Un anhelo nos acecha en medio de tanta podredumbre moral y crisis humanística en la época de la desidia y el yugo colonial que representa la colonización cultural, de la urgencia (para salvar la gran familia humana) de encontrar los caminos de la liberación definitiva de nuestros pueblos sometidos a la dominación. ¿De qué dominación hablamos?, de aquella que impone con total furia el imperialismo estadounidense. El anhelo presente encuentra respuesta en José Martí, en su pensamiento y acción revolucionaria, guía para la lucha y programa político de la inmensa revolución nuestramericana:

Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros; vemos manera fácil y brillante de evitarlos; adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana. Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto.[1]

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”,[2] comenzaba así Martí su cenital ensayo “Nuestra América”[3]; y no son pocos los que todavía juegan con la santidad de la América que nos pertenece, y con absoluta vanidad se sirven de ella so pena de poner en riesgo su independencia y soberanía. El drama que vivimos sin duda es aterrador, pero al mismo tiempo, esperanzador. ¿Será que ante profundas crisis se desatan olas de cambio que devuelven la felicidad un día alcanzada?

Pareciera que ello ocurre en nuestra América, si se tienen en cuenta los triunfos electorales de la izquierda en Argentina y Bolivia, la victoria alcanzada en las pasadas elecciones parlamentarias en Venezuela, y lo que pudiéramos llamar el despertar consciente de los pueblos bañados con la sangre de tantos imprescindibles. Desde hace algunos años se discute en la región si América Latina vivía un retroceso político al advertirse una oleada derechista que no demoró mucho en intentar barrer con los gobiernos progresistas, de izquierda, impulsores de políticas de justicia social en beneficio de “los pobres de la tierra”, como los llamó Martí. Se hablaba de una década perdida cuando se hacía referencia al posicionamiento de la derecha neoliberal en algunos países de la región donde se abandonaba, aparentemente, el ideal revolucionario.

Los pueblos nunca abandonan los ideales que defienden, subyace en ellos una llama que ha de prenderse en el momento en que estén dadas las condiciones. La humanidad sigue teniendo ansias de justicia, y para alcanzarla hay que luchar. Si no somos capaces de comprender el momento histórico (tener sentido común, reflexivo, crítico); si nos perdemos en caminos divisorios o nos aferramos a incoherencias discursivas, nuestro actuar será nefasto en la consecución de la anhelada justicia. La izquierda tiene un gran reto: la unidad de todas sus fuerzas, la cohesión y complicidad en los planes de acción concertados, la capacidad de asimilación crítica de los hermanos de lucha (no somos absolutamente iguales, existen diferencias y ello ha de respetarse: unidad dentro de la diversidad; eso es garante de una buena estrategia).

Nuestra América clama hoy por ese viejo y necesario anhelo de los padres de la independencia, de los próceres y pensadores de la libertad, líderes de la revolución nuestramericana: la segunda independencia. Es un ideal vivo, base del pensamiento crítico que forma o nutre el marco teórico de la lucha revolucionaria, integracionista, de liberación de los pueblos. La primera independencia quedó inconclusa, y aspectos de vital importancia como la integración, la justicia, la igualdad social y la identidad común (desde la salvación de la memoria que impide olvidar la historia) introducen los fundamentos de la actual lucha.

Ello, con la asunción del poder político —por parte de gobiernos de izquierda, progresistas, esperanzadores y continuadores del ideal bolivariano y martiano— se complementa con la urgencia de alcanzar una liberación cultural frente a las venenosas garras del imperialismo. He ahí el fundamento, la primera independencia buscaba liberarnos del dominio colonial español; la segunda, en cambio aboga por vencer un colonialismo diferente, caracterizado por las grandes empresas transnacionales, el monopolio que sigue sentado como un gigante implacable, el sistema financiero internacional, el neoliberalismo y la globalización neoliberal.

La radicalidad del pensamiento martiano y su carácter revolucionario van de la mano, se conectan necesariamente en la trágica historia de las naciones latinoamericanas, y con un método auténtico nos develan el misterio de aquellas, lo explican, lo corporifican, lo adaptan a su tiempo, nos brindan las herramientas para entenderlo nosotros.

El ensayo “Nuestra América”, que cumple 130 años de su publicación, contiene ideas medulares para la lucha que llevamos a cabo por la unidad latinoamericana, nos da pautas esenciales para un programa rector de la batalla política, ideológica y cultural de América Latina y el Caribe:

a) Despertar de la América como estrategia para acometer la batalla por su verdadera independencia ante el peligro que representaban los Estados Unidos. Esta idea es cardinal, pues desde el comienzo de “Nuestra América” Martí alerta, indirectamente, del peligro expansionista que acuñaba el imperio estadounidense a la aldea americana (“y le pueden poner la bota encima”). Esta alerta martiana lleva implícita una crítica a los pueblerinos, que por avivar su apetito vanidoso y egocéntrico descuidan la guarda y custodia de su aldea y no saben del peligro anunciado. Ya coloca Martí, en el inicio ensayístico, el llamado al combate en defensa de nuestra América con las armas del juicio, con las ideas, pues en lenguaje metafórico califica las armas del “gigante de las siete leguas” como de piedras: “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.[4] Más adelante, en la última parte de “Nuestra América”, vuelve Martí sobre el peligro externo y mayor de la región, los Estados Unidos y su tradición de conquista: “Otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña”.[5]

b) Urgencia de la unidad continental (de nuestra América) ante el peligro advertido. Los pueblos que no se conocen, apunta Martí, deben apurarse en hacerlo como si fueran juntos a salir al camino redentor. He ahí la esencia de la unidad latinoamericana, juntos en la lucha, en cuadro apretado, puestos en fila los árboles, porque “ya no [podíamos] ser el pueblo de hoja, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades”.[6]

c) Orgullo de ser hijos de la patria americana, de ser hermanos del indio, del negro y el campesino, de ser consecuentes con lo que se espera de nosotros, de ser hombres en su más alta expresión. Por eso habla de los sietemesinos y el valor que les falta, de la debilidad que representa avergonzarse de portar delantal indio, de la madre que los crió, de la que sufre por la carga que históricamente ha llevado encima. Convida Martí a los hombres de América a no ser desertores ni delicados, a no ser complacientes ni conformistas. Son muy reveladoras sus palabras respecto a cómo debe ser el hombre nuevo de América: “¿Quién es el hombre? ¿El que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel?”.[7]

d) Una mirada al interior de nuestra América representa la sentencia martiana de cómo debe ser el gobernante americano; aquello que no le está permitido obviar en su ejercicio de gobierno para hacer buena política. Lección que enuncia rudimentos básicos de la política, parte esencial de la cultura de hacer política. Es requisito sine qua non conocer los elementos propios del país donde se ejercerá gobierno, sus elementos originarios distintivos, sus particularidades. Lo deja explícito Martí en perfecto análisis de las deficiencias de las lozanas repúblicas americanas, que en su forma realmente lo eran, pero en su contenido conservaban los rezagos y vicios coloniales. “Allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país”.[8]

Es muestra de la formación jurídica de Martí, de la amplitud de su pensamiento, de su visión del equilibrio como aspecto clave de la moderación en el pensamiento del Apóstol. Recuérdese su profunda inspiración romanista que lo elevó a la más alta expresión de lo humano: su vocación de justicia; que aludiera con meridiana claridad la necesidad de la avenencia del gobierno a la constitución propia del país para su eficacia.[9] De esta idea se deriva otra que nos muestra a un Martí con un sentido dialéctico implícito en los razonamientos que hace. ¿Cómo se debía gobernar en América? Obviamente atendiendo a los elementos naturales de cada país, pero en una constante interrelación. Es decir, gobernar con ellos y desde ellos. Nada de estatismo e incapacidad de creación pues “gobernante, en pueblo nuevo, quiere decir creador”.[10] 

e) Defensa de la autoctonía y la universalidad en nuestra América. José Martí deja sentada su postura contraria a la asumida por Sarmiento, innecesaria y errada contraposición entre barbarie y civilización. ¿A qué llamaban barbarie? A la vida de los nativos americanos, a los caracteres que distinguían al indio del colonizador; a la cultura, identidad y costumbres del llamado por Martí “hombre natural”. Para el Apóstol la batalla no era entonces entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza (la de ese hombre natural cuya cultura y autoctonía era desconocida por el colonizador, por el supuesto civilizado y, en definitiva, falso erudito). Su convicción del carácter bueno del hombre lo hizo acotar lo siguiente: “El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recabar por la fuerza del respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés”.[11]

f) El conocimiento del país como presupuesto para gobernarlo. Esta idea tiene una estrecha relación con el gobernar de conformidad con los elementos naturales del país. Para hacerlo hay que conocer, estudiar y prepararse previsoramente en cada uno de los factores reales del país en que se vive. Ahora bien, este conocimiento nos conduce a dos conclusiones; es el único modo de librar al país de tiranías y de resolver los problemas que este tenga. Deviene ostensible requisito para quienes se inician en la carrera de la política; he ahí uno de sus rudimentos. En este sentido cabría preguntarse: ¿acaso el aludido estudio de los factores reales del país o la asunción del conocimiento oriundo del mismo supone un divorcio con la llamada cultura universal, de la cual formamos parte indisoluble? Evidentemente no, y ello fue entendido así por el Apóstol, quien como ab initio aludiéramos, prefirió ante la incuestionable influencia del mundo en nuestras repúblicas que el tronco fuese el de nuestras repúblicas; cuya esencia estriba en la preponderancia que representa la historia y la cultura de las tierras americanas.[12]

g) Inefectividad política de construir pueblos nuevos bajo los esquemas estructurales de sistemas pasados. Este es uno de los prolegómenos más alarmantes de la América de 1890, y más cerca en el tiempo, de la actual. No se puede pretender que un cambio de gobierno triunfe sobre la base de la mantención de los viejos esquemas de orden económico, político y social imperantes, si estos han sido seriamente cuestionados y puestos en tela de juicio ante la imposibilidad de resolver las problemáticas que aquejan a los nuevos pueblos levantados. Es preciso barrer con los rezagos del pasado, los que ya no tienen nada que aportar, los que en vez de propiciar herramientas para el cambio y la transformación, enmohecen u obstaculizan las políticas revolucionadoras de la sociedad.

Construir un pueblo nuevo o parir la patria nueva demanda de un ejercicio fuerte de asimilación teórica, un apego a los códigos de la actualidad, y mayor participación de todos los actores sociales; en fin, requiere de una presencia transformadora en la práctica medular. José Martí no dudó un segundo en reflejar esta problemática en su ensayo “Nuestra América”, pues consideró que la verdadera independencia americana solo se alcanzaría una vez que se liberara de los hábitos hostiles heredados de la despótica colonización. Hace referencia Martí al error que constituyó el no gobernar con el alma de la tierra. Ello hizo padecer a América de la fatiga que representó la no acomodación entre sí de los elementos discordantes y hostiles heredados de una colonización despótica; y de las ideas y formas que fueron importadas; las que retardaron la construcción de lo que nombró Martí un gobierno lógico.

Un sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores hacía falta en América. Ciertamente el problema de la independencia no se hallaba en el cambio de forma —esta era clara (república versus colonia)—, sino en el cambio de espíritu. Seguía la colonia en el intríngulis de la república. Nos enuncia Martí cuán necesario era la asunción de una estrategia cultural de descolonización, que rompiera las ataduras dominadoras de antaño y oxigenara la nueva política. Había pues que contar, en los tiempos reales que se vivía, con el hombre real que le nacía a la América. Era imprescindible el pase generacional. Con agudeza política describe el Maestro el cambio en nuestra América. Solo con la creación podía lograrse; había que crear, no quedaba otra alternativa si realmente queríamos salvar la América. Retrato hermoso de los jóvenes en su más ferviente creación, en un profundo activismo que se traduce en el despertar de la vida, en la llegada de la cálida primavera luego del gris invierno:

“Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”.[13] Hay en Martí un constante desvelo por la defensa de lo americano, de lo que nos es dado por naturaleza; expresado bajo el símil del vino. Este es dulce por antonomasia, porque es de plátano; ahora bien, si saliera agrio (y que conste que sería por nuestra mala cosecha o producción), tenemos que aceptarlo porque es nuestro vino, y rectificar para que recupere su dulzor natural. He ahí la estrategia para que no muera la república que ha de ser de todos: abrazar a todos y adelantar con todos.

h) Dos últimas ideas que forman parte de la gnoseología martiana, que definen su pensamiento electivo y profundo humanismo. Era un cientista social de talla mayor que supo sobreponerse al odio de razas y sentenciar que “no hay odio de razas porque no hay razas”.[14]. Es pecado contra la humanidad quien fomente y propague tal sentimiento discriminatorio. Así el servicio brindado con dignidad y virtud a los pueblos de nuestra América ha de tener como base y principio el pensamiento; ese que tenga en su mira el desarrollo, progreso y salvaguarda de las tierras en que hemos nacido. “Pensar es servir”,[15] fundamento de la ética martiana, de su aspiración de justicia sublime, de su cosmovisión y aparato conceptual teórico-filosófico.

Las ideas que rigen el medular ensayo “Nuestra América”, en sí mismas desafíos de la unidad latinoamericana, grosso modo han sido sintetizadas:

A 130 años del ensayo “Nuestra América” encontramos una serie de premisas a tener en cuenta para acometer esta batalla por la unidad y la integración: la defensa de la identidad nacional de nuestros pueblos; el rescate de la historia de más de 200 años de lucha por la verdadera independencia; el respeto a la diversidad de las naciones latinoamericanas —clave para hacer valer el presupuesto de “unir para vencer” frente al de “divide y vencerás”—; el carácter antimperialista de nuestra proyección latinoamericanista; el desarrollo económico de las naciones de nuestra América, su progreso social y prosperidad material y espiritual, y la concientización de cuán importante es evitar a toda costa la dominación imperial que ataca directamente el pensamiento y tiene en el frente cultural sus principales medios de opresión y despotismo. Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipatoria que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que hoy continúan atacando a las naciones de americanas; que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobreviven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia; que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia.

No es casual la significación que le imprime Martí a la propagación de la cultura; ella es salvadora, redentora y revolucionadora. He ahí la lección: “La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos”.[16] Es un reto, en aras de la anhelada segunda independencia, elaborar una estrategia, no solo económica y política, sino también cultural que constituya por sí misma un reservorio de eticidad, de virtud y espiritualidad; inclusiva en todas sus formas, desprovista de discriminaciones y atentados a la dignidad plena del ser humano.

Recordemos que los que hacen política para el bien de todos deben, como premisa fundamental, conocer cómo hacer política. Y hacer política, sobre todo en este tiempo, requiere de una cultura capaz de ir a las esencias, de hurgar en los problemas reales de los grupos humanos a quienes irán dirigidas esas políticas, de ser portadores del conocimiento de los elementos naturales de las naciones, de la constitución propia de cada uno de nuestros países. Requiere de una sensibilidad —esta eleva a su más alta expresión la cultura— que incluya rasgos esenciales como la radicalidad y la armonía; que rompa las ataduras impuestas por la llamada cultura occidental y vaya a la fuente de la cual emana toda la obra humana que nos ha antecedido. Como alentara Martí, continúa siendo esta “la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.[17]


Notas:

[1] José Martí: “La América” (1883), Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 7, p. 325.
[2] Ensayo “Nuestra América”, 30 de enero de 1891, El Partido Liberal, México, en Obras completas, t. 6, p. 15.
[3] Este medular ensayo de José Martí fue publicado en dos ocasiones: primero en LaRevista Ilustrada de Nueva York el 1ero. de enero de 1891; y luego el 30 del propio mes y año en El Partido Liberal, de México. Constituye a nuestro juicio el programa político revolucionario que redactó Martí para los pueblos de nuestra América, como él sabiamente le llamó a la región latinoamericana y caribeña.
[4] “Nuestra América”, en Obras completas, t. 6, p. 15.
[5] Ibíd., p. 21.   
[6] Ibíd., p. 15.
[7] Ibíd, p. 16.
[8] Ibíd, p.17.
[9] “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”. En “Nuestra América”, Obras completas, t. 6, p. 17
[10] Ibíd., p.17.
[11] Ibíd., p. 17.
[12] Al decir de José Martí: “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los Incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos”. En “Nuestra América”, Obras completas, t. 6, p. 18. Nótese que para Martí es más necesaria la historia de nuestra América para ser estudiada y asumida por los americanos que las regiones foráneas que nada tienen que ver con los elementos que nos caracterizan; es su sentido de pertenencia, de autoctonía, de distinción real con la América del río Bravo a Magallanes. Empero en modo alguno aboga el Maestro por prohibir o desconocer lo universal de la cultura y la historia, aunque no sea americana. Esa la tendremos en cuenta, la estudiaremos también, ahora, no puede prevalecer en comparación con aquella que sí nos pertenece.
[13] Ibíd., t. 6, p. 20.
[14] Ibíd., p. 22.
[15] Ibíd., p. 22.
[16] “Tilden”, La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras completas, t. 13, p.301
[17] “Nuestra América”, en Obras completas, t. 6, p.15.