Pathos o Marketing
16/2/2018
No voy a ejercer (permítaseme citar a Ronaldo Menéndez) “el derecho al pataleo de la retórica sobre los novísimos” [1]; no resulta ético y en algún sentido resulta algo así como una apostasía. Si bien a esos escritores no me unen temas o consensos me unen el contexto histórico-social (bien complejo) y el sentido de pertenencia a él.
Quizá nunca antes la narrativa cubana gozó de las potencialidades que hoy exhibe. Cualquier crítico avisado podría citar cien nombres de narradores nacidos después de 1959, publicados o aún no bautizados por la imprenta, premiados o aún no elegidos para un premio; todos ellos, sin embargo, con propuestas de evidente y asombroso valor. Muchos ya no promesas, sino creadores de facto, con pasmoso dominio de la lengua, de sus vericuetos técnico-estilísticos, con oficio innegable.
En la actualidad (novísimos, transnovísimos, postnovísimos) se está ante un recodo del camino donde (discúlpese la hipérbole) —felizmente— todos devienen escribas, como ocurre en el conocido texto de Cortázar. Me aventuro a vislumbrar, sin embargo, ciertas manías, lugares comunes, modus operandi en los que creo entrever ciertos peligros. Los mismos que de una forma velada o explícita han trascendido de las formulaciones de Alberto Guerra, Eduardo del Llano, Amir Valle y otros. Uno de los grandes errores de cualquier postulado lo es pecar de absoluto. Por ello significar que el problema actual se enmarca exclusivamente en el engranaje contenido-forma resulta una nimiedad. Una nimiedad, no obstante, que de enfrentarse sin maniqueísmo puede brindarnos cierto prisma de la actual problemática.
Mucho se debatió para que se entendiera que el escritor es un inconforme (oh, Sartre), un inadaptado (oh, Freud). Se intentaba destronar la mojigatería beatífica y subirse a la grupa de una bestia piafante, pero de pura sangre. Los novísimos conocieron la intolerancia, el sambenito de diversionismo ideológico, el realismo socialista, el panfleto. Época contradictoria (y dramática: quinquenio gris y otros grises) donde predominaron las loas, el puro e impuro didactismo, el sacrosanto dominio del contenido (recuérdese el Diccionario Filosófico de Rosenthal e Iudin; el formalismo era pecado mortal de lesa ideología burguesa). Se salvan aquellos libros que hoy todos conocemos.
Lentamente se fue gestando. Alguien debería fijar los orígenes. Evoco un Encuentro Debate Provincial de Talleres Literarios; octubre de 1986 en Ciudad de la Habana, Ricardo Arrieta me propone formar parte de un Grupo de Literatura Social. El hecho no debe ser recordado por él. Al final se logró romper barreras, dogmas más fuertes que los del Papado en 1480, hubo alarmas, intentos de detener la galerna, tirones de cabellos de moralistas, demagogos y puritanos. A despecho de la fauna anterior comenzó a aparecer una literatura distinta, polémica, agresiva, sin afeites ni make up. En buen cubano aquello fue un papazo. Puede compararse con una revolución. Me arriesgo a llamarlo así porque eso creo que fue; búsquese si no la acepción de la palabra.
Mas, así como nunca es la misma agua bajo el puente así también la situación evolucionó. Vaticino se ha impuesto la vieja teoría del Generalísimo sobre la no permanencia del cubano en el fiel de la balanza, o la no menos conocida teoría del bandazo. Sostengo que la situación contiene la semilla de posibles peligros. Estos grupos han sido (y aún son) severamente atacados por ciertas jaurías, me arriesgo a ser tomado por un ejemplar de la camada. Ya no son las loas más acéfalas, “ahora se toma lo más sucio, bajo, maloliente, pérfido, oscuro, sombrío y desesperanzador que hay en la realidad” [2], pululan hasta el hartazgo las ya clásicas jineteras, el onanismo, el sexo homo y hetero, la alienación juvenil, el desarraigo, la marginalidad, los balseros. Al contenido idealizadamente azul sucede ahora el contenido fangoso. Algunos desempolvan textos clínicos en busca de perversiones dignas de un Sade para incluir en un cuento. No se trata de descalificar temas. Ningún tema es bueno o malo, cualquier discurso puede estar sostenido por una eticidad que no puede negarse a obras genuinas (y nadie puede afirmar que un cuento sobre una frikie jinetera drogadicta de padres balseros y hermano con sadismo anal no pueda ser una obra genuina). Descalificar una obra por su tema, tanto como premiarla por su tema, es puro infantilismo. Desgraciadamente, en este último infantilismo se está incurriendo en la actualidad. Los jurados están premiando a mansalva estos temas. Puede que los gustos de “los jurados cambien más lentamente que la capacidad de los escritores para adaptarse a ellos” [3]; pero cuando se comienza a escribir exclusivamente para las delicias de jurados y las caricias de un premio algo anda mal. No debe olvidarse que jurado no es una categoría supranatural o metafísica, no se trata de mónadas galácticas ni corporaciones secretas; es normal que los conformen los propios escritores o especialistas muy cercanos a ellos. El predominio de ciertos grupos o sectores con idénticos gustos y corrientes de opinión cierran el circuito.
En otro orden de cosas lo narrado ya no interesa, el tema (si lo hay) carece de trascendencia, la palabra, el lenguaje, deviene personaje central, no importa qué se narra, sino cómo se narra. No es secreto para nadie que de materiales triviales no pocos escritores han extraído obras gigantescas; sin embargo, esos tour de force están firmemente sostenidos: el tema (no creo pueda existir literatura sin él; para Bajtin toda forma no es sino la forma de un contenido, no existen teóricos de tendencia alguna que logren sostener una narrativa huera), ha sido magnificado por el tratamiento que le ha conferido su creador. En la actualidad es común enfrentarse a un texto de quince páginas y deambular por un laberinto de excelente dominio lingüístico, bad writting, técnica apabullante, pirotecnia verbal, grandes dosis de ensayismo; se infiltran en un texto narrativo Roland Barthes, Harold Bloom, Maurice Blanchot, semiótica, semiología. El tema suele no aparecer por sitio alguno, en ocasiones resulta muy difícil de identificar; la materia narrada se hace inasible, quedan solo palabras. Puede pensarse que tales malabarismos han decretado el fin de la fantasía.
En muchos casos tiene lugar un híbrido de ambas variantes. Los jurados están premiando también esta otra propuesta, y desde luego, también al híbrido. Aquí comienza precisamente la alerta roja, la reacción en cadena. Allez, todos desean ser premiados, afiliarse a esos temas o a esas formas parece ser la solución. El círculo vicioso se cierra. El mimetismo se desata, un espécimen muy difícil de amarrar. Comienzan a abundar esos modos de hacer, inician sus dictados, desarrollan sus dominios. En síntesis, se pone en serio peligro la pluralidad ante la vorágine de lo homogéneo y la diversidad puede resultar lesionada. Y, aunque a tenor de premios y publicaciones puede no parecerlo, la narrativa cubana de hoy es menos que nunca un grito unánime. Con cierta facilidad se puede incurrir en una metonimia. El gran vocerío de una moda (en sostenutto) puede obnubilar esa realidad.
Alguien puede preguntarse: si el escritor está inmerso en su universo social, ¿qué tiene de obsceno reflejarlo? Una segunda pregunta podría ser: ¿en nuestro país la única realidad social es la droga, la prostitución, la marginalidad, el desarraigo, la desesperanza? Anteriormente lo adulterado-edulcorado nos divorciaba de la literatura, hoy lo malsano nos aburre. Aventuro que en ambas posturas hay mucho de marketing. El panfleto, puro bodrio, se escribía porque jurados lo premiaban y editoriales lo publicaban. Hoy suele suceder lo mismo con su opuesto. La literatura regida por la ley de oferta y demanda: demanda de los jurados y acomodaticia oferta de los escritores. Se habla con razón de crítica globalizadora, también se globaliza un modo de contar y un qué contar.
Algunos saltan del marketing nacional (produce bien poco) al internacional. Se desea agradar al editor o jurado ibérico, mexicano o italiano; comienzan los streptease, las francachelas, llueven las concesiones que comienzan (y terminan) ¿quién sabe si por lógico mecanismo de defensa? en defenderse como posiciones propias, logradas a fuerza de originalidad y, ¿quién lo duda?, de ética. Se utilizan frases, modismos, giros de los bajos fondos mexicanos, napolitanos o madrileños, ya no locuciones culteranas ni filípicas en francés o latín, ahora de lo que se trata es de insertar nuestra suciedad insular en la suciedad universal. Nuevo marketing. “Creen que lo digo todo, que me juego la vida”. El abordaje a la suciedad universal es tal vez el único intento no localista del fenómeno, una de las pocas escapadas de nuestro agujero temporal–espacial; nuestra coyuntura junto a la coyuntura global, que para algo estamos en plena globalización, no hay que desentonar.
Publicar en el extranjero, saber que nuestro libro se vende en una excelente librería del Paseo de la Castellana o de la Reforma, bajo un sello editorial de prestigio, es algo que nos complace a todos. Nuestra capacidad editorial es muy reducida, los derechos de autor mueven a risa y el escritor, ente biológico, debe comer. Esto es una realidad que no admite réplica. Sin embargo, esgrimir tales argumentos para justificar acatamientos de patrones, coqueteos, estudios de mercado (“tengo que mezclar todos esos ingredientes porque ese ajiaco es lo que se vende allende los mares”), en fin, el avituallarse de ropajes de ocasión, el séptico flirteo para agradar a una casa editora extranjera y llenarse las tripas, ya no parece una posición ética. Las investigaciones sobre los misterios de la creación agotan miles de folios, entre pathos y ananké se entretejen infinitas hebras, en nuestro medio; sin embargo, los ritos iniciáticos comienzan a incorporar con fuerza los estudios de mercado.
El síndrome se extiende como una pandemia. Aquellos que no incurrían en tales reinos ahora se aventuran en ellos, echan mano a la parafernalia de la nueva fe (algunos, socarrones e irónicos, lo han hecho para probar hipótesis) y he aquí, oh, Dios Pan, que resultan gratificados por un premio o con el testimonio de altas consideraciones. Los que antes no se afanaron con églogas épicas o loas bucólicas, ni se dejan seducir ahora por estos aires, ¿qué hacen?
Los libros, los cuentos premiados, están ahí. Algunos, creo, son muy buenos. No estoy contra ellos. Me amurallo contra lo banal repetitivo, lo mimético deslastrado ya de eticidad, la unanimidad o la dictadura de discursos y formas. Cada creador re-crea la dosis de verdad subjetiva que logra arrancar a su realidad (física o metafísica), ciertos mecanismos comienzan a estandarizar esas verdades, a pasteurizarlas y homogenizarlas. Muchos están intentando, como era de esperar, ir al plus ultra; las jineteras terminarán en el cunnilingus con un allien hermafrodita como partner sexual; la técnica puede llevar al logogrifo, al paleograma, la hiperplasia verbal, textos que podrán leerse como gigantescos palíndromos, o quién sabe, es difícil de prever. Otros han logrado lenguajes tan complejos que pronto habrá que pedir ayuda a un compilador o a un experto en descifrar lenguajes de programación de la Borland. Todo deriva hacia un desafío al pleonasmo.
Se desata la orgía clasificatoria; novísimos que —como Hegel con el Estado Prusiano— desean que la espiral evolutiva se detenga en ellos; neonatólogos dispuestos a bautizar cada trimestre nuevas generaciones (pueden tornarse deficitarios los prefijos latinos); agnósticos que no creen en generaciones. Y así, ad infinitum. En literatura (como en cualquier otra rama) resultan muy lógicas las clasificaciones; ahora en nuestro medio deviene manía fatídica, quienes no integren esas mesnadas padecen de agrafia, son meros fantasmas, un extraño fenómeno sociológico les anula la existencia, son unos pocos electrones libres, lobos solitarios, tradicionalistas y otras enfermedades. No debe confundirse la necesidad taxonómica con el Código de Manú, se corre el riesgo de divinizar castas y ostracismos.
Ignoro si se escribe más de lo que se discute, pero es cierto que se concede cada vez más a la heurística el tiempo que puede dedicarse a escribir. Cada cual deviene juez, muchos pretenden sostener discursos apodícticos, verdades absolutas. Se obvia que toda visión es puramente subjetiva. Esta, sin dudas, lo es también.
¿Qué sucederá? Lo ignoro. No tengo dotes de augur ni conozco a Pitonisa alguna. Si escribo sobre Yanisleisis de clítoris serpenteantes liadas a Renato, chico macrogenitosoma de Peruggia que hurga vaginas con un destornillador, quizá pueda publicar en Grecia y consultar al oráculo en Delfos.
Puede resulte una concepción romántica, mas descreo del marketing; como leitmotiv se huele en él algo espurio. Los gerentes pueden descuidar el pathos, los escritores no.
En momento alguno de la historia, ni tan siquiera en los peores, la literatura ha sufrido una catástrofe que la lleve a correr la suerte de los imperios. De alguna forma se autogenera, se autosalva. Alguna respuesta encontraremos. Puede que nos adentremos todavía más en terrenos movedizos. De esos terrenos se suele salir con nuevas y vastas experiencias.
Postmodernismo podrá ser cualquier cosa menos convertir por arte de birlibirloque el pathos de un creador en el marketing de una sociedad anónima.
“Pululan hasta el hartazgo las ya clásicas jineteras, el onanismo, el sexo homo y hetero, la alienación juvenil, el desarraigo, la marginalidad, los balseros”, y no solo en la literatura…idem el cine cubano. Los que trabajan, los que producen, los que defienden, ya aparecen poco o casi nada.
Y pienso que como una vía paliativa para elevar los beneficios a los autores, el MINCULT, la UNEAC, la AHS, deben ir pensando en desarrollar plataformas digitales de venta de obras literarias y artísticas para el público cubano, (y extranjero), pero sobre todo el cubano, pensando que 4 millones de cubanos acceden ya a Internet y que los servicios de banca movil están implementándose. Eso contribuiría a paliar el eterno problema del papel para el libro…y del estímulo material para los creadores.
Brillante análisis cuyas reflexiones pueden extenderse más allá de las actuales letras cubanas. Las que, por cierto, tienen nobles exponentes como Rafael de Águila. Pienso que el “dirty realism” yanqui tuvo una saludable irrupción en la literatura de EU, como lo fue la llamada novela negra. Pero ese complaciente y remachado revolcarse en el estercolero (que sin duda, existe) para satisfacer los requerimientos del mercadeo editorial, llegará en un punto a su agotamiento.
Creo que en esa retorcida selección de escritores cubanos que se menciona, resulta muy poco serio mencionar a Alberto Guerra cuando se habla de manías, lugares comunes, en fin, palabras para desacreditar la obra y modo de hacer de otros escritores. Hay una diferencia muy clara en montarse en el carro de lo escatológico y en reflejar con dignidad y oficio la Cuba que nos rodea…Creo que tu valoración es injusta y a sabiendas muy perniciosa.
Pathos o Marqueting fue, de hecho, el primer texto crítico o ensayístico que logré publicar. Se publicó en 1998 en el Caimán Barbudo. Han transcurrido desde entonces unos 20 años.
En 1997 se había publicado mi primer libro, Último viaje con Adriana, Premio Pinos Nuevos de Cuento. Amir Valle actuó como Presidente del Jurado que premiara aquel libro. Recuerdo haber visitado una tarde a Amir Valle en Letras Cubanas, cuyas oficinas se hallaban entonces en el Palacio del Segundo Cabo. Le mostré el texto (Pathos o Marqueting), lo leyó, hizo algunas correcciones, a lápiz -algunas de estilo, otras de opinión-, correcciones directas sobre el texto, aún conservo aquel ejemplar con las tachaduras y correcciones de puño y letra de Amir. Me preguntó si deseaba publicarlo. Quise saber, no sin cierta timidez, si aquello le parecía publicable. Aseguró que el texto estaba bien pero que tenía el deber elemental de avisarme de que la publicación de aquellas opiniones podía generarme -como de hecho ocurrió- muchos problemas, profundas ojerizas y muchos enemigos. Respondí que cuanto allí estaba escrito respondía a mis opiniones personales.
El propio Amir Valle hizo llegar mi texto al Caimán Barbudo. El texto se publicó a finales de 1998. Amir Valle me aconsejó no responder a ataque alguno publicado en respuesta a mi texto. Fueron varios los textos publicados en respuesta. Seguí el consejo de Amir: no respondí ninguno.
En el 2010, a propósito de recibir el Premio Alejo Carpentier de Cuento, mi amigo Ahmel Echevarría me entrevistó. Una de las preguntas de entonces regresaba a la polémica de Pathos o Marqueting. Ahora, 8 años después, a propósito de recibir el Premio Casa de las Américas, reincide Ahmel Echevarría a entrevistarme. Y otra vez regresa sobre Pathos o Marqueting, aquel texto iniciático de 1998.
Muchos de los jóvenes narradores, nacidos precisamente en la década del 90, seguramente no conocían este texto. De ahí que haya considerado procedente esta explicación. Puede tomarse, quizá, a modo de epílogo.
Si algún colega se siente en el deber elemental de regresar a una polémica cuya data se ubica en 20 años, ejercer derecho a réplica después de 20 años, es libre, desde luego, de hacerlo.
Deploro el texto no contara en Jiribilla con Nota Aclaratoria que lo colocara en su justo contexto. Ello no es responsabilidad de Jiribilla. De ello asumo toda la responsabilidad.
Salvo lo que concierne a esta Nota, absolutamente necesaria, no regresaré en modo alguno a 1998.
Pathos o Marqueting no alude a Amir Valle más allá de lo que estrictamente a él debe -y agradece- su publicación original. De hecho, no alude en el momento actual a colega alguno.
Tampoco alude a la actual joven narrativa cubana.
Se trata, como lo han señalado algunos estudiosos y ensayistas, cubanos y extranjeros, -Jorge Fornet et al.-, de un texto escrito hace 20 años, citado por ellos como parte de la historia de la narrativa cubana contemporánea.
Si algún colega se siente agraviado por opiniones de las que distan 20 años, con toda caballerosidad, le extiendo mis disculpas. Si algún colega se siente en el deber elemental de regresar a una polémica cuya data se ubica 20 años atrás es libre, desde luego, de hacerlo. Deploro el texto no contara en Jiribilla con una Nota que la colocara en su justo contexto. Ello no resulta responsabilidad de Jiribilla. De ello asumo toda la responsabilidad. Salvo en lo que concierne a esta Nota, absolutamente necesaria, no regresaré en modo alguno a 1998.
La polisemia y la distancia temporal pueden, de la mano, llevarnos a los peores resultados. Eso ha ocurrido, lamentablemente, en este caso. Indudable desconcierto me causó saber que algunos en Cuba acudieran a Amir Valle para comunicarle era agredido por mi texto Pathos o Marqueting, publicado en 1998, precisamente cuando el propio Amir Valle revisara, en 1998 -estilística y conceptualmente- aquel texto y asumiera, él mismo, las gestiones para su publicación. Muy raro eso. Muy raro que mi colega Alberto Guerra se sintiera negativamente aludido cuando precisamente la literatura de Alberto Guerra jamás comulgó con los modus operandi o arquetipos a los que aludía mi texto. Muy raro eso. Ello me llevó a analizar, concienzudamente, Pathos o Marqueting. Me llevó, incluso, a revisar las notas tomadas por mí en 1998 -no suelo desechar estudios o notas o archivos fuentes empleados a propósito de los textos que escribo-. Finalmente, desentrañé el entuerto. En Pathos o Marqueting se sostiene, y cito, textualmente: ¨Me aventuro a vislumbrar, sin embargo, ciertas manías, lugares comunes, modus operandi en los que creo entrever ciertos peligros. Los mismos que de una forma velada o explícita han trascendido de las formulaciones de Alberto Guerra, Eduardo del Llano, Amir Valle y otros¨. Todos esos colegas, que respeto y admiro, id. est., Alberto Guerra, Amir Valle o Eduardo del Llano, en diferentes plataformas, momentos, publicaciones, entrevistas, habían, ya por esa fecha, mucho antes de que lo asumiera yo en Pathos…, asumido posiciones muy similares a las expuestas por mi y visualizado los mismos peligros que en tal texto visualizaba yo. ¨De manera velada o explicita¨ habían sostenido exactamente lo mismo que sostenía yo en mi texto. Cuando Pathos… en 1998 aludía al trío de colegas lo hacía, en positivo, a manera de: estas ¨formulaciones¨, ya las han ¨formulado¨ ellos, estos ¨peligros¨ ya lo han visualizado ellos. Las ¨formulaciones¨, esa palabra en mi texto, no se refería a la literatura escrita por esos colegas, sino a opiniones vertidas por cada uno de ellos, en diferentes medios y momentos en la década del 90, similares a las sostenidas por mí en Pathos. En mi texto, como bibliografía, se citan ´´formulaciones´´ de uno de los miembros del trío, me refiero a “Ultimas revelaciones de Eva”, de la autoría de Amir Valle, aparecido en El Caimán Barbudo, Edición 287. Mi texto no menciona nombre de colega alguno cuya literatura versara sobre los temas o modus operandi que el texto deplora. El texto se refiere a temáticas, papeles actanciales, arquetipos o modus operandi, nunca cita nombres de colegas que tales elementos abordaban. Y no lo hace por algo elemental: tanto en 1998, como en el 2018, la ética, la camaradería, el absoluto respeto entre colegas, deben signarlo todo. Deplorable exista quien desde la piara no respete tales principios. Personalmente, me interesa mucho más ser un caballero, un hombre ético y bueno, que un buen escritor.