Bonifacio Byrne: el poeta de las transiciones

Juan Nicolás Padrón
16/3/2016

A finales de los años 50 y principios de los 60, cuando cursaba la enseñanza primaria, en la escuela siempre despedíamos la semana con el “viernes cívico”; se trataba de un sencillo y dinámico acto de unos diez o 15 minutos, preparado de manera ingeniosa y artística por alumnos de quinto y sexto grados, con la asesoría de los maestros: se leía algún brevísimo texto literario interesante, o se interpretaba una canción de Lecuona o Sánchez de Fuentes, o se representaba un fragmento de alguna obra teatral, o se recitaban versos de algún poeta ya apenas recordado. De aquella época, los poemas que más recuerdo son los de Bonifacio Byrne, no solo “Mi bandera”, reservado para el 20 de mayo y aprendido por todos de memoria como “Los zapaticos de rosa” de José Martí a pesar de su extensión, sino otros sonetos de Byrne como “Nuestro idioma” o “El sueño del esclavo”, que acompañaban en el libro de lecturas complementarias a los de Dulce María Loynaz, Gabriela Mistral y de poetas cubanos o extranjeros, que abarcaban gran variedad de temas y estilos. En aquellos breves e intensos actos bien preparados conocí al poeta matancero, y varias generaciones de cubanos desarrollaron un fuerte espíritu patriótico y cívico gracias a ellos. La poesía civil y social, que hoy cuenta con muy pocos estudios en Cuba, tal vez porque durante mucho tiempo padeció de no pocos malos cultivadores, se llevaba entonces a las escuelas con una intencionalidad indirecta muy eficaz, mezclada con temas del paisaje y dramas del ser humano que tocaban la sensibilidad de cualquier lector/oyente. Como balance, nos hacía sentir orgullosos de pertenecer a la Isla donde vivíamos, nos construía una fuerte identidad sin declararla, y al mismo tiempo, nos estimulaba a conocer otros versos y poetas de cualquier sitio.

Byrne había sido una de las claves de esa estrategia. Nació en Matanzas, en 1861, y además de poeta fue periodista y crítico literario; quizá por haber vivido en medio de la indagación del ser cubano, defendió con fervor sus raíces históricas, sociales y culturales, en momentos de génesis y fundación de una república cuya dependencia aquilató, además de comprobar la interrupción de sus esperanzas hacia una modernidad soñada, después de la liquidación del colonialismo español. Fue uno de los artistas que mejor pudo sintetizar ese desencanto, uno de los que de manera más expedita señaló el escepticismo y la frustración de ese instante histórico, con el empleo de sencillos recursos poéticos muy eficaces para la comunicación, luego de sucesivas transiciones en su lenguaje, temas y estilo literario. Se exiló cuando circulaba en Cuba un soneto anónimo dedicado a Domingo Mugica, inmediatamente después de que el patriota fuera fusilado en Matanzas el 20 de agosto de 1895: los españoles tenían la certeza de la autoría de Byrne y no les faltaba razón; el matancero se fue para Tampa, y desde allí contribuyó a los fondos para la Guerra de Independencia con parte de la recaudación de uno de sus libros; su amigo Nicolás Heredia lo consideró “el poeta de la guerra”. Cuando regresó del exilio y divisó que en El Morro estaban izadas las banderas cubana y norteamericana, escribió el famoso poema “Mi bandera”, asumido por el pueblo como resumen del sentimiento nacional. Martí, Byrne y Casal fueron poetas modernistas que expusieron en sus obras un evidente rechazo al imperio del dinero que se imponía con el cambio de siglo; en los tres casos, este repudio tenía una fuerte raíz ética, aunque solamente en Martí cristalizó en un ideario político; sin embargo, de los tres, solo Byrne llegó con vida a la inauguración de la naciente república.

Quizá por haber vivido en medio de la indagación del ser cubano, defendió con fervor sus raíces históricas, sociales y culturales.En su primer libro publicado, Excéntricas. Versos ―Prólogo de Nicolás Heredia. Imprenta Galería Literaria, Matanzas, 1893― Heredia enfatiza la “timidez casi femenina” y la “delicadeza en la expresión de sus estados pasionales”, partiendo del conocimiento que tenía sobre el joven poeta, colega en el ejercicio del periodismo en Matanzas, y especialmente por haber leído sus inéditas “Mariposas” ―de las cuales se incluyó una brevísima muestra en Poesía y prosa. Bonifacio Byrne. Selección, apuntes histórico-biográficos y notas de Saúl Vento; selección, prólogo y notas de Arturo Arango. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1988― de sabor romántico intimista, cercanas a las cancioncillas de José Jacinto Milanés y a algunas coplas de Juan Clemente Zenea. Heredia le atribuyó una transición a Byrne por “la horrible neurosis del artista”, pues no se explicaba el “comercio lírico con el diablo” propio de Excéntricas. Y si a las “Mariposas” les halló un estilo junto a su espontaneidad, no entendió la renuncia a los “gustos nativos” para asumir una inmersión en la “poesía del septentrión”, que atribuía a “algunas gotas de sangre sajona”, con aparente influencia de Heine y Baudelaire; en esa misma tónica especulativa, afirmaba que “nadie puede divorciarse en absoluto de sí mismo”, y recurría al poema “Mi anhelo”, dedicado a Julián del Casal, posiblemente el más modernista de los poemas de Byrne. En realidad, Heredia contraponía dos aspectos que podían ser complementarios en una naciente modernidad que no entendía.

Julián del Casal fue más comprensivo en su artículo “Bonifacio Byrne” ―La Habana Elegante, 30 de abril de 1893; en: Prosas. Julián del Casal. Edición del Centenario, La Habana, 1963, t. I― en que expuso sus singulares criterios sobre el poeta y acogió Excéntricas con inusual entusiasmo; para Casal, Byrne fue un poeta “triste, pobre, aislado en una provincia”, que hubo de dedicarse al periodismo ―“la institución más nefasta” porque, según Casal, despoja al escritor de su propia personalidad y aniquila sus ideas propias― pero halló en el matancero al “primero de los poetas de la nueva generación” ―los primeros modernistas en Cuba, como se sabe, fueron Martí y el propio Casal. Su admiración por este cuaderno se explica por la correspondencia con su ideal de poesía, “el sentido de lo vago, de lo misterioso, de lo lejano, de lo desconocido”, las “noches de insomnio” y la “embriaguez de vino”, y con su prototipo de poetas: “seres quiméricos”, con “nostalgia del cielo” y a quienes “Calígula les parece más interesante que cualquier Cleveland”. Casal no cree que Byrne esté renunciando a gustos nativos, ni supone que escribir sobre un escenario diferente al suelo patrio tenga que explicarse por una proporción de sangre sajona. Evidentemente, estaba mejor preparado que Heredia para entender el cosmopolitismo propuesto por la modernidad. Aunque parezca increíble, perviven en Cuba posiciones encontradas entre “casalianos” y “heredianos”.

Cuando regresó del exilio y divisó que en El Morro estaban izadas las banderas cubana y norteamericana, escribió el famoso poema “Mi bandera”, asumido por el pueblo como resumen del sentimiento nacional.Excéntricas fue un cuaderno de cierta originalidad en el contexto criollo; quizá causaron sorpresa el tema del diablo, el buque fantasma, náufragos, buitres, insomnio…; a pesar de que mantuvo esos rasgos temáticos del espíritu romántico y del intimismo de su anterior poesía, aparecieron nuevos elementos, como su ágil plasticidad ―“El buque fantasma”― y ritmo ―“El trovador” y “Las horas”―, la elaboración descriptiva ―“El diablo”― y la ornamentación suntuosa ―“Las joyas”―, entre otros aspectos, que lo acercan al modernismo. La fantasía sepulcral y el tema satánico llamaron la atención; la utilería del Infierno ―no exenta de ingenuidad y humor―, quizás en busca de una renovación en los temas de la lírica, no lograron perfección, y Casal llamó “lunares de terciopelo” a ciertas expresiones ordinarias y extravagantes, rebuscamientos o prosaísmos desproporcionados. Sin embargo, posiblemente haya sido Byrne el poeta más importante entre Casal y Boti, porque su práctica transicional buscaba originalidad aunque la obra no llegara a la intensidad y la altura que requerían los asuntos abordados. La soledad y la muerte, el tema principal en Excéntricas, reproducía sensaciones abstractas macabras que, aunque no lograran trascendencia, conseguían transmitir hastío y angustia ante una difícil situación política que posteriormente fue revelada con sensibilidad concreta y patriótica, cuando dos años después de la publicación de este libro se convirtió en un poeta subversivo y desterrado.

Posiblemente haya sido Byrne el poeta más importante entre Casal y Boti.Fue el momento de sus Efigies. Sonetos patrióticos ―“Pórtico”, por Carlos Pío Uhrbach. Levytype, Filadelfia, 1897― en que suma otra transición hacia la definitiva poesía patriótica, de larga trayectoria en Cuba desde José María Heredia. Byrne exhibe mayor síntesis expresiva ―“Los Maceo”― sobre todo al elegir qué voz poética usará, si un lirismo intimista de bajo tono ―“Armando Menocal”― o la enaltecida pasión de sus emblemáticas hipérboles ―“Bernabé Varona”. Su vínculo con lo simbólico demuestra sus relaciones con la imagen personificada del héroe, representativa de la emoción histórica ante héroes que libraban la batalla por la independencia, en el apogeo de la guerra. Si sentimos desgastado un adjetivo, es por el abuso que tuvo después; si algunas expresiones están puestas en boca de los héroes antes de morir ―como en “Serafín Sánchez”― es porque fueron recogidas de los comentarios de los exiliados cubanos en EE.UU., y puede suponerse su significado emocional. El espíritu nuevo de rebeldía reclamado por Martí para ir a la guerra, se afianza con el “Pórtico” de Carlos Pío Uhrbach, exquisito poeta modernista, amigo de Byrne, quien muriera en la manigua peleando por Cuba libre. Efigies dejaba una impronta convincente en sonetos cargados de pasión patriótica y de una perspectiva ideológica que luego se acentuaría de manera más radical en su obra de proyección antimperialista. Más que encontrar valores poéticos en estos sonetos, a veces descuidados y hasta con ripios, se trataba de aprovechar en ellos su utilidad en la conformación del sentido patriótico requerido en aquellos momentos.     

Su vínculo con lo simbólico demuestra sus relaciones con la imagen personificada del héroe.En Lira y espada ―Prólogo de Nicolás Heredia. Tipografía El Fígaro, La Habana, 1901― puede notarse otra “transformación que ha experimentado el espíritu de Byrne”; su obra, iniciada con un “tema de significación puramente individual”, ha transitado hacia un interés colectivo, después del fusilamiento de Mugica. Como apuntara Heredia, “su instinto poético se ha afinado”, y uno de los aciertos de Lira y espada ―título sugerido por el prologuista, como siempre― ha sido mezclar “hábilmente las poesías patrióticas con aquellas que responden a otro orden de ideas y sentimientos”. El venezolano Rufino Blanco-Fombona, quien leyó en Filadelfia, en 1893, algunos de los poemas del cubano y desde entonces lo siguió, encontró que en su poética lo mismo se trovaba lo noble y exquisito que la hoguera política del patriotismo, y advertía que “Byrne ha inaugurado en América un género especial de arte; el arte de cantar la guerra sin cañones” ―Poesía y prosa. Bonifacio Byrne, cit.― pues en los cantos épicos de los poetas americanos se siente constantemente el tronar de las fusilerías y el grito exaltado de la consigna; posiblemente uno de los mejores ejemplos de cómo llevar la indignación hacia el opresor y alimentar el patriotismo con una solución más refinada, sea “El baile”, aunque, sin dudas, el que más ha trascendido es “Mi bandera”.


 

Su último poemario publicado, En medio del camino. Poesías ―“Pórtico”, por Conde Kostia, seudónimo de Aniceto Valdivia. Imp. de T. González, Matanzas, 1914― recuerda el entorno temático y el espíritu provinciano de libros como De mi villorio, 1908, del poeta colombiano Luis Carlos López, o La sangre devota, 1916, del mexicano Ramón López Velarde; el primero, con sonetos dedicados a objetos y personas sencillas de Cartagena de Indias, y el segundo, con la catolicidad de un pueblo de México, y aunque en el caso de Byrne no fue tan evidente este sentido religioso, se siente el refugio y la búsqueda espiritual de la provincia. Un poema como “Los colores” aborda un tema típico de su época: las relaciones del espectro visible con los sentimientos; se aprecia asimismo la personificación de los objetos ―“Los muebles”― para descubrir presencias reiteradas, ilustrativas de la cotidianidad cubana, inmediatamente después del entusiasmo modernista. El conocimiento de la naturaleza humana, sus laberintos y peligrosos abismos, constituyó otro de los empeños de Byrne al arribar a la última de sus transiciones, en el período que se ha llamado, quizá sin mucho fundamento académico, posmodernismo. Para participar en la república después de ser “el poeta de la guerra”, se requería encontrar otra voz que intentara apresar algunas de las frustrantes realidades que lo rodeaban. Más que insertarse en una estética, su interés se concentró en buscar una ética de la intimidad, coherente con una digna actitud ciudadana; por ello, su constante inconformidad expresada en cuestionamientos, terminó revelando una clara posición antimperialista.

El conocimiento de la naturaleza humana, sus laberintos y peligrosos abismos, constituyó otro de los empeños de Byrne.Atendiendo a un entusiasta elogio a “Lo que se propone el soviet ruso”, pudiera pensarse, con Nicolás Heredia, que “ha dejado la cruz de la poesía por la cruz del socialismo”; sin embargo, no fue esa la perspectiva política ni ideológica de Byrne. Sencillamente su voz se confundió con el sentimiento de su pueblo e interpretó la emoción colectiva, bien acudiendo a una sensibilidad original, a la elevación patriótica en los momentos necesarios o a una crítica ácida a la vida cotidiana de la provincia: a una reflexión ante “El papalote” o al repudio suscitado por el descriptivismo fotográfico de “Un demagogo”. Se le ha señalado que su impresionismo visual no alcanzó a penetrar las esencias, pero su obra dispersa en publicaciones periódicas, a pesar de la mirada ingenua, contribuyó a la formación de una conciencia ética que se rebelaba contra la corrupción política y contra la politiquería como forma de vida. “Lasciate”, elegía consagrada a Cuba en 1901 y dedicada a Juan Gualberto Gómez, favoreció el sentimiento antimperialista, en plena Convención Constituyente que terminó aprobando la Enmienda Platt. El espíritu de “Mi bandera” inspiró numerosos poemas posteriores, y aprendido de memoria, acompañó el proceso de cambio de paradigma en una época trascendental. Nadie negará que su obra no se circunscribe solo a un verso recordado por generaciones de cubanos, sino que las estrofas de su inmortal canto dieron voz a la sensibilidad colectiva; la mejor prueba fue la declamación enronquecida del comandante Camilo Cienfuegos, en uno de los tantos momentos de amenaza imperialista para la Revolución cubana. Byrne, fallecido en 1936, fue útil mucho tiempo después y puede seguir siéndolo; valdría la pena reeditar sus poemas —y sus prosas― con una selección más amplia y, sobre todo, que se leyeran en nuestras escuelas algunos de sus poemas y de sus breves e intensas narraciones, en “dosis exactas”, combinados con temas más actuales, y no como “mal necesario” para cumplir un programa, sino como instrumento eficaz para la construcción de nuestra identidad patriótica y para la formación cívica de cualquier ciudadano cubano.