Apuntes sobre el tránsito al socialismo (I)
27/6/2018
Para relanzar el pensamiento socialista[2] como un ideario vivo, viable en nuestra actualidad y atractivo para las generaciones jóvenes, hay que agarrar al toro por los cuernos; o sea, pensar, discutir, enfrentar tabúes, dogmas o prejuicios que en buena medida —por limitaciones interpretativas o intereses del poder— han dado argumentos a los adversarios para la denostación de ese ideal. Hay que dilucidar aspectos teóricos, traducidos en praxis, que recuperen su superioridad para construir sociedades no capitalistas. En los párrafos siguientes adelanto algunas ideas.
Portada del libro
Política y economía: una causalidad compleja
Como premisa necesaria recordemos que toda forma de organización social humana se sustenta y autorreproduce al calor de una cosmovisión político-filosófica, cualquiera que esta sea. Sin olvidar la relación dialéctica y, en palabras de Edgar Morin, “de complementariedad”, entre lo económico y lo político, debe considerarse el hecho de que a la conceptualización del diseño y dotación de sentido socioclasista de la actividad económica le es consustancial un pensamiento filopolítico determinado, como componente ontológico del cual parte todo el proceso jurídico-normativo y organizacional de la vida cotidiana.
La política es transversal, ubicua, donde se articulan mutuamente filosofía, ideología y cultura, de ahí que las concepciones sobre un determinado modelo organizacional de las relaciones de producción, cambio, distribución y consumo estén condicionadas (no “determinadas”) de conjunto con el ámbito de lo político, y aquí se coloca en primer plano la intersubjetividad social. Este planteamiento quizás estremezca la rigidez con que algunos interpretaron la relación entre base y superestructura, explicada por Marx[3], pero el punto de la cuestión es subrayar que esa relación dialéctica de ambas no responde a una causalidad mecánica, lineal, donde la primera determina a la segunda, sino a una causalidad compleja de interacción, de retroacción recíproca. Hay influencia enriquecedora de una a otra y no constituyen reflejo pasivo mutuo.
Esto dirige la reflexión, por cierto, hacia un ámbito que demanda ser estudiado: el de la enseñanza del sistema[4] de pensamiento socialista, y de su basamento filopolítico, económico y, en su sentido más amplio: cultural, adoptando para ello una actitud transdisciplinaria, para entrar en sintonía con la manera contemporánea de entender la complejidad de los procesos sociales, cuyo ámbito real de éxitos o fracasos es el de la vida cotidiana.
La cultura del ser socialista
Es constatable que el capitalismo, mientras más realiza en la práctica cotidiana su esencia de injusticias y de inequidad distributiva de la riqueza social, mejor se sustenta económicamente para autorreproducirse como sistema, o sea, como capitalismo; en cambio, mientras más socialista, justo y equitativo intenta realizarse en su praxis cotidiana el socialismo, se le dificulta sustentarse económicamente para autorreproducirse como sistema. ¿En el caso cubano esto se debe solo al bloqueo económico, comercial y financiero de los EE.UU. o, también, a la política organizacional en que se ha tenido que desenvolver la economía?
Por otra parte, es fácil captar la existencia de una “cultura del ser capitalista”, pero no ha cristalizado una “cultura del ser socialista”. Como norma general, los individuos que viven en el capitalismo desean y saben ser capitalistas, y esa proyección a escala colectiva traza un hábito modelador de esa cultura del ser capitalista. Tal vez en ello resida la clave de la autorganización de su sistema de convivencia. Ese accionar tácito, fomentador de una cultura del ser socialista no ha cuajado hasta ahora. ¿Qué ha faltado? ¿Pueden identificarse errores matrices en la conceptualización de cómo debe ser una sociedad socialista? Y, porque los hay en el caso cubano, ¿no deben destacarse los logros para mantenerlos en esa conceptualización?
El accionar político en el socialismo
En la guerra cultural del siglo XXI, los conglomerados de comunicación capitalistas —cuyo desarrollo tecnológico, expansión y naturaleza transnacional que les facilita coordinar campañas a escala planetaria como nunca había ocurrido en la historia— se empeñan con sevicia en denostar cualquier corriente de pensamiento alternativo a su sistema político, y en particular al ideario socialista cubano. Solo para recordar: bombardean, en el caso de Venezuela, con imágenes de enfrentamientos violentos de opositores y de desabastecimiento en los mercados; contra Cuba, fotografías de ruinas arquitectónicas, videos y artículos de opinión en los que se edulcora el pasado “republicano”, comparándolo con “la falta de progreso” de la revolución. En todos esos ejemplos, sin explicar causas, como la guerra económica o el bloqueo comercial, y motivos, como la voluntad de destruir esos procesos populares. Pero a la vez, ¿en qué medida los propios errores de la construcción del socialismo ofrecen materia prima a ese hostigamiento mediático?
Por ejemplo, si el ideal de sociedad socialista se concibe como superior al capitalista, porque concreta en la práctica cotidiana mayores cuotas de justicia e igualdad sociales en todos los ámbitos de la vida, ¿dónde está escrito que el precio de ser socialistas debe ser el ascetismo? ¿Por qué se ha entronizado la mentalidad de “satanizar” el consumo legítimo y natural de bienes materiales por parte de los ciudadanos que construyen a diario su revolución socialista? ¿No se obtendría mayor y mejor consenso social mediante la estrategia de colocar al mercado en función del socialismo?
Es necesario un cambio de mentalidad que recupere el principio de que si el socialismo es una cosmovisión ideológica orientada a lograr una calidad de vida integral[5], propiciadora de una también mejor satisfacción de necesidades materiales y culturales, el consumo razonable y el mercado inteligentemente reglamentado no están reñidos con el anhelo del socialismo próspero, por lo cual no debe ser estigmatizado, pues, reitero, de lo que se trata es de colocar al mercado en función del socialismo, no al revés.
Son constatables las conquistas sociales de la Revolución cubana, las cuales, aun habiendo sido internalizadas en la subjetividad del pueblo como componentes “patrimoniales”, tampoco establecen un límite al bienestar y a la justicia social en las expectativas mutuas de comportamiento Estado-sociedad.
Quienes trabajan día a día para edificar una sociedad socialista en Cuba son hombres y mujeres de cualquier edad, con ansias de satisfacción estética en su hogar y en el vestir, por citar un par de ejemplos. El socialismo no está reñido con el gusto, la moda, ni con las tecnologías actuales de comunicación; todo ello forma parte del consumo del ser, no del consumo del “tener”[6].Cuando esas aspiraciones legítimas no son satisfechas por el comercio socialista (o se posterga o dificulta su satisfacción), se le “regala” argumentos a la propaganda sobre la inoperatividad económica del sistema socialista, que paradójicamente fue concebido para que la gente viva mejor que en el capitalismo.
Y aquí volvemos al principio de la relación de causalidad compleja (interinfluencia) entre la política y la economía: en el socialismo es imperativa la voluntad política de que la economía produzca conciencia social socialista, sobre todo en las nuevas generaciones. Esa voluntad implica no solo acciones concretas de políticas públicas y readecuación del marco jurídico normativo, sino de focalizar de modo sistemático la armonización de los intereses individuales, grupales con los más generales de la sociedad. Es esa voluntad de armonizar los tres ámbitos de intereses societales lo que da sentido, coherencia y superioridad a la construcción del camino socialista cubano.