Dicen buen Pedro…

Norberto Codina
31/8/2020

                                                                             Quedan cosas por decir…

                                                                                                                    Pedro de Oraá

En el otoño de 1971 comenzamos a reunirnos en la sede de la Uneac un grupo de jóvenes y adolescentes con inquietudes literarias. Aquellas tertulias de los sábados en la casona de H y 17 —que podían prolongarse por salones, jardines, portales, o la mínima cafetería—, y las que frecuenté ininterrumpidamente desde las primeras sesiones hasta finales de esa década, me permitieron conocer, y en muchos casos establecer una amistad perdurable, con toda una galería de figuras ya establecidas de nuestras letras, como Eliseo Diego, Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Roberto Branly, Miguel Collazo, Gustavo Eguren, Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís, Luis Marré, y los hermanos Francisco y Pedro de Oraá, entre otros.

Muchos de ellos nos acompañaron como “valedores” en nuestras primeras lecturas públicas. Cuando llegó mi turno, el recordado amigo Sigifredo Álvarez Conesa —animador principal de esas convocatorias semanales—, me propuso a Pedro, al que identificaba como un buen lector de poesía. Lo abordé, con toda la timidez imaginable, y para ser sincero este aceptó más como un compromiso fatigoso que por un apasionado convencimiento pues, como lo recuerdo entonces, lo de paternalista, entusiasta o sociable no iba con su carácter. Esa fue la primera piedra de una relación, que sin llegar a ser una amistad profunda, fluyó y se fortaleció a lo largo de casi medio siglo, con afinidades profesionales de diversa índole.

Pedro de Oraá. Foto: Tomada de Cubadebate
 

De los primeros pasajes que compartimos, a tenor de mis orígenes, fue su estancia en Venezuela algo que pese a su importancia no ha sido suficientemente reconocido en su trayectoria. Como escribiera alguien que lo ha asimilado con probada lucidez, el ensayista Rafael Acosta de Arriba, “la sinestesia entre poesía y pintura es la clave para estudiar” su arte geométrico. “Su obra es, en cierta medida, una resultante de los cruces y recruces de influencias del abstraccionismo más variopinto —de Venezuela, Brasil y Estados Unidos—, y sus interrelaciones con el arte europeo”[1].

Durante su residencia en Caracas en la segunda mitad de los años cincuenta, en compañía de Loló Soldevilla, Pedro tuvo vínculos con el grupo Sardio, integrado por escritores y artistas de la plástica, los cuales entre 1958 y 1961 editan la revista homónima, señalada por su compromiso político revolucionario y por la difusión de intelectuales de diverso origen. Este grupo, cuya génesis tuvo lugar en 1955, y su eclosión en el 58 —teniendo como vectores principales la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, y la víspera y triunfo de la Revolución cubana—, había realizado una exposición en la que oponían el realismo y el abstraccionismo llamados “mágicos” al abstraccionismo geométrico predominante. El abstraccionismo en sus diferentes vertientes, e influencias del surrealismo, fueron algunos de sus ejes estéticos. Recordemos que Oraá había publicado en 1953 El instante cernido. 1952-1953, que al decir del crítico Enrique Saínz se inscribe “en esa corriente surrealista que perduró en la poesía cubana de diversas maneras hasta la década de 1960, cuando cobra inusitada fuerza el conversacionalismo, tendencia que ya había aparecido en algunas de las mayores figuras de nuestra lírica en los decenios de 1940 y 1950”.

De esa etapa caraqueña fue su amistad con alguien que nos sería afín, el poeta y pintor Juan Calzadilla, figura representativa de Sardio, y alguien que fue identificado tempranamente como “poeta urbano”, arte poética donde desde mi percepción muy personal podríamos reconocer rasgos definitorios de la escritura del cubano, y vasos comunicantes con Calzadilla. De ahí que retome esta idea de Acosta de Arriba: “Una lectura o interpretación de su obra concreta pudiese ser la de un racionalismo que va al encuentro de una síntesis entre cierta huella de surrealismo con el abstraccionismo de su tiempo, un tiempo que llega hasta el presente”[2].

Como escribiera alguien que lo ha asimilado con probada lucidez, el ensayista Rafael Acosta de Arriba,
“la sinestesia entre poesía y pintura es la clave para estudiar” su arte geométrico. Foto: La Jiribilla

 

A fines de los ochenta seríamos compañeros de trabajo, en oficinas colindantes, y él sería un colaborador regular de La Gaceta de Cuba, a la que estuvo vinculado desde los inicios de esta publicación, relación que retomó y fortaleció en las últimas tres décadas, ya sea con sus poemas, en algunos momentos su gráfica, o con un grupo significativo de artículos que fueron de especial importancia para la revista, como sus semblanzas sobre Agustín Cárdenas y Osneldo García, o su abordaje sobre dos grupos de los que fue protagonista, como “Los Once” y “Diez Pintores Concretos”.

En las últimas semanas le agradecí, junto a Lesbia Vent Dumois, otra amiga e igual Premio Nacional de Artes Plásticas, su colaboración para precisar datos sobre dos exposiciones antológicas que bajo el mismo nombre, Libertad para Siqueiros, tuvieron lugar en galerías habaneras en diciembre de 1960 y mayo de 1962, y que los incluyó a ambos, junto a otros artistas representativos presentes en las dos muestras, a saber Acosta León, Adigio Benítez, Hugo Consuegra, Antonia Eiriz, Guido Llinás, Raúl Martínez, Umberto Peña, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Sosabravo y Antonio Vidal. Pedro me brindó su testimonio de las mismas, acudiendo a esa memoria privilegiada que le caracterizó en todo momento.

El miércoles 28 de agosto de 2019, hace justo un año, llegaron a mi correo una serie de epigramas que el autor bautizó provocadoramente como “Contrariedades”, y que subtituló “Prosemas”. Era su colaboración más reciente para La Gaceta…. pero lamentablemente, junto con otros trabajos valiosos que nos han llegado en los últimos meses, coincidió su recepción con la crisis de los insumos poligráficos y el cese temporal de la publicación. En nuestra última conversación —gracias a los buenos oficios de su compañera Xonia Jiménez, con la que sus amigos estamos en deuda—, en las vísperas de su fallecimiento comentamos sobre los mismos, y mi propuesta, ante la prolongada incertidumbre de poderlos imprimir, de darlos a conocer en una versión digital, con lo que estuvo de acuerdo. Al releerlos ahora —poemas donde la síntesis y la ironía se dan la mano—, creo ver desde los primeros versos premonitorias asociaciones con los tiempos de pandemia que nos tocan, hasta en determinados momentos el recapitular sobre el fin de una larga y provechosa vida como la suya: El viaje póstumo… siquiera es promisorio.

Parafraseando las últimas dos líneas de estos epigramas, retomo nuestras conversaciones de antaño, y la valoración necesaria e imprescindible, presente y futura, de su obra, pues Quedan cosas por decir / pues no todo está dicho…

 

Contrariedades

Prosemas

 

Pedro de Oraá

 

Levántate temprano:

tendrás más tiempo que perder.

 

No lograríamos escapar del presente

dado que no podemos transgredir el futuro.

 

Al cabo nada extraño parece

persistir en la desnuda realidad:

la extrañeza pasa al texto que lo presume…

 

La punzante ironía del telépata

es responder a la llamada del inalámbrico…

 

La frialdad de la estatua le impide

desear la frivolidad del maniquí.

 

No cesa el amor entre nosotros,

donde muere el amor es en nosotros.

 

Es el arte una mentira piadosa

y el constante verismo de la realidad

la apabulla.

 

Al que delinque lo sanciona

la privación de libertad;

el que no, en las calles protesta

por privación de libertad…

 

El televisor supera todavía

por servir de magnífico somnífero,

al hipnotismo de los celulares.

 

De la inefable poesía

quedan vestigios en la página en blanco:

no apresaremos nunca su visita huidiza.

 

La paradoja se permite

tolerar su opuesto complementario.

El disparate no tiene donde asirse.

 

 

El viaje nos conduce al descubrimiento.

El viaje póstumo… siquiera es promisorio

 

El danzarín y el deportista entran en la historia

con la acción de sus cuerpos.

El resto de las celebridades

apenas con sus rostros.

 

La paciencia intuye

lo que la ansiedad no consigue atisbar.

 

El hombre se sustituye a sí mismo

con la máquina,

hasta el punto crucial

cuando la máquina se haga insustituible.

 

Lo equívoco y lo inequívoco

aparentemente conclusivos:

siempre en espera de ser determinantes.

 

La inmortalidad es falacia

con la cual nos distraemos…

La transformación de la materia

menos aún nos sirve de consuelo.

 

¿Tanto como el cambio climático

es irreversible el cruento destino

que se procura la sociedad humana…?

 

El alcance de mayor velocidad

a falta de tiempo y contra el tiempo

en nuestro aparataje de correr,

lo socava la punzada de la angustia.

 

Quien grita en disputas

lo hace por esfuerzo en ganar

pero ya se sabe perdido.

 

Te miras al espejo

sea para peinarte o afeitarte

pero soslayas ver

la mueca de tu doble.

 

La lectura final

de buena literatura

nos depara una decepción:

no encontrar su inmediato sucedáneo.

 

Marcharte de sitio conocido

lleva su gota de tristeza,

pero revisitarlo
carece de alegría.

 

Es dudoso el “ocio creador”:

la ociosidad no alcanza el deslumbramiento.

 

Quedan cosas por decir

aunque todo está dicho…

 

 

Notas:
[1] Rafael Acosta de Arriba. “Pedro de Oraá: reestructurando el espacio” (La Gaceta de Cuba, enero-febrero de 2016, pp. 32-36).
[2] Rafael Acosta de Arriba. “Pedro de Oraá: reestructurando el espacio”. Ob. cit.