Lina de Feria, la poesía a mansalva del tiempo

Liliana Molina Carbonell
18/2/2016

En la novela que —según afirma— ha sido su vida, la creación poética está lejos de ser un hecho circunstancial. Aun cuando se considera una artista de inspiración, nada tiene que ver su poesía con fortuitas eventualidades o contingencias aparentes. Lo singular que define a Lina de Feria es, todavía, un misterio que subyace en sus más de 20 libros publicados y en ese carácter transgeneracional que ella advierte en su obra.

Foto: Anabel Díaz
 

Si se le pide definir el sustrato de su permanencia entre las voces más relevantes de la literatura cubana, prefiere apelar, de entre todos los juicios posibles, a un criterio de la Dra. Beatriz Maggi: “Creo que el principal logro está en lo que ella definió como la capacidad de hacer asociaciones muy remotas entre sí. Eso es lo que me mantiene en todas las etapas, porque nunca he participado de la moda. Siempre veo si tiene alguna circunstancia que pueda captar para mí, aunque jamás hago concesiones”.

Desde su primer poemario, Casa que no existía (Premio David de la Uneac, 1967), la crítica reconoció en Lina un auténtico modo de decir que, a sus 70 años, todavía la distancia de esos “soplos de viento” que resultan las tendencias efímeras. El estilo, por otra parte, parece ser la dimensión vital de sus itinerarios de búsqueda.

“En aquel entonces no era consciente de que estaba estableciendo una ruptura. Escribía una poesía de la interioridad en un momento en que se hacían muchas poesías apologéticas; sin embargo, el premio fue realmente inesperado para mí. La Dra. Josefina Suárez, la poeta Nancy Morejón y el teatrista Gerardo Fulleda —quienes eran amigos míos de Ediciones El Puente— presentaron el libro al concurso, mientras visitaba a mi familia en Santiago de Cuba. Cuando llegué, la primera sorprendida fui yo.

“A partir de Casa…, la gente comenzó a interesarse más por esa línea de la interioridad, que es la que hace perdurable la poesía de la existencia. Cada libro mío, por supuesto, es diferente, aunque siempre con ese estilo. Para mí, era importante que se supiera que soy una poeta de inspiración y pienso que, de esa manera, he logrado crear una obra que llega hasta la actualidad”.

Como otros escritores, podría redactar por oficio un poema todos los días, me asegura. Pero el ejercicio de la creación supone, en su caso, un acto genuinamente espontáneo, que le es imposible concebir sin esa inspiración sobre la cual hablaba antes.

“A partir de Casa…, la gente comenzó a interesarse más por esa línea de la interioridad, que es la que hace perdurable la poesía de la existencia. Cada libro mío, por supuesto, es diferente, aunque siempre con ese estilo. Para mí, era importante que se supiera que soy una poeta de inspiración y pienso que, de esa manera, he logrado crear una obra que llega hasta la actualidad”.“Por eso prefiero esperar el momento específico para escribir”, señala. “Es entonces cuando logro hacer una poesía que líricamente esté bien y que, además, proyecte y capte al ser humano. Eso es lo que me reconocen siempre, que soy una comunicadora”.

 

Cosmovisiones poéticas de la existencia
A la literatura llegó a través de Juan Ramón Jiménez y Gustavo Adolfo Bécquer. Luego incorporó otras voces y, con el tiempo, fue definiendo un estilo propio. Según recuerda, era tanta su necesidad de expresarse a través de la palabra que entre la música, el ballet y la creación poética, no pudo menos que decantarse por esta última.

“Desde niña estuve motivada por una actitud hacia las artes. Con diez u 11 años, guiada por algunos de mis profesores, comencé a interesarme por la poesía y empecé a escribir intensamente. El agobio interno y la inspiración tan fuerte que sentía, solo se calmaban por medio de la escritura. Comprendí que era mi vocación y que debía seguir por ese camino, si quería continuar viviendo.

“Además, conté con la gran suerte de tener un padre periodista y una madre pedagoga que respondieron siempre a todas mis inquietudes. Ellos tenían un colegio en Santiago de Cuba, compartido con la casa donde vivíamos entonces. Ahí entraban diferentes obras literarias, y los periódicos y revistas más conocidos en ese momento. Fue muy importante recibir una formación tan amplia como la que tuvimos mi hermana y yo, sobre todo porque el escritor no debe concentrarse solo en la literatura. Por ejemplo, en mi caso, el ballet resultó fundamental para darme sentido de la gracia y comprender que también podía exigírselo a la literatura”.

Lina de Feria reconoce las muchas influencias que hay en su obra y atribuye cada una de ellas al hecho de que nunca ha cesado de leer. La muerte, la existencia, la espiritualidad y la religión, como principales motivos de su poesía, constituyen expresión de esos múltiples referentes y de experiencias personales disímiles de las cuales no puede desligarse.

“Creo que mi principal influencia es la Biblia. Su lectura matizó, para mí, la utilidad del verso, del sentido del versículo y de profundidad del Eclesiastés. Es un libro único, total, que estudié mucho cuando asistía a la iglesia bautista protestante. También resultaron fundamentales los poetas Gabriela Mistral, con Los sonetos de la muerte, y Enrique Lihn, quien me enseñó a cortar el verso y a saber que la poesía debe ser provocada por la necesidad interna de abordar un problema y proyectarlo”.

“Creo que mi principal influencia es la Biblia. Su lectura matizó, para mí, la utilidad del verso, del sentido del versículo y de profundidad del Eclesiastés".La comprensión de esa permanente necesidad emerge, irrefrenable, en un libro como A mansalva de los años (1990) que —reconoce— es una especie de antología de las dos décadas que estuvo sin publicar en Cuba. “Hay poemas en ese volumen que no son agresivos ni disidentes, pero que resultan muy críticos y evidencian la proyección que iba a mostrar mi obra en un futuro. Una gran mayoría en el país opina que es mi mejor libro”, señala.

“Antes de ese poemario, lógicamente, tenía una visión de más totalidad con respecto al proceso revolucionario, pero me di cuenta de que se podían cometer injusticias. En la época en que dirigí El Caimán Barbudo (1967-1970), por ejemplo, vivimos momentos dogmáticos y tremendamente cerrados. No obstante, mi sentido de formación y de aprecio del artista, me hizo ir en contra de ese estrecho pensamiento con que muchas veces se juzgaba a los intelectuales.

“Creo que el hecho de cambiar la mirada que tenía sobre nuestra realidad, hizo que A mansalva… fuera un libro tan importante, donde están poemas como “Cuando el lobo aúlla en la quinta del sordo”, que es terriblemente cuestionador. A partir de ese momento, muchas personas comenzaron a asumir que yo tenía una actitud de vanguardia en ese sentido”.

Su cosmovisión del mundo adquiere forma, asimismo, en la dramaturgia y el ensayo, modos de expresión que también definen su poética de la existencia y las reminiscencias insondables de su quehacer autoral.

“En el caso de la dramaturgia, recibí los prolegómenos de una formación adecuada en la misma escuela de donde salieron dramaturgos tan importantes como Gerardo Fulleda y Eugenio Hernández. Además, he leído mucho teatro a través de mi vida, lo cual me ha mantenido ágil en la posibilidad del floreo con los diálogos picados. He escrito, principalmente, teatro infantil, aunque también tengo obras para adultos que permanecen inéditas.

"Me acerqué no solo a la crítica de la poesía, sino a la crítica de la plástica, del teatro…; siempre sobre la base del magisterio de Martí y de su crítica impresionista, que es la que más me interesa”.

“En cuanto al ensayo, Cintio Vitier me creó la conciencia de que nadie podía ser mejor crítico de la poesía, que el poeta. Entonces, me acerqué no solo a la crítica de la poesía, sino a la crítica de la plástica, del teatro…; siempre sobre la base del magisterio de Martí y de su crítica impresionista, que es la que más me interesa”.

Maestra de Juventudes
Lina de Feria ha recibido el Premio Nacional de la Crítica en cuatro ocasiones (1991, 1996, 1997 y 1998), la Orden por la Cultura Nacional, en 2003, y el Premio Nicolás Guillén, en 2008. Este año, su obra vuelve a estar en el centro de atención durante la Feria Internacional del Libro 2016, que le ha sido dedicada junto al etnólogo, folclorista e investigador cultural Rogelio Martínez Furé.

Aunque dice no merecer un reconocimiento así, y confiesa que la noticia le sorprendió tanto como el Premio Maestro de Juventudes —que le entregó a finales del pasado año la Asociación Hermanos Saíz— quienes la conocen de cerca saben que ese no es más que el justo homenaje a su obra y a la impronta de su mirada poética entre los noveles escritores.

“Los reconocimientos que vienen de la juventud son muy importantes para mí, porque quiere decir que tengo arraigo y tengo vida”, afirma. “Fue otro momento grato y precioso que he podido disfrutar en estos 70 años, como cuando me dieron el de miembro de honor de la AHS. Son cosas que no merezco. Recibir este premio me hace pensar que el apoyo que he dado a mucha gente, principalmente a jóvenes escritores, ha valido la pena. Además de poeta, creo que esa ha sido una forma de ser, como mi madre, pedagoga”.

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