La mágica alquimia de Tomás Núñez para un “jardín” de ensueños
16/4/2019
Jardín. Dicho así, pudiera pensarse en ese terreno natural donde se cultivan plantas ornamentales. Pero resulta que el Jardín que ahora nos ocupa ha sido “hecho a mano”, bajo techo y a modo de un singular espacio de exhibición, para que en él florezcan las obras de Tomás Núñez, o mejor, Johny, como se le conoce en el mundo artístico. Este propósito expositivo ha servido, bajo aquella misma denominación titular, para inaugurar su estudio-taller-galería en la calle Corral Viejo, de Guanabacoa, como parte de las muestras colaterales de la XIII Bienal de La Habana.
Johny fundamenta su producción artística en la cerámica escultórica y en las formas volumétricas propias con otros materiales, aunque también —y este es el caso— en ese objeto encontrado que, en su descontextualización de uso y lugar, adquiere un nuevo valor simbólico en la representación. Y si bien la tridimensionalidad ha sido el principal demonio de sus ensoñaciones, ahora la bidimensionalidad se ocupa de trasladar sus inquietudes con aquellos “objetos otros” a composiciones de complejos entramados, pero suficientes en su particular armonía. La belleza brota de la rareza propia de estos disímiles artilugios, del equilibrio mismo en las proporciones de estas hechuras, del ritmo acompasado de ellas para acentuar sensaciones y provocaciones, sobre todo cuando el artista las hace definitivamente suyas al patinarlas con reflejos cuasi metálicos que las emparentan.
Dentro de un espacio rectangular con un pasadizo perimetral de gravillas y dos canteros en los que prosperan hermosas flores blancas, y con paredes para un alto puntal que hacen valer la intencionada imagen de lo no terminado, las obras de Johny conviven en espléndida integración para ser parte y todo de este antojado “jardín”. Las superficies de los lienzos soportan objetos que discursan —a veces— con el tono de un pensado horror al vacío, ese de un objeto sobre otro o de la aglomeración de ellos para un insólito “collage”, como pudieran haber dicho también otros colegas que han estudiado la obra de este artista. Este diseño, no obstante, se hace más enfático, para inducirnos a una lectura de la posible historia de esos objetos, o a la inversa, la historia sin explícitas lecturas, algo de lo que se encargan los titulares de piezas como Homenaje a Antonia, Dead Horse, Robusta, Homenaje a Victoria, Conversando con Dubuffet, Contenedor de historias…
Pero si esto ocurre dentro de su residencia, una antigua casa de la Villa de Pepe Antonio, afuera sucede todo un espectáculo visual de un exuberante jardín natural —aunque “fabricado” también sobre la base de un diseño de plantas y árboles—, en el que se esconden sus rectas y elevadas esculturas, así como otras de variadas concepciones hasta un número de seis.
La obra de Johny no resiste encasillamientos de orientaciones artísticas. Aquí, incluso, no valen teorizaciones. Su creación se nos presenta elegante en su misma arrogancia de belleza para dejarnos sin palabra alguna; una obra para el disfrute sensorial que nos puede llevar —eso sí— a ciertas reflexiones, esas de cómo estos objetos encontrados han podido cobrar nueva vida para el arte. Y ello se debe a la mágica alquimia de un hacedor de fantasías, de un hombre que, del mismo modo que riega sus plantas, fomenta sus hermosas “flores” para el deleite de todos.