Ya está en carrilera el VII Congreso Mundial de Arquitectos, que va a tener por marco la ciudad de La Habana, en septiembre.
Confesaré como poeta que me ha interesado siempre una profesión no muy alejada a mi parecer de esa otra que consiste en “construir” estrofas. Hasta hay un libro, leído con bastante éxito hace cuarenta años, que se titula Arquitectura del verso y en el que su autor ve el poema como una realización “material”, tan material como un predio de cal y canto. A veces más consistente todavía que este (dicho sea por cuenta propia) porque ¿cuánto no se escribió en la edad clásica, pongamos solo el siglo de oro español, que ha sobrepasado en duración a muchos edificios hechos entonces y rendidos al fin bajo la pesadumbre de los años?
Aún el que es lego en tales disciplinas, las de la arquitectura y las de la poesía, puede darse cuenta de lo que está mal hecho, desproporcionado o sin equilibrio así en una casa como en un poema. Inteligencias más preparadas verán además lo que haya de poético en uno y otro caso, que también puede haber, y lo hay, lirismo en la piedra y falta de él en el verso. Es decir, que existen arquitectos poetas… y poetas que no lo son, aunque ello parezca paradoja y pese a los materiales de que unos y otros se sirven para expresar su pensamiento.
Por lo demás diré que ignoro cuál va a ser el temario de este congreso, ni si serían objeto de atención en él algunos problemas de índole en cierto modo particular, relativos solo a la arquitectura de determinados países. Pero me alegraría que algo saliera de tan docta asamblea destinado a rescatar del abandono en que se hallan las más de las viejas casonas coloniales de La Habana y del interior cubano, que por el camino que llevan se derrumbarán sin remedio, cosa que ya está ocurriendo con algunas. No se trata de tomar medidas drásticas (ni eso se puede ni se debe hacer) contra las gentes humildes que allí viven, si es que se llama vivir el hacinamiento insalubre en cuartos sin un minuto de comodidad. Es posible encontrar sitios más cómodos para esos moradores, cosa de reparar y restaurar con sentido histórico los que ahora ocupan. En este punto, recuérdese la limpieza que se le dio a la catedral habanera, cuya noble piedra estuvo largo tiempo vestida de cal amarilla; y lo que se hizo con palacios como el de Aldama, el de los condes de Casa-Bayona y el marqués de Aguas Claras; y con los que son ornato sobrio de la Plaza de Armas, como la casona del viejo Ayuntamiento, antes residencia presidencial y más antes de los capitanes generales; y en fin el palacio que fue del Segundo Cabo en tiempos de España y del Senado en buena parte de la república. En el Castillo de la Fuerza me parece que algo dio comienzo pero no se terminó.
¿O sí?
Por último, quería decir que ya está escrita y de un momento a otro llegará a manos del ministro Cienfuegos (gran animador de este Congreso) una tímida, una modesta carta de la Uneac felicitándolo por su firme actitud frente a la chabacanería de cemento armado, el mal gusto de los rincones martianos y otros que sin ser martianos son igualmente horribles; cuanto afea y rebaja en fin el aspecto de las ciudades cubanas. Esto ha dicho Osmany, hacía mucha falta que se dijera por alguien como él, tanto como es de suponer que hará, y también lo que se propone en la carta de la Unión de Escritores y Artistas, o sea, el nombrar una comisión en que esté representado el Ministerio de la Construcción y con él todas las organizaciones de masas que existen en Cuba, interesadas sin duda en que esas masas vean algo mejor de lo que están viendo, no solo en lo que ya estaba hecho antes de la Revolución, sino desdichadamente en no poco de lo que se ha hecho después.
Todo sea dicho sin que nadie se moleste ni vea otra intención que la de ir a la raíz del mal. Recordemos que, como ya dijo en su ocasión el clásico,
arrojar la cara importa,
que el espejo no hay por qué…