La saga china del arte cubano
22/4/2019
En la Casa de las artes y tradiciones chinas se exhibe como parte de las exposiciones colaterales de la Bienal una muestra personal que rinde culto a los ancestros chinos: Soy lo que ves, que constituye línea de continuidad temática de Alexander Hernández Chang. El joven artista espirituano ha venido incursionando en los orígenes chinos maternos. Se trata de la búsqueda del ser mestizo que posee como moneda de doble faz: en una se corporiza la milenaria cultura asiática con sus sustanciales aportes universales; por la otra, los sedimentos de una cultura donde confluye el ritual afrocubano atrapado por otras tantas vertientes alimentadas por el imaginario popular.
Este maridaje se corporiza a través de diez grabados, un video arte y dos obras tridimensionales los cuales se definen por la síntesis visual, la limpieza de cada propuesta y el uso consagratorio del color. Resulta significativo que en esta ocasión el artista conjuga técnicas modernas como el sistema digital —junto con el soporte del yeso de uso popular en Cuba— y el grabado. Antiquísima técnica cultivada primero por los sumerios hace 3000 años y posteriormente por los chinos, verdaderos fabricantes de papel en el siglo II a.n.e.
Resalta en la propuesta, el empleo de paneles rojos que subrayan el correlato morfológico conceptual de cada pieza ubicada en el espacio apropiado de la galería. A la entrada, desplegado en pancarta, el texto explicativo de la muestra.
En definitiva las inquietudes reflexivas son las mismas de su anterior exposición personal Dragones y caimanes al apreciarse un retorno a los orígenes maternos. Esta vez Chang incorpora otro elemento de identidad de la cultura asiática: el elefante, que combina con el caimán en una dinámica composición que denota el abrazo de uno y otro animal. A ello se integra los reiterados remos y botes que apuntan hacia la alegoría de la diáspora sin fin. Habría que tener en cuenta con similar intensidad los caracoles referente al tablero Ifá propio de los cultos yorubas que sirven de soporte morfológico y temático dentro de la esfera que sustentan el ying y el yang, pero esta vez con un contenido antropológico que rastrea las esencias de dos pueblos lejanos que al fundirse en Cuba deriva en una tercera cultura como es el caso de Soy lo que ves. Tal estética híbrida se corporiza con las armónicas composiciones de cada pieza.
En busca de los orígenes
Con anterioridad, como parte de la Feria Internacional del Libro dedicada a la República Popular China, Hernández Chang había presentado en el Pabellón Cuba de la capital una muestra personal avalada por la beca de creación El reino de este mundo, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz en el 2017.
Dragones y caimanes constituyó un acercamiento espiritual de culturas bendecidas por la religión, la historia y la leyenda forjadas con el decursar del tiempo. Hubo una tentativa por mostrar simbólicamente la vitalidad de los pueblos cubano y chino entrecruzados por ese fluido universal que denotan ambas culturas alimentadas por el sincretismo. Se dice que en sus orígenes. El dragón chino personificaba un gran cocodrilo o caimán controlador del tiempo y de la lluvia hasta llegar a imbricarse con la forma de nueve animales representativos de diversas culturas asiáticas. El artista fundió entonces estos principios con el sincretismo religioso de nuestros ancestros.
Es así como se tomó como referente articulatorio la Virgen de la Caridad del Cobre (Oshún en la religión Yoruba) y el gran Buda como expresiones de un modo de pensar, actuar y sentir de esos pueblos. El artista al buscar los rasgos de identidad prefirió hurgar en la representación del retrato más que en el paisaje natural, simplificando así los componentes de la obra definida por la planimetría y el uso consagratorio del amarillo (distintivo de Oshún) y el rojo (denotativo del dragón) al que le sumó el azul en menor grado como enunciado de nuestra insignia nacional. De igual modo asumió el oráculo del diloggun utilizado en la religión yoruba o santería al sustituir los ojos y boca de Buda por caracoles denotativos de la comunicación con los orishas. Con la sutileza propia del asiático, Chang acudió a un instrumental alegórico que permitió crear puentes necesarios mediante el color y la forma de sus exponentes.
Al profundizar en los componentes de sus obras, se palpó la nostalgia y soledad de aquellos culíes chinos que desembarcaron en Cuba en los siglos XIX y XX al encarnar en el perfecto rostro materno de ascendencia asiática que se desdobla, las angustias del ser en lejanía. Ya sea a través de una ventana de rojizas persianas en permanente atisbo hacia lo ignoto, en el deslumbramiento de la meditación búdica que fija en la memoria colectiva el origen lejano de sus ancestros o en el encuentro fortuito del abanico oriental entre los múltiples caminos que ofrece caimanes verdes cubanos en el viaje indeleble. Y allí están los elementos necesarios del inmigrante (agua y remos) capaces de potenciar el éxodo hacia lo desconocido que culmina con la fecundación de la especie en otras latitudes. Tales búsquedas constituyeron un desplazamiento de ida y vuelta a los orígenes mediante una poética particular donde está presente el sustrato cubano-chino de raigambre familiar.
Se trató, en fin, de mostrar girones de historia cultural de dos naciones vista desde la mirada familiar del joven artista quien presentó 15 obras de gran formato y 30 bocetos, registradores del proceso de creación. Y como un manto que unificó la propuesta se introdujo pasajes de pensadores asiáticos junto con el poema que Nicolás Guillén dedicara a la cultura china. Tanto en Soy lo que ves como Dragones y caimanes, se aprecia la búsqueda permanente del pasado migratorio de aquellos culíes chinos que llegaron a Cuba con la ilusión de mejorar sus maltrechas existencias.