del presente y habrá de constituir, sin dudas, fuente documental indispensable para el investigador del futuro.[3]
A tenor de esto, preservar su perfil sin falsos “populismos” es fundamental. En este caso hablamos de una revista especializada. Ahora bien, es cierto que no se explora un ámbito mucho mayor que las publicaciones del propio gremio artístico-literario, al que, en primera instancia, debe estar dirigido, como apunté antes. Si pensamos en el amplio abanico del sistema cultural nacional, y de la red de universidades, más allá de las carreras humanísticas, amplificaríamos su función social. Una deuda grande de la sociedad es lograr que esta, en su conjunto, y los estudiantes y graduados de nivel superior en particular, tengan sólidos y ambiciosos hábitos de lectura.
“Ese retroceso en los hábitos de lectura relativiza en demasía nuestra condición educacional”.
Como reza el apotegma clásico, “el médico que solo sabe de medicina, ni de medicina sabe”. El déficit de lectura en nuestra población en general, incluyendo profesionales del campo de la cultura, genera que seamos un pueblo alfabetizado, pero no instruido, y mucho menos culto. Todo esto atenta contra la recepción de las revistas culturales. A su vez, estas mismas deben generar iniciativas para contrarrestar la desidia intelectual. Ese retroceso en los hábitos de lectura relativiza en demasía nuestra condición educacional.
“La proliferación de revistas también es un factor negativo”.
En nuestras circunstancias actuales existen como propuestas demasiadas publicaciones culturales. Digo “propuestas”, pues las carencias que padecemos, agudizadas hace un par de años, han provocado una severa crisis en el soporte papel, de modo que las publicaciones digitales han podido sobrevivir, aun con las grandes limitaciones de nuestra realidad digital. La proliferación de revistas también es un factor negativo: muchas revistas y todas iguales, algunas de provincia, “risografiadas” principalmente. El tema está en quién le pone el cascabel al gato. Aunque en el presente sean más virtuales que materiales, la mayoría de esas publicaciones, cuya permanencia y futuro debemos evaluar y decidir, responden a compromisos institucionales, gremiales, y a veces personales, de difícil consenso.
Está claro que, al explorar diversas iniciativas, no debemos perder de vista que una publicación cultural, en cualquier parte del mundo y en cualquier sistema, es subvencionada, ya sea por instituciones estatales o privadas. En el caso de Cuba responden a un enfoque del desarrollo socialista de la sociedad. Por otra parte, los recursos tecnológicos, empezando por nuestra realidad virtual, son más que limitados, o no existen. En cuanto a los recursos humanos, son muy contadas las que lo poseen (me refiero al personal especializado, más allá del equipo tradicional que tienen hoy la gran mayoría de las revistas).
La distribución de las publicaciones es un replanteo de imperiosa necesidad desde hace varios años. Es imprescindible recuperar antiguas formas —entre ellas Correos de Cuba y las suscripciones—, así como priorizar la red de centros universitarios, la enseñanza artística y todo el sistema nacional de la cultura, que conforman las instituciones del Ministerio de Cultura, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la AHS, y sus correspondencias provinciales y municipales. Igualmente se debe replantear cuáles publicaciones permanecerían en el formato doble, pues no se debe renunciar al virtual, así sea en pdf. Su tirada, paginación y periodicidad deben repensarse según las necesidades reales, pues aunque sean subvencionadas como política de Estado en el diseño de la cultura socialista, no deben ignorarse las posibilidades demostradas de su distribución y comercialización.
Es cierto que las publicaciones culturales cubanas ejercen mucho menor influjo en la sociedad letrada que en décadas anteriores, pero no creo que se deba solo a una determinada calidad. Es mi opinión que, como promedio, la calidad de los textos reproducidos es buena, y aunque se resientan de falta de crítica y polémica —algo planteado en diferentes foros y que, salvo en la pelota y en la calle, es válido para la sociedad en general—, no han sido los factores decisivos en la desidia de la llamada “sociedad letrada”, a saber, escritores y artistas, trabajadores de la cultura, universitarios, intelectuales en el sentido más amplio y orgánico del término.
Han influido más la mala promoción y distribución, la salida irregular, la proliferación indiscriminada de publicaciones, que en algunos casos replican perfiles editoriales. A estos factores se suman la importancia creciente de información en soporte digital; la pérdida de hábitos de lectura, sobre todo en soporte papel; la indiferencia manifiesta no solo de los lectores potenciales, sino y, en primer plano, de las instituciones culturales, centros universitarios y el engranaje nacional de distribución y comercialización de las publicaciones periódicas, en el que se insertan de forma destacada las filiales provinciales de la UNEAC, la AHS, escuelas de arte y brigadas de instructores.
Quisiera reiterar, por la experiencia de muchos años, que la presentación de cada número de una publicación cultural, ya sea en soporte papel o digital, pero por razones más que obvias, en su sustento tradicional, se puede convertir en un acontecimiento cultural. Publicar en ellas debe volver a ser, como lo fue para mi generación, para las precedentes y para algunas que nos sucedieron, un estímulo consagratorio. Hay una reflexión de Carlos Marx relativa al arte —que oí citar más de una vez al siempre recordado Ambrosio Fornet—, que, adaptada al circuito editorial y en nuestro caso particular, a las revistas artístico-literarias, versaría así: al crear y promover un nuevo periodismo cultural, estamos creando un nuevo lector, y, por ende, estamos contribuyendo a la creación de un nuevo ciudadano. No lo perdamos de vista.
Notas:
[1] “Cambio de mentalidad. Las revistas culturales” (Conferencia de la Dirección de Publicaciones Periódicas, mayo de 2019).
[2] Ricardo Riverón: “Revistas a la vista de hoy”, La Jiribilla, 7 de febrero de 2022.
[3] Citada en: Norberto Codina: Caligrafía rápida, Editorial José Martí, La Habana, 2010, pp. 148-149.