“Entré en la bolsa y vi cómo eran ellos
dice el orate y vuelve la cabeza”
Ángel Escobar, 1994
Las imágenes suceden como pesadillas,
son muchos los títeres de hipotenusa rumbo al sitio
donde la piedra ha sido desterrada.
Pongo esa piedra en mi cráneo como sello porque la calle acaba
y la ciudad dormida padece de insomnios,
malas compañías cual rebaño —logaritmo Génesis—.
Apostamos a lo desconocido que viaja para culparnos.
Esta sentencia llega para confundirnos desde la vitrola
entretejer los genes de la culpa espejo de un refugio
donde fueron a parar mis tardes, los cohetes selváticos.
Nos contaminaba una euforia desnuda traída por máscaras
creímos en la suerte de los muertos herederos de esa moda
vendimos la palabra.
Nadie pudo culpar al reloj, la mirada ajena, la utopía.
Decidimos colgar al pueblo, adueñarnos del prejuicio en venta,
disfrazarlo porque parecía un buen comienzo.
Aceptamos créditos para el festín.
Fuimos como niños jugando a los muñecos
tal vez esos muñecos que sueñan con ser niños y crecer sin solapines.
La costumbre cansa.
Son demasiados días, demasiadas bombas
qué digo bombas, demasiados muertos después de ensayo del domingo.
No es el nombre de la piedra sino el ego de los elefantes lo que heredamos,
tal vez la impotencia de leones mansos
que alquilan su melena para servir la mesa con la venta diaria
o aceptar este dolor de estómago puesto en la ventana
a ver si tiene suerte y regresa pronto, quizás,
porque las estatuas no descansan y hay que colgar algo,
no precisamente el sable, ni la sed, sino la credencial de ir y venir a nuestro antojo,
elegir ser moros en la costa, aprender la orilla desde el banco
incendiar esta ciudad donde nacemos
y podemos construir nuevas mentiras sin miedo a estar entre los aplastados.
Yo que no conozco la hora del té, del café, del pastelillo árabe
me estudié las reglas donde había cerveza para hipnotizarnos
anacronismo sobre ruedas, bisutería aguardando el turno, tanto horizonte.
Desmiento esta sentencia
nadie tiene derecho de culparnos o cobrarnos el Este del país
omníparos, como analogía del sudario que persigue un fin con gorgojos entre dientes
formamos en fila por si decide el führer nos encuentre
resanando nuestras piedras como mamíferos,
holografía tercermundista en la vidriera, silencio entre una cosa y otra.
Vamos de permuta como desmemoriados en busca de otra muerte
huyendo de este circo que brinda sus cuartos de calle,
llámennos payasos, trapecistas, domadores de bestias,
no estamos en contra.
Hasta el oboe tiene agujeros y llaves y no se queja, ni celebra nupcias.
Aparentamos la conformidad ya que de nada sirve desbordar la copa
sonreír a esos que van de smoking —entre otras cosas y una—
para hacernos gemelos culpables de la desnudez en la maleta.
heridos por ser renuentes a negociar nuestro epílogo.
Pensar en la tierra como promesa nos consume, dicta un epitafio,
propone nuestros cuerpos al salitre
para que oxidemos el futuro porque es la única fuga de la escena
donde se contamina hasta el desierto como a las cruces de metal.
Miramos el anafre que arde vacío,
probamos este azar de bombas,
se nos pudre la piel en el refugio psíquico
pongo esta piedra dónde nos cuentan al revés nuestra sentencia.