Soy un admirador de Rosa, como todo el pueblo de Cuba
16/6/2020
El dramaturgo José Milián fue gran amigo de Rosita Fornés por largos años. A ella le dedicó una de sus obras más trascendentales, y a él le correspondió el honor de prodigarle los elogios más emotivos. Milián compartió aquí el testimonio de sus sentimientos por esa gran mujer y algunas anécdotas de sus vínculos profesionales.
Para matar a Carmen es el título de la obra que José Milián dedicó a la Fornés. ¿Por qué se inspiró en ella al escribirla?
“Cuando entré en el Teatro Musical de La Habana, me llamó Héctor Quintero para que integrara la plantilla del grupo. Estaban buscando obras que se prestaran para el repertorio, obras que tuvieran que ver con la música, en las que la música estuviera insertada con cierta organicidad en el texto. Hice Para matar a Carmen y, cuando uno escribe, a veces imagina qué actriz pudiera hace ese papel. Uno piensa en una actriz con fuerza dramática y que, al mismo tiempo, pueda cantar. Aunque la obra no es exactamente la que cuenta Prosper Mérimée, es una mujer buscando la perfección en el amor. Y entonces uno comienza a especular: ¿Quién tiene esa fuerza? ¿Quién tiene esa presencia física? Además, la obra tiene una connotación trágica, porque desde la primera escena se sabe que Carmen muere. Es la heroína trágica que nunca va a conseguir lo que quiere. Teníamos actrices en el Teatro Musical, todavía yo no había fundado el Pequeño Teatro de La Habana, pensé en quién podría hacerlo y siempre me venía a la mente alguien como Rosita Fornés. La conocía, solo como todo el pueblo de Cuba, de verla en televisión, en cine, de ir a ver sus espectáculos, todavía no había aparecido en cine. Pensé en ella, pero sin intención de que hiciera la obra, eso era una ilusión. Simplemente le dediqué la obra porque pensé que ella podía interpretarla. Por otra parte, se la dediqué porque yo soy su admirador, como casi todo el pueblo de Cuba, sin tener ningún tipo de relación con Rosa, creo que ella ni se enteró de que yo le había dedicado esa obra”.
Ha dicho que, durante el proceso de trabajo de la obra, compartió con Rosa “meses de pan, techo y momentos de soledad”. Me gustaría que narrara una anécdota de aquellos días luminosos.
“Yo pienso que los buenos recuerdos pueden aparecernos en la distancia como bellos sueños. Nunca llegué a creer que Rosita pudiera protagonizar la obra, ni siquiera porque se la había dedicado a ella. Se dieron circunstancias favorables, había un intercambio cultural con México, me invitaron y a Rosita también. Personas que nos conocían enseguida propusieron que se hiciera Para matar a Carmen. Recuerdo que, en las primeras etapas de trabajo, yo vivía en casa del productor y Rosa vivía en otra casa, estábamos en otro país. Yo tuve muchas dificultades, incomprensiones lógicas de la producción, y Rosa me dijo un día: ‘Esto no puede continuar así, no puedes estar lejos de mí pasando trabajo, así que vienes a vivir conmigo’. Un buen día me monté en un carro, llegué al apartamento de Rosa y me quedé con ella. Todos los recuerdos que tengo de esa etapa son maravillosos, no puedo decir que haya uno malo. Es más, todavía añoro esos encuentros, esos almuerzos donde aparecía la secretaria de Libertad Lamarque, o aparecía Ninón Sevilla. A veces Ninón Sevilla nos llevaba a Rosa, a Tony Besteni —el peluquero de Rosa—, y a mí, a almorzar a su casa. Hacía un almuerzo especial para nosotros, los cubanos. Una vez compartimos el almuerzo con Manuel Mendive, y Ninón fue quien cocinó. Ninón era mi ídolo cuando yo era niño y Rosa era su amiga íntima. Hubo momentos de trabajo de mesa, antes de llegar a los ensayos, esos en los que nos reuníamos y hacíamos anécdotas de Cuba, yo escuchaba lo que contaban Ninón y Rosita, les tomaba fotos, hacía videos; fueron francamente inolvidables. Hoy, pensando en ellos parece que nunca sucedieron, siento como si los hubiera soñado porque fueron demasiado perfectos”.
¿Estuvo la Fornés, como actriz, a la altura de lo soñado por el dramaturgo? ¿Cómo la recibió el público?
“A Rosita la adoraban en México, y todo el tiempo salían en la prensa noticias sobre ella. La gente esperaba con mucha ansiedad la aparición de Rosa haciendo una obra en vivo. Muchos la vieron en películas que hizo en la época dorada del cine mexicano. Cuando me entrevistaban, siempre tuve la sensación de que tenía en las manos, como director, algo tan grande que yo mismo no era capaz de valorar. Era esa mujer extraordinaria que cuando subía al escenario a ensayar conmigo se crecía, con la cual una relación de trabajo era algo tan profesional y, al mismo tiempo, tan espectacular que no podía medir la dimensión de aquello que estaba pasando. Yo veía a Carmen Rosa, a Rosa Carmen, y lo que más me llamaba la atención era que Rosa, que había pasado por una operación en Cuba, cuando llegó a México tenía ciertas dificultades para caminar, a veces usaba bastón. La obra exigía de ella mucha fuerza, mucha entrega, tenía que arrodillarse, caerse, levantarse. A veces sentía el temor de que, físicamente, ella no pudiera hacer lo que la obra exigía. Y claro que pudo, no tuve que cambiar nada, hizo exactamente todo lo que habíamos planeado en el trabajo de mesa y en las improvisaciones. No es que ella estuviera a la altura, yo estaba ante un fenómeno extraordinario, que era difícil de valorar. Eso tenía que estimarlo el público, y el público adoraba verla en escena, bailando, cantando. Era algo tan espectacular, tan inolvidable, no tengo experiencia o comentario negativo, todo lo contrario”.
Con frecuencia, en su muro de Facebook, comparte fotos y recuerdos de su larga amistad con Rosa. ¿Por qué, entonces, su colaboración artística se limitó a una sola obra?
“La amistad y el trabajo son dos cosas difíciles de conjugar. Siempre he tenido grandes amigos trabajando conmigo en escena, mano a mano; pero he tratado de que las relaciones de amistad y de trabajo no se mezclen. Como yo había fundado el Pequeño Teatro de La Habana, mi interés era en el momento de la fundación dedicarle todo el esfuerzo al grupo. Conmigo se habían ido actores del Teatro Musical, yo tenía que justificar con resultados artísticos. Tanto es así que, en la primera evaluación que se hizo del trabajo del Pequeño Teatro de La Habana, la presidenta del jurado fue Rosita Fornés. Ella venía a los estrenos del grupo, participaba en actividades con nosotros, pero la relación de trabajo estaba centrada en el Pequeño Teatro de la Habana porque me interesaba que aquel proyecto avanzara. Y, como esas cosas que suceden, el tiempo va pasando, la amistad seguía y compartíamos recuerdos. Me hace gracia recordar que, cuando fui a estrenar Lo que le pasó a la cantante de baladas, le dije: ‘Rosa, no tengo un vestido espectacular para el personaje de Olimpia, que era interpretado por Gina Caro’. Me dijo: ‘Yo te doy uno de mis vestidos, ven a buscarlo a mi casa’. Yo fui, lo buscamos y nunca se lo devolví. Nos lo quedamos, porque para nosotros era una joya. Tener un vestido que Rosita nos había prestado, con el que ella subió muchas veces al escenario, en Lo que le pasó a la cantante de baladas, que no tenía nada que ver con ella —la obra habla del destierro—. Fueron las circunstancias, nada en especial impidió que trabajara otra vez con Rosa. Después vino el tiempo. Los años nos caen encima y, de pronto, uno descubre que toda aquella gente amada, sin motivos, se ha ido distanciando por el ritmo de la vida. Nunca hubo circunstancia que impidiera que pudiéramos seguir trabajando, simplemente fue la vida.
Usted pronunció el elogio a Rosa Fornés en la ceremonia de entrega del primer Premio Nacional que ella recibió, el de Teatro. ¿Por qué fue elegido para tan emotiva ceremonia?
“Yo fui el primer sorprendido, estaba tan emocionado que ni yo mismo me explicaba qué hacía yo allí. Imagina que yo tenía a Roberto Blanco al lado, a Nelson Dorr, a María de los Ángeles Santana, creo que estaba Pura Ortiz también. Yo mismo no sabía cómo había llegado allí, no sé quién decidió que Milián hiciera el elogio de Rosa. Si te soy sincero, debo decir que habría preferido que lo hiciera otra persona. Creo me quedé corto con lo que dije, Rosa merecía más, quizás yo estaba demasiado cerca emotivamente, estaba muy cerca de ella y no valoré todo lo que debió valorarse de su trayectoria, lo hice lo mejor que pude, lo hice desde mi corazón.
Leí el elogio con un ataque de nervios porque siempre tuve la sensación de que Rosita se merecía mucho más de lo que puedo describir con palabras. Recuerdo que, en los últimos momentos de la lectura, levanté la vista del papel que leía y la tenía a ella sentada enfrente, su mirada, en ese momento, la tengo clavada en mi memoria. Con sus ojos me agradeció, mientras yo pensaba que estaba muy por debajo de los elogios que ella merecía”.
Agradezco a Norge Espinosa y a Fernando Yip la colaboración para la realización de la entrevista.