Los siglos XVIII y XIX señalan un gran auge del idioma francés. Es el llamado idioma de la cultura, de la moda, de las buenas maneras, de las exquisiteces culinarias, de la diplomacia… Aprender francés, para la aristocracia criolla, se convierte en un elemento chic. Pero más allá de “la moda”, lo cierto es que el francés es ya por entonces una de las lenguas más importantes para la comunicación entre los pueblos. Leer a Balzac, a Víctor Hugo, a Flaubert en el idioma original es un placer y un privilegio.
Los nexos entre Cuba y Francia fueron siempre muy cercanos. Las familias opulentas solían embarcar a sus hijos para que estudiaran en París, preferentemente en La Sorbona. Un título, un diploma de allá, era excelente carta de presentación en cualquier cenáculo criollo. José Martí, que en modo alguno provenía de familia rica sino humilde, pero poseía un talento excepcional, visitó Francia en tránsito hacia América, recorrió algunos de sus museos e instalaciones de mayor interés, y escribió crónicas sobre la cultura y la literatura de ese país, cuyo idioma dominaba.
María de las Mercedes Beltrán de Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin. Foto: Internet
Sin pretensiones de exhaustividad, con una simple apelación a la memoria, recordamos algunos nombres de escritores nacidos en Cuba que escribieron la totalidad, o al menos parte de su obra, en la lengua de Víctor Hugo. Fueron ellos cubanos educados en Francia, donde desarrollaron su quehacer intelectual.
Primero que todos, cronológicamente, aparece María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, la condesa de Merlin (aunque lo de “condesa” llegaría mucho después). Ella siempre escribió en francés y de su paso por aquella sociedad, entre la cual fue bien conocida, ha apuntado el doctor Salvador Bueno que “la cubana condesa de Merlin brillaba en aquella sociedad decadente por sus dotes de belleza y de ingenio, y también por una aureola de exotismo —la llamaban la bella criolla— que le ofrecía el hecho de ser hija de una tierra lejana y legendaria, de una isla antillana perdida en el mar de los trópicos”.
En París, el círculo de amistades de la condesa incluyó a personalidades como Balzac, Liszt, Rossini, George Sand, Alfredo de Musset… Viajó por Europa. Enviudó y murió en Francia a los 63 años, el 31 de marzo de 1852. He ahí sucintamente los datos de su vida. Su obra incluye Mis primeros doce años, que apareció en 1831 y se tradujo al español siete años más tarde, y Viaje a La Habana, de 1844, prologado por Gertrudis Gómez de Avellaneda. Escribió también una novela, Flavia (1841), y otros textos, uno de ellos referido a la esclavitud en las colonias españolas.
Sigue en orden el caso del santiaguero Pablo Lafargue, con mezclas de sangre francesa y caribeña, nacido el 15 de enero de 1842. Proveniente de familia acomodada, completó estudios en Francia, se hizo médico y descolló como pensador y escritor de temas filosóficos dentro de la vertiente del socialismo y el marxismo.
El cubano se casó con una hija de Carlos Marx, Laura, y en adelante se convirtió en colaborador de este y difusor de sus doctrinas por Europa. Además escribió algunos libros, el más conocido titulado El derecho a la pereza, de 1880.
Lafargue, quien se movió por varias naciones europeas aunque vivió mayormente en Francia, permanece en la memoria por el pacto suicida que puso fin a su vida y a la de su esposa, el 25 de noviembre de 1911. En su célebre carta testamento escribió: “Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la suprema alegría de tener la certeza de que muy pronto triunfará la causa a la que me he entregado desde hace cuarenta y cinco años”.
El tercero cronológicamente es José María de Heredia Girard —primo de José María Heredia y Heredia, autor de la oda Al Niágara y otras célebres composiciones—, casi desconocido para los cubanos. De Heredia nació el 22 de noviembre de 1842, en las cercanías de Santiago de Cuba, quedó huérfano de padre a los siete años y a los nueve fue enviado a Francia, para estudiar interno en un colegio. De Europa regresó en 1858 y permaneció en Cuba hasta 1861, oportunidad que aprovechó para perfeccionar su español.
De vuelta a Francia, hizo estudios en la Escuela de Diplomacia y en la Facultad de Derecho, halló cabida en las tertulias literarias francesas y dio a conocer sus primeros textos poéticos en la Revue de Paris, donde casi de inmediato captó la atención de críticos y lectores, entusiasmados con la riqueza de su vocabulario, la corrección formal de sus rimas y el caudal de sus conocimientos. Las colaboraciones poéticas se extendieron a otras publicaciones y la reputación de José María de Heredia creció con prontitud, pese a no tener publicado aún ningún libro.
Víctor Hugo, Gustave Flaubert, Leconte de Isle y otras personalidades de la cultura reconocieron el lugar que en las letras se estaba abriendo el cubano nacionalizado francés. No fue hasta 1893 que José María de Heredia reunió sus sonetos y otras composiciones en un volumen que tituló Les Trophées, cuyo éxito fue considerable, agotándose en pocas horas la primera edición.
Maestro del soneto, fue también un excelente traductor. La verdadera historia de la conquista de Nueva España, relato vívido del cronista y conquistador Bernal Díaz del Castillo, le representó un esfuerzo extraordinario: el de llevar el castellano antiguo en que estaba escrito a un francés arcaico con sabor de época, ejemplo del espíritu perfeccionista con que José María de Heredia asumió el trabajo literario. Murió en el castillo de Bourdonné el 3 de octubre de 1905.
Cerramos estos apuntes con el caso de Augusto de Armas, un habanero de muy corta existencia que escribió mayormente en francés. Nacido en 1869, tuvo una educación esmerada, pese a lo cual abandonó los estudios antes de concluir el bachillerato y después no prosiguió, como hubiera gustado a su familia, carrera universitaria alguna.
En 1888 embarcó hacia Francia y en Europa transcurrió el resto de su vida breve, que se truncó en 1893, a los 24 años. En París comenzó a trabajar en la redacción de un diario y allí presentó sus cuentos, pero el primero de ellos resultó escandaloso, le ocasionó una multa y otros contratiempos.
En la Ciudad Luz estableció nexos con los intelectuales —Sully Prudhomme y el cubano francés José María de Heredia, entre otros— y alcanzó un dominio de la lengua francesa que le permitió expresarse con la misma facilidad que en español. Publicó allá su único libro, Rimes byzantines, en 1891. Y pese a su condición de extranjero y de figura extraordinariamente joven, fue un autor tenido en cuenta dentro del exigente panorama de la literatura francesa, donde colaboró en América en París y en L’Echo de France, en este último con seudónimo. También dejó inédito un libro titulado Le poème d’un cerveau.
En Cuba se recogieron algunos de sus versos en más de una antología y, en su tiempo, mereció elogios de importantes críticos y escritores: Rubén Darío, Alfonso Reyes, Max Henríquez Ureña, y entre los cubanos, de José Martí, Diego Vicente Tejera, José Manuel Poveda, Aniceto Valdivia (Conde Kostia) y varios más.
Esperamos que estos apuntes, que ven la luz durante la celebración del XX Festival de Cine Francés en Cuba, alumbren acerca de una relación en la que los del lado de acá también hemos realizado contribuciones a la cultura de los del lado de allá del Atlántico.