Aún nos queda la noche, en Santa Clara
27/9/2017
En la noche del sábado 23 de septiembre, inauguramos un nuevo espacio que lleva por nombre Aún nos queda la noche. Desde ahí se intenta rescatar la oralidad lírica que, sobre todo en las décadas del 80 y 90, suplió en Santa Clara la carencia de opciones editoriales, dando a conocer muchas de las voces que hoy son imprescindibles en el panorama poético cubano.
Arístides Vega Chapó. Poeta, novelista y anfitrión del nuevo espacio. Foto: Perfil del autor
Aún nos queda la noche, intenta, además, rendir homenaje a uno de los poetas más sobresalientes de nuestra región, Carlos Galindo Lena, quien en el 2001 publicara en la Editorial Capiro un poemario con este revelador título.
En esta primera edición estuvo de invitado el poeta Sergio García Zamora (Esperanza, 1986), licenciado en Filología por la Universidad Central de Las Villasy quien, en 2003, y con apenas 17 años, publicó su primer poemario, Autorretrato con abejas. Este fue el inicio de la publicación de una docena de títulos, muchos de ellos ganadores de prestigiosos premios de poesía nacionales e internacionales, como el Premio Internacional Rubén Darío 2015 y el XXIX Premio Loewe a la Creación Joven.
A este intento por rescatar la oralidad poética se sumarán prestigiosos artistas de la plástica, que concebirán postales con un poema de cada autor invitado a este nuevo espacio mensual, con sede permanente en el Foro Agesta de la Uneac villaclareña. En esta primera edición de la tertulia, el artista de la plástica Ramón Ramírez Ruiz trabajó sobre el poema Acerca de un arte supuestamente extinto, de Sergio García Zamora.
Fue Basilia Papastamatiú, la más cubana de las grecoargentinas, quien desde su sección en Juventud Rebelde nos hizo conocer a Sigfredo Ariel y después a lo que Bladimir Zamora llamó la Poesía del Centro. Pero el conocimiento real vino desde la Oralidad, pues los años ochenta del pasado siglo fueron tiempos de silencio editorial a todo lo que escapara de “horma vigente”. Nos parecía imposible que Pedro Yánez recitara de un tirón su Diario del Ángel, pero lo hacía y parece que con tanta frecuencia que antes de escucharlo yo repetía fragmentos que los santaclareños se sabían de memoria.
El entrenamiento para escuchar y la voracidad de conocimiento de esos poetas eran tal, que en Santiago de Cuba, en una habitación del Hotel Bayamo, me escucharon leer Canto por la amada que fue, el último libro de Saint John Perse, traducido por la mexicana Elsa Cross. Solo se escuchaban las palabras del mulato confundidas en el ruido de mi voz. Entre aquellos que escuchaban estaba el jovencísimo Arístides Vega, precedido ya por el prestigio poético que nunca le ha abandonado.
Bienvenidas la voz y la poesía.