La política cultural y la cultura política
10/7/2020
El estudio de las ciencias sociales se profundiza con el análisis de procesos identificados en períodos y etapas; el cambio de un momento al otro se articula bajo la evolución, en la que predomina la continuidad, y las transformaciones, en las cuales prevalece la ruptura; a veces influye más el vínculo con el pasado en determinados sectores, personalidades y direcciones, y en otras ocasiones impera el cambio hacia el futuro. Se trata de una regularidad en que no existen absolutos porque los actores sociales de la continuidad y del cambio coexisten y cohabitan en un mismo espacio-tiempo, por lo que no basta el análisis diacrónico, sino también es necesario el sincrónico. Todo período o etapa en cualquier país y tiempo está sometido a este rejuego y “negociación”, y la política cultural nueva requiere de un tiempo más o menos prolongado para establecerse frente a la vieja, que persiste en su poder hegemónico. El capitalismo no necesita esclarecer su política cultural, y no pocas veces hasta niega tenerla, porque ya está fuertemente establecida con la cultura política capitalista, desde diversos procesos desarrollados durante varios siglos; en cambio, el socialismo necesita contar con una política cultural coherente, bajo los presupuestos de su propia cultura política; si no se entiende la imperiosa necesidad de tener política cultural propia, prevalecerá la capitalista, con el riesgo de que esta otra construcción sistémica diferente no se erija sobre bases sólidas. La falta de cultura política para no ver esto ha ocasionado no pocos retrocesos en la construcción de una sociedad anticapitalista. Sobran los ejemplos en América Latina.
En Cuba está establecida una periodización general ─régimen colonial español, república neocolonial yanqui y república socialista independiente en revolución─ con diversas etapas, y se han destacado gestores esenciales de cada política cultural. Entre 1986 y 1987 se publicaron tres tomos con el título de Pensamiento y política cultural cubanos, una selección publicada por la Editorial Pueblo y Educación compilada por Nuria Nuiry y Graciela Fernández Mayo, para repasar los antecedentes y el presente del pensamiento cubano que nutría a la política cultural de la Revolución. En los tres volúmenes se reúnen textos breves y fragmentos de obras de Félix Varela, José Antonio Saco, José Martí, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella, Raúl Roa, Emilio Roig de Leuchsenring, Fernando Ortiz, José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, Cintio Vitier, Ernesto Che Guevara, Fidel Castro, Alfredo Guevara, Roberto Fernández Retamar, Armando Hart, Graziella Pogolotti y otros, junto a declaraciones emitidas en momentos importantes de la cultura cubana, que pueden constituir una base importante para el estudio. Pueden añadirse otros textos, autores y documentos, pero hay que partir de esta historia de la política cultural hermanada con el pensamiento de la nación cubana, porque constituye el primer elemento para construir una base sólida del pensamiento de emancipación cultural que requiere el socialismo en Cuba.
En Palabras a los intelectuales, Fidel dedicó una parte de su intervención a manifestar su preocupación por que no se había debatido lo suficiente la formación del receptor de la cultura. Como jefe de la Revolución, daba cuenta ante escritores y artistas del trabajo desplegado por el ballet y por la Biblioteca Nacional, la preparación de la Imprenta Nacional para publicar libros de manera masiva, que dieran respuesta a las necesidades de lectura; estaba al tanto no solo de los logros productivos y estéticos del Icaic, sino de sus nuevos espectadores en las montañas… Se preguntaba: “¿cómo despertar en el campesino su afición por el teatro, por ejemplo?”, y enfatizaba: “Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico, literario o científico o de cualquier orden pueda desarrollarse”. En su mente no estaban solo los creadores sino el pueblo, porque su batalla era contra la incultura, y ajustándose a las necesidades de aquellos tiempos, proponía soluciones.
Para el desarrollo de la política cultural resulta imprescindible estudiar al receptor, hacer diagnósticos y proponer proyectos para la cultura desalienante y emancipatoria de nuestro socialismo. Hoy las necesidades han variado en relación con los años 60 del pasado siglo: son otros el contexto, las familias, la sociedad y, por tanto, otros los receptores, pero seguimos repitiendo que tenemos un pueblo instruido —ahora mucho más que en aquellos años—, sin embargo, no un pueblo culto, a pesar de que se multiplicaron docentes, técnicos, especialistas, expertos, instalaciones, infraestructura, tecnología, instituciones, ferias, festivales, eventos… Habría que revisar la política cultural de la Revolución teniendo en cuenta el agotamiento, la desactualización o la inoperatividad después de retomarla, casi donde estaba, en los años que siguieron al Período Especial. Por ejemplo: ¿puede hoy seguir esperando el divorcio entre la política educacional de la escuela y la cultural de la sociedad, sobre todo a partir de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones? Se ha formulado varias veces, con razón, que la educación no es solo un problema de su ministerio, pues se involucran con un peso significativo la familia, los medios, las instituciones de cultura y otras aparentemente lejanas, como las comunicaciones, el transporte público o los centros gastronómicos, donde los niños ven videos, escuchan música, reciben imágenes de carácter nacional e internacional; pero ¿quién, dónde, cuándo y cómo se revisa, analiza y prevé con la necesaria horizontalidad el sistema de la política cultural para que funcione con éxito en todos los receptores, sin desautorizar, prohibir, censurar y otras acciones antediluvianas que esperan nuestros enemigos?
El funcionamiento concreto de la política cultural depende de la eficacia y la objetividad de la cultura política ajustada a estos momentos, y ni una ni otra pueden actuar de manera improvisada, sin recurrir a los numerosos estudios multidisciplinarios y transdisciplinarios realizados en centros de educación superior y de investigación. No se trata del concepto estrecho de cultura artística y literaria encargada a otro ministerio, aunque ella se incluya como parte sustancial de la transmisión de valores; me refiero a la construcción de subjetividades y de matrices simbólicas asumidas por la sociedad cubana desde hace algunos años, que tiene un comportamiento específico en su pueblo a partir de cambios familiares y demográficos, tecnológicos y técnicos, procesos migratorios internos y externos o asimilaciones del exterior, hasta las transformaciones operadas en sectores económicos, comerciales y comunicativos, y la nueva conciencia del Derecho como resultado de la promulgación de la nueva Constitución, que tiene muchos aspectos novedosos en relación con la anterior. Estoy convencido de que es titánica la tarea de enfrentar este desafío, rodeados de una masificación de lo peor de la cultura capitalista, pero eso forma parte esencial de la construcción socialista en Cuba hoy. Nadie debe creer que es un reto que le corresponde solo al Ministerio de Cultura, ni a un grupo de personas que trabajan en una entidad política: constituye una de las líneas estratégicas más importantes para garantizar el socialismo, y todos estamos involucrados, sometidos a un plan de guerra cultural para conseguir el cambio de régimen en la Isla hacia un capitalismo dependiente de Estados Unidos y con la disposición de un grupo de diferentes tipos de personas que debemos identificar y no confundir, porque cada una es diferente: desde experimentados espías hasta ciertos incautos en el fondo.
El proyecto para llevar adelante y avanzar en una política cultural que responda al socialismo, emancipador por antonomasia y necesario para Cuba, requiere vislumbrar la dimensión cultural en el análisis ideológico de la sociedad, distinguir sus actores más auténticos, y combatir y sepultar, con la ética de nuestros fundadores, la corrupción visible e invisible, la impunidad de los que creen estar por encima de la ley porque acumularon méritos o porque tienen un cargo que creen intocable, la “política” que cumple una tarea pirotécnica pero no cala en los sentimientos, el consignismo y la adulonería que sirve para deformar a quienes gusta en demasía ser halagados, la burocracia paralizante, el secretismo cómplice, los prejuicios —fundados o no— que sirven de escudo a la inmovilidad, el triunfalismo convertido en “contundentismo” que desmoviliza, el paternalismo que considera al pueblo un niño al que hay que halarle las orejas… Solo se puede lograr que el proyecto de política cultural sea realidad con la participación activa, sistemática y organizada del pueblo, bajo el ejercicio permanente de la crítica. Ningún régimen, mucho menos aquel cuyo objetivo principal sea el capital y no el ser humano, podrá estimular el verdadero pensamiento crítico porque sus metas son el consumismo y la enajenación, como mecanismos de defensa de la oligarquía y la plutocracia. Solo en el socialismo, que combate todo tipo de servidumbre, se pueden dar condiciones para no temer a ese pensamiento crítico. Una política cultural socialista demanda una cultura política socialista que la defienda.
Creo que una política cultural hacia el socialismo tiene que nutrirse del espíritu revolucionario. Lo que dice el autor es verdadero el espíritu revolucionario, pero construirlo , fortalecerlo y mantenerlo es posible en la batalla de ideas como decía Fidel sabiendo que en el consumo de la industria cultural es donde tiene su fuerte el capitalismo. Los jóvenes y los niños son los “objetos” principales de la penetración cultural. para fortalecer las ideas hay que generar la creación, la difusión, producción de cultura cualitativamente de primera, que se mida con los productos del capitalismo. En el territorio del capital se producen los Beatless, en el revolucionario Silvio Rodrígyez. Esos dos son insustituibles.
Son imprescindibles la cultura del diálogo, el aprendizaje de la construcción de consensos y la participación social REAL. El “soberano”, que es el pueblo, no puede ser más escenografía, decorado, necesita ser actor, poner en ejercicio su voluntad y aprender haciendo.