A propósito del libro de Arnold August, un detalle curioso en la Universidad de La Habana
28/9/2018
El jueves 27 de septiembre de 2018 se presentó en la Facultad de Comunicación (o de Periodismo, como se le conoce más familiarmente) de la Universidad de La Habana el nuevo, muy valioso y bien recibido libro del profesor, periodista y conferenciante canadiense Arnold August: Relaciones Cuba-Estados Unidos ¿Qué ha cambiado?, con sello de la Editorial Oriente, de Santiago de Cuba.
En dicha Facultad (al fondo de la sede de la revista Bohemia, ubicada en la esquina de la Avenida Independencia y calle San Pedro, municipio Plaza de la Revolución) lo presentó sabiamente el doctor Emilio Duharte Díaz, profesor de Teoría Política en la propia Universidad, quien valoró los aciertos del volumen y abundó en luces sobre caminos por los cuales se puede seguir aprovechando cada vez más la investigación hecha por August.
La participación del auditorio la inició un profesor que reconoció no haber leído el libro, y enseguida pasó a señalarle al autor cuestiones que este no debía dejar fuera de su análisis sobre el tema. A partir de ese momento se sucedieron atinadísimas intervenciones, tanto de otros profesores como de estudiantes que confirmaron la utilidad de la obra, y representaron la existencia mayoritaria en el pueblo cubano de una clara valoración sobre asuntos de tantas implicaciones como las maniobras políticas del imperio y su guerra cultural contra la Revolución Cubana.
Sean cuales sean las características individuales del césar de turno —ya se trate de un malabarista verbal como Barack Obama, o de uno grotesco y desfachatado como Donald Trump: no todos los lobos son externamente iguales, pero son lobos—, el imperio no renuncia a doblegar a Cuba, engañándola con el ofrecimiento de la zanahoria que envuelve la arremetida de símbolos y nociones que a él le son propias y le acarrean ganancias, o con las prácticas del garrote. De todo eso tiene Cuba pruebas más que suficientes, y para enfrentarlo en cualesquiera de los caminos —como ha hecho— hay en ella fuerzas morales, culturales, políticas, patrióticas e históricas, aunque no sean ni de lejos las privilegiadas por los medios dominantes de la (des)información internacional. Pero tampoco se debe menospreciar uno de los temas o peligros tratados por August y subrayados con tino por Duharte: las ingenuidades políticas en que se puede incurrir, si no ante las groserías de un Trump (y de otros), sí ante los rejuegos del elegante y también mentiroso Obama, visiblemente con mayores recursos para confundir a incautos, no se hable ya de quienes disfrutan sucumbir a falsas ilusiones.
Sede actual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana
En todo eso se habrá quedado pensando el auditorio, que tan bien acogió al autor de Relaciones Cuba-Estados Unidos. Por lo pronto, quien escribe la presente nota da fe de que ese fue su caso, y sigue pensando en tales realidades, aunque no pueda quitarse de la mente la imagen que halló a la entrada de aquella Facultad universitaria habanera. Donde hace muy poco había dos bancos de bloques y hormigón rústicos y deteriorados, hay ahora cuatro bancos más pequeños, bien dispuestos y de factura notablemente mejor, aunque el diseño da para otros comentarios. Aún faltaban unos cuantos minutos para la hora de la cita, y el testimoniante decidió sentarse en uno de aquellos bancos, y entonces leyó el texto a relieve que hay en él: “Welcome to this beautiful garden”. Pensó que la frase estaría en otros idiomas, empezando por el español, en los demás asientos, como fervorosa declaración de internacionalidad; pero todos tenían el mismo saludo en inglés. ¿Los habrá donado a la Universidad de La Habana alguna asociación solidaria anglohablante? ¿Habrán sido escogidos con la engañosa idea de que hoy todo el mundo habla esa lengua? ¿Los producirá algún exitoso cuentapropista vernáculo que decidió emplear el inglés como idioma propio?
No vendría mal una explicación convincente, si la hubiera. Pero no parece que se deban ignorar los déficits de política lingüística que aún sufre el país y que, si siempre requerirían atención, la demandan todavía más cuando un imperio que se expresa en inglés, y que tanto ha agredido a pueblos del mundo, entre ellos el cubano, está empeñado en mantener su hegemonía en el planeta. Para el autor invitado, aquella imagen, en Cuba, sería, cuando menos, desconcertante: canadiense como es, sabe que en Quebec, de habla francesa, algo como eso está prohibido.
Para que se rectifique el despropósito de los bancos ¿habrá que esperar a que el desgaste producido por el paso del tiempo y por el uso borre el relieve descrito? A estas alturas las penurias económicas autorizarán probablemente a no sustituir los bancos, aunque esos pudieran venderse a personas que quieran tenerlos en sus casas, y con ese dinero la Facultad de Periodismo adquirir bancos sin textos o con escritos en español, bancos, en fin, no discordantes con las responsabilidades académicas y culturales de esa institución docente cubana, a la cual le sobran razones y motivos para ser, y sentirse, un jardín hermoso.
Toledo, como estudiante de esa facultad te puedo decir que la culpa de que esos bancos estén ahí no la tiene el imperio sino los mismísimos rezagos de economía planificada que nos quedan de la URSS. Yo también me extrañé la primera vez que los vi, cuando se estaba construyendo la fachada. Pregunté a que venían, no tan preocupado por el idioma, sino por que nada tenían que ver con el edificio. La respuesta muy sencilla: a finales de año el presupuesto de construcción no estaba agotado, al año siguiente hacía falta construir el laboratorio de radio y TV, pero aún no habían llegado los materiales, entonces Fcom se encontraba ante la gran disyuntiva de «quedarse sin laboratorios —porque si no gastas el presupuesto de este año no te dan mayor cantidad para el año siguiente—, o comprar lo que había en existencia a esas alturas de año para cumplir con la «planificación socialista» y tener laboratorios. ¿Decisión difícil, no crees? Entonces, siguiendo las reglas de la planificación todo fue feliz, el dinero se gastó en lo único que había, nuestro «beautiful garden» como le llamábamos en broma mis compañeros de aula, para que las nuevas generaciones pudieran hacer sus prácticas de radio y tv en un laboratorio del siglo XXI. A veces la dominación cultural tiene las causas más inexplicables.
Rubén, en mi página de Facebook he reproducido el comentario, bajo el título “Una explicación en torno al ‘beautiful garden?”, y con estas líneas introductorias:
Rubén Padrón Garriga, alumno de la Facultad de Comunicación —e hijo de Silvana Garriga y Juan Nicolás Padrón, personas cuya amistad me alegra desde hace ya un montón de años— puso en La Jiribilla un comentario al pie del artículo en que me referí a cuatro bancos que en fecha reciente fueron colocados a la entrada de dicha Facultad (https://www.lajiribilla.cu/articulo/a-proposito-del-libro-de-arnold-august-un-detalle-curioso-en-la-universidad-de-la-habana). Carezco de la información necesaria para juzgar el comentario, pero en él percibo sinceridad de principio a fin. Si fuera pertinente añadir algo a sus palabras o discrepar de ellas en alguna medida —la que fuera—, habrá quienes puedan hacerlo con la debida autoridad, o sentido de responsabilidad y del deber. Pero, por lo pronto, lo escrito por Rubén confirma que fue un acierto llamar la atención sobre unos bancos que ni siquiera brindan comodidad a quienes se sienten en ellos. (L.T.S.)