La cubierta del título que comentamos reproduce una pieza de 1852 —hace la friolera de 171 años—, de ese retratista de nuestros tipos, costumbres, modas y comportamiento decimonónico que fue Víctor Patricio Landaluze, al que Francisco Calcagno —citado por Zaida—, describe como un “notable caricaturista peninsular, y regular pintor de escenas de costumbres; (que) en 1862 fundó el periódico Don Junípero, satírico y de caricaturas”.[1] Pieza que lleva por título el mismo del libro que se comenta, Los cubanos pintados por sí mismos, donde pese a su ambicioso nombre, discrimina de manera arbitraria a un componente esencial de la nacionalidad en formación: “En Los cubanos… los negros apenas asoman (…) un libro que, queriendo pintar Cuba y a sus habitantes, obvió el gran tema de aquel siglo: la esclavitud”.[2]

Pese a su ambicioso nombre, este libro discrimina de manera arbitraria a un componente esencial de la nacionalidad en formación. Imágenes: Tomadas de Internet

Me viene a la mente con la lectura de este capítulo, lo mismo la memorabilia criolla de Emilio Cueto —considerada tal vez la mayor colección privada de su tipo—, que las compilaciones decimonónicas de Zaida y Cira Romero, en el acucioso Diccionario de obras cubanas de ensayo y crítica (Tomo I Ediciones Unión, 2013). Entre las fuentes que la ensayista rastrea para este apartado, me gustaría destacar las del propio Calcagno; Bachiller y Morales; el Centón epistolario de Domingo del Monte (referente socorrido para estudiosos como Julio Le Riverend); o el Léxico mayor de Cuba,de Esteban Rodríguez Herrera.

Tras este apunte de la segunda parte —con la que quedo en deuda pues amerita un análisis detallado—, quiero detenerme en el apartado de cierre, el cual es para mí —como le he dicho a la autora—, el más interesante de su ensayo y al que sigo viendo como el anchuroso bosquejo de un futuro volumen sobre el tema que le ocupa.

Una de las varias virtudes de este libro de Zaida Capote, junto a una escritura que permite disfrutar del placer de la lectura, es lo riguroso y para nada complaciente de sus enfoques.

Eran mediados de los 70 del pasado siglo cuando visitaba a un amigo que vivía en Güira de Melena, y en el recorrido por su casa este se detuvo en una habitación donde dormitaba, muy cuidada, la nonagenaria abuela de su esposa. El anfitrión, con un gesto que no renunciaba a lo teatral, la señaló y me dijo a manera de resumen cómplice: “Una reconcentrada”. Tal vez esa noble señora fuera una de las varias motivaciones que lo llevó a, 20 años después, escribir el más importante estudio sobre nuestro mayor drama nacional, la Reconcentración de Weyler. El libro en cuestión sería Herida profunda, y mi buen amigo era Francisco Pérez Guzmán, historiador sensible y perseverante como el que más. Como bien escribe Capote Cruz, esta obra de Panchito es “crucial para entender el sentido de la política weyleriana y sus secuelas, incluso morales, en la formación de la conciencia nacional. A la luz de los debates actuales (…) merece leerse esta investigación rigurosa e inspirada, porque la historia no tiene por qué negarse a ser entrañable”[3].

En 1998, con motivo de los centenarios de la llamada Generación del 98; la guerra Hispano-americana[4] (a propuesta, años atrás, de Emilio Roig en el Congreso Nacional de Historia, pasó a reconocerse por nosotros como la “guerra Hispano-cubanoamericana”); y el fin del colonialismo español —que legó el veredicto lapidario: “más se perdió en Cuba”—; el periódico español El País publicó unas separatas sobre esas efemérides. Recuerdo, pues me quedó nítidamente grabado, la benévola definición en que allí se resumía el perfil del mallorquín Valeriano Weyler y Nicolau: “General de talante liberal que peleó en las guerras de Cuba”. Así de simple. Lo del generoso calificativo de “liberal” se debía sin dudas a que ya al final de su vida, el marqués de Tenerife confrontó a la dictadura de Primo de Rivera, discrepancias a mi modesto entender, más con visos palaciegos, de incondicionalidad monárquica y propios de su vejez.

Una obra “crucial para entender el sentido de la política weyleriana y sus secuelas, incluso morales, en la formación de la conciencia nacional”.

La proclama que diera inicio a la reconcentración weyleriana, entre otras normas draconianas, sentenciaba en sus primeros acápites:

Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal (…) Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

El segmento final del libro, con justicia llamado “Memorias de una herida”, comienza con la siguiente interrogante: “¿Cuántas veces un trágico episodio se torna asunto literario? A menudo los grandes hechos dejan huellas profundas en la sensibilidad colectiva. Sin embargo, no siempre es posible hallar tantas y tan recurrentes muestras en ficción (…) lectura histórica o juicio moral”[5] en correspondencia con su dimensión real en el imaginario de la nación. Coincido con la ensayista en que este traumático período de la historia patria no se encuentra por mucho lo suficientemente abordado por historiadores, escritores y artistas. Aquí se recapitula concienzudamente en las excepciones que confirman la regla. Quisiera detenerme en una, que mencionada como nota al pie, me es cercana, al aparecer en los agradecimientos del escritor segoviano Andrés Sorel, amigo de años y muy vinculado a todo lo que fuera nuestra Isla. En una de sus tantas visitas, Andrés me pidió colaboración, pues quería recorrer la región de Artemisa, escenario donde su abuelo había peleado en las tropas de la metrópolis, legando de aquella experiencia a la familia —en cartas y tradición oral—, un testimonio crítico contra las normativas aplicadas por Weyler. Lo puse en contacto con un escritor de esos lares, Eduardo Vázquez, quien siempre dispuesto le sirvió de cicerón. Más allá de las virtudes literarias que pueda tener, resalta en Las guerras de Artemisa (Editorial Arte y Literatura, 2011), la mirada disidente del otro, y más por tratarse del bando colonial.

“Coincido con la ensayista en que este traumático período de la historia patria no se encuentra por mucho lo suficientemente abordado por historiadores, escritores y artistas”.

Una de las varias virtudes de este libro de Zaida Capote Cruz, junto a una escritura que nos permite disfrutar de “el placer de la lectura”, es lo riguroso y para nada complaciente de sus enfoques, y un ejemplo es el ensayo final que nos ocupa, donde tanto en los olvidos y silencios desde la falta de iniciativa para perpetuar el drama histórico por parte de instituciones académicas y administrativas— como la mención epidérmica de intelectuales de indiscutible crédito, cuando en su caso “la pasión es algo que se echa de menos (frente a) lo que tantos pintaron como una tragedia (…) porque la huella potente y dolorosa de aquella ‘herida profunda’ todavía pervive”[6].

La literatura en sus potencialidades, como la cultura en general, nos da los recursos para ayudarnos a sobreponer cada período crítico de la sociedad, trascendiéndolo. Y esas reservas nos ayudan a compartir lo hermoso, lo terrenal, con la herejía, la rebeldía, la crítica, y todo contra los prejuicios y los dogmas, y a favor —desde un cenote de interrogantes—, del mejoramiento humano. Todo lo cual registramos y agradecemos en estas páginas. Y en la persona de su autora, a todos los que citados o no, le antecedieron en tan noble empeño.


Notas:

[1] Zaida Capote Cruz. Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción (Editorial Letras Cubanas, 2021), p. 94.

[2] Zaida Capote Cruz. Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción. Ob. Cit. p. 94.

[3] Zaida Capote Cruz. Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción. Ob. Cit. p. 190.

[4] Lenin en su momento la reconoció como una de las tres primeras guerras imperialistas del mundo, junto a la “Anglo-bóer” y la “Ruso-japonesa”.

[5] Zaida Capote Cruz. Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción. Ob. Cit. p. 143.

[6] Zaida Capote Cruz. Tribulaciones de España en América. Tres episodios de historia y ficción. Ob. Cit. pp. 183 ,184 y 199.