En una hermosísima carta escrita por Susan Sontag el 13 de junio de 1996 al escritor argentino Jorge Luis Borges —diez años después de su muerte—, lamentaba “tener que decirle que los libros en la actualidad son considerados una especie en extinción”.

Se refería a los libros como también a las condiciones de la lectura que facilitan la literatura y sus efectos en el espíritu frente al anunciado advenimiento de las “pantallas-libros”. Interactuar con cualquier “texto” permitirá, según confiesa ella al echar tanto de menos al autor de El Aleph, ilimitadas posibilidades.

Con el frenético transcurso del nuevo siglo, a esas cada vez más raras especies en vías de extinción —como los verdaderos amigos— debemos sumar las revistas en formato de papel y, entre estas, a las especializadas en el arte del “Siglo de Lumière”, al decir de Arturo Ripstein.

Algunas publicaciones se aventuran a poner a disposición de los cinéfilos de todo el mundo versiones digitales de sus ediciones impresas en sus respectivas páginas web (Sight & Sound, Dirigido por…) para expandir su radio de acción; otras, en cambio, ante los elevados costos, se han visto forzadas a renunciar a su tirada tradicional en los estanquillos para aparecer solamente a través de Internet. Tal es el caso de la revista argentina El Amante, dispuesta desde su primer número, en diciembre de 1991, a la polémica y el cuestionamiento, como de la mítica Cahiers du Cinéma, su paradigma.

Kinetoscopio, publicada con una periodicidad trimestral por el Centro Colombo Americano de Medellín, conmemoró veintidós años de salida ininterrumpida.

El completísimo Diccionario del cine iberoamericano (Sociedad General de Autores y Editores, Madrid, 2011) incluye en su tomo 7 la historia de las revistas de cine en Latinoamérica, unas más efímeras que otras.

De las que llegaron a nuestras costas por alguna vía, siempre recordamos con nostalgia la excepcional Hablemos de cine, editada en Lima desde el 15 de enero de 1965 —con antológicas entrevistas, artículos, críticas y dossiers—, sin olvidar la venezolana Encuadre o los 67 números de la mexicana Dicine (1983-1996).

Por el nivel cualitativo y el rigor, esta primacía la ocupa hoy, incuestionablemente, Kinetoscopio, publicada con una periodicidad trimestral por el Centro Colombo Americano de Medellín, que con el número 100 (octubre-diciembre, 2012), conmemoró veintidós años de salida ininterrumpida, fiel a su frase promotora: “La revista para los que aman el cine”.

Cuba no puede excluirse en el recuento de las publicaciones de esta índole, si bien dista de nuestro propósito el acercamiento exhaustivo a su trayecto. Aunque desde los tempranos tiempos del cine silente existieron disímiles tentativas, por derecho propio sobresalió Cuba Cinematográfica, editada desde el 17 de noviembre de 1912 por los empresarios Pablo Santos y Jesús Artigas para dar publicidad a las adquisiciones de su firma distribuidora de películas, sobre todo, “melodramones” italianos tan del gusto del público de la época.

Con el objetivo de financiar su tirada quincenal de cinco mil ejemplares, que los espectadores recibían gratuitamente, insertaron anuncios comerciales de todo tipo al lado de artículos acerca de los artistas de moda, entre estos, las divas Francesca Bertini, Ítala Almirante Mancini y Hesperia.

Los infatigables Santos y Artigas, productores de nueve largometrajes dirigidos por Enrique Díaz Quesada, cesaron en 1919 la publicación de Cuba Cinematográfica y un año después abandonaron definitivamente la producción fílmica para consagrarse con estruendoso triunfo al negocio del circo.

Cinema, cuyo primer número fue puesto a la venta en 1935, es la publicación más relevante en su tipo del período prerrevolucionario.

Sin darse cuenta, habían entrado en la historia del cine criollo. Y no solo eso, sino que los escasos números de su revista que llegaron a nuestros días, permitieron rescatar las únicas fotografías existentes y los argumentos de esas películas del prolífico “Padre de la cinematografía nacional”.

Los sucesivos incendios originados por la autocombustión del soporte de nitrato redujeron a cenizas casi íntegramente su filmografía y apenas sobrevivió el minuto de celuloide que dura el corto El Parque de Palatino (1906).

Cinema, cuyo primer número fue puesto a la venta al precio de cinco centavos el 1º de diciembre de 1935, es la publicación más relevante en su tipo del período prerrevolucionario. Otro nombre vinculado a la producción de dos filmes rodados en 1921 por Díaz Quesada, ¡Alto al fuego! y Arroyito, fue su director-fundador: Enrique Perdices Yubero (1901-1979).

En un principio Cinema fue concebido como un magacín semanal de la publicación mensual Civilización, órgano oficial de la Asociación Nacional de Exhibidores. La propaganda subrayaba la condición de “único en su clase”, con oficinas en la calle Gervasio no. 118, altos. Su jefe de redacción era Antonio Suárez Gómez.

Llama ya la atención que Enrique Perdices insertara desde el número inaugural una brevísima noticia sobre las perspectivas que se avizoraban para el inerte cine de la Isla, tras la paralización de la producción por la compañía BPP Pictures.

Perdices utilizó siempre como tribuna su columna editorial “Son cosas nuestras”, con el fin de criticar el nulo apoyo estatal al cine cubano, toda una riesgosa quimera para los recelosos inversionistas del patio.

El semanario Cinema (1935-1965), devenido órgano oficial de la Unión Nacional de Empresarios de Cuba, fue la primera publicación de su tipo en el país que circuló sin interrupción a lo largo de tres decenios. Liderada por Perdices, y con colaboraciones sistemáticas expedidas desde México por el cineasta Ramón Peón, la revista defendió cuanto esfuerzo o iniciativa germinó —amén de estar condenada al fracaso o la frustración— en pro de un auténtico cine nacional.

En una fecha imprecisa de junio de 1960, a solo un año y unos meses de la fundación del Icaic, ve la luz el primer número de la revista Cine Cubano con una tirada de veinte mil ejemplares.

Un examen de los 1 424 números que hasta agosto de 1965 integran el itinerario de Cinema revela, semana tras semana, el sinuoso recorrido de la historia de nuestro cine. Durante treinta años registró cuanta producción fuera realizada en Cuba —incluidas aquellas que no llegaron a las pantallas— tanto por nuestros denodados soñadores como por los extranjeros, ante todo mexicanos, que hallaron en las hermosas locaciones, los competentes técnicos, los afamados artistas y con la saturación del ingrediente musical, una suerte de “Tierra de Jauja”.

Inclusive, en el período que continuó la publicación de Cinema después de 1959, no cesó en la difusión entusiasta de todo lo concerniente al nuevo cine cubano surgido con el triunfo de la Revolución y el futuro promisorio que concedía a la feliz concreción de un sueño colectivo por tanto tiempo: la constitución del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.

Una institución sin precedentes, nacida con una voluntad manifiesta de ruptura y de negación de todo vestigio cinematográfico del pasado republicano, no podía prescindir de un vehículo de difusión de ideas.

Bajo estos imperativos, y en medio de complejas circunstancias, ve la luz en una fecha imprecisa de junio de 1960, a solo un año y unos meses de la fundación del ICAIC, el primer número de la revista Cine Cubano con una tirada de veinte mil ejemplares. Ocupa la portada una foto de Blas Mora en “Rebeldes”, segundo cuento de Historias de la Revolución, primer largometraje de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), aún sin estrenar.

“Crear a partir de un punto cero” es, según precisa Alfredo Guevara en el texto-editorial “Realidades y perspectivas de un nuevo cine”, publicado en ese número de apertura, el propósito rector de “la primera medida revolucionaria tomada en el campo del arte”.[1]

El fundador del Icaic define claramente: “El nuestro tendrá que ser un cine de calidad y tendrá que reunir una serie de características a la par que cumplirá ciertas premisas”,[2] las cuales trata de sintetizar: un cine artístico, nacional, inconformista, barato, comercial y técnicamente terminado.

Cine Cubano se convierte en la publicación especializada en cine más longeva de América Latina.

Inmersas en este hervidero fundacional, las páginas de la revista acogieron a los noveles creadores que se formaban sobre la marcha y a otros procedentes del Cine Club Visión o de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo (Titón, Julio García Espinosa); además de firmas reconocidas como la del crítico René Jordán, muy apreciado por sus reseñas semanales en Bohemia; el joven Fausto Canel, que publicaba en la revista Cine Guía, editada desde 1953 por el Centro Católico de Orientación Cinematográfica; Héctor García Mesa, futuro director-fundador de la Cinemateca de Cuba, o el español José Miguel García Ascot, primero en accionar una claqueta en un rodaje del Icaic.

Transcurrió más de medio siglo desde entonces en los que Cine Cubano —que no obstante variar su tirada, atravesar etapas de irregular periodicidad, dejar de editarse en dos períodos (mediados de 1974 a 1977, y de 1994 a 1997)— se convierte en la publicación especializada en cine más longeva de América Latina.

Esa vocación integradora de todas las artes y de preeminencia del nuevo cine latinoamericano que la presidiera, la condujo por momentos a números monotemáticos y, en otros, a ignorar el propio cine para jerarquizar otras manifestaciones.

No es mi pretensión abarcar, ni siquiera en síntesis, los cincuenta años de historia reflejados en este índice, pero es oportuno en este intento de esbozar un prólogo para su publicación, aportar un conjunto de notas reunidas en torno a esta trayectoria: la revista presenta año y número en las primeras ediciones, pero posteriormente prescinde de este dato tan importante.

El primer número triple es el 23-25 con abundante información; incluye la Ley de creación del Icaic y trabajos acerca de los diferentes departamentos de la institución como la Cinemateca de Cuba, el de Dibujos animados, el Noticiero, los premios obtenidos hasta 1964 y un conjunto de entrevistas al personal artístico. Las ediciones 42-44 (1967) y 140 (1998) se publicaron en sendas revistas en español y francés.

Algo tan necesario en toda revista como la organización por secciones ha variado considerablemente y no siempre estas aparecieron bien determinadas desde los primeros números. Una de las primeras fue Notas y noticias, que fue derivando hasta la actual denominada Noticiero Icaic, pero también existieron otras como Críticas, Críticas de cine, Micro-críticas, Foto-cine, Ángulo ancho, Desde la moviola, Cine y palabra, Plano general, Imágenes del rodaje, Artículos, Entrevistas, El cine y yo, Libros, Memoria, Comentarios, A través del tiempo, De película, hasta suprimir por completo las secciones entre el número 135 y el 149.

El 150, correspondiente al trimestre octubre-noviembre 2000 señala una reestructuración completa en secciones que adoptan títulos de filmes cubanos: De cierta manera, Por primera vez, Posición uno, Con la misma pasión, A veces miro mi vida, Variaciones, Hasta cierto punto, Ustedes tienen la palabra, Dolly-back, Con luz propia, Minerva traduce el mar y Noticiero Icaic. Más tarde se modifican algunas secciones y se abre Ensayo y pensamiento, donde con cierta regularidad se incluyen algunos dossiers.

La cifra inicial de veinte mil ejemplares descendió a nueve mil con el número 130; del siguiente se imprime en España igual cantidad, que se repite en el 132 y el 133, impresos en Venezuela. Con el 134 se reanuda en Cuba con una tirada de dos mil ejemplares, hasta la actualidad.

Ante dificultades económicas que ponen en riesgo la salida de muchas publicaciones nacionales, y para que no dejara de circular, el número 157 sale en formato de tabloide y también de manera digital. A fines de 2005, aparece el número 158, cuya cubierta rinde homenaje a los cuarenta y cinco años de la revista, con una selección de las portadas más relevantes de ese prolongado tiempo. En el primer trimestre de 2006 aparece el 159 y comienza a normalizarse su salida, hasta el presente.

En este panorama general es justo reconocer a quienes han laborado en la revista en los primeros cincuenta años de su existencia. Sus directores fueron: Alfredo Guevara: (1960-1982 y 1992-1999), Julio García-Espinosa (1982-1991), Omar González (2000-2006) y Pablo Pacheco (2006-hasta el presente). Los subdirectores fueron: Eduardo Manet (1960-1961), Manuel Pereira (1981-1983), Eliseo Alberto Diego (1986-1987), Alex Fleites (1988-1991), Zoé Valdés (1992-1993), Roberto Cavada (1999) y Ariel Felipe Wood (2000).

La jefatura de redacción fue asumida por Manuel Pereira (1979-1981), Luis Rogelio Nogueras (1982-1985)[3] Antonio Conte (1986-1992), José Antonio Évora (1992), Rafael Acosta de Arriba (1993), Luciano Castillo (1999-2006) y Mercy Ruiz (2006-hasta hoy).

Un muchacho deseoso de expresarse a través del séptimo arte, Humberto Solás, antes de dar sus primeros pasos detrás de una cámara, se inició como mecanógrafo de los artículos en la redacción de Cine Cubano.

En el período analizado, la edición estuvo a cargo de Gloria Villazón por veintiocho años (1961-1989), seguida por María de los Ángeles Santos (Maruja) hasta 2006 —a quien agradecemos la imprescindible ayuda por compilar esta información—, y se fueron incorporando, en diferentes momentos, Julia Cabalé, María de los Ángeles Bedoya, Silvia Gutiérrez y Elisa Pardo, compartiendo también, en ocasiones, la corrección editorial junto con Yelsy Hernández. En algunos números intervinieron de forma ocasional Magda Resik, Camilo Pérez, Beidy Medina y Juan Carlos Sardiñas.

En cuanto a la dirección artística, iniciada por el binomio Selma Díaz y Olga Andreu, hubo un breve período en que corrió a cargo del Centro de Información del Icaic con la colaboración de Eduardo Muñoz Bachs y Rafael Morante. Posteriormente logra estabilizarse por largo tiempo con Holbein López (1963-1986), a quien le sigue Julioeloy (Julio Eloy Mesa, 1986-1992) y, por etapas más cortas, Virginia Acebo, Nelson Haedo, Eduardo Moltó y Lissette Leivas, hasta llegar a 2006, cuando es asumida por Francisco Masvidal, quien continúa hasta el presente. En la realización junto a los diseñadores han trabajado Ana Hevia, Eduardo González y Eloy Dubrosky. Ocasionalmente, Raimundo García diseñó el número 142 con ilustraciones y viñetas de Adrián Pellegrini.

Básicamente las fotografías de las primeras décadas de la publicación corresponden a la autoría de los stillmen José Luis Rodríguez Venegas y José Hernández Suárez-Solar (1939-2009), más conocidos como Tom Mix y Pepe el Loco, respectivamente, además de incluir imágenes captadas por los directores de fotografía Jorge Haydú, Jorge Herrera y Mario García Joya, entre otros. Desde los años noventa el fotógrafo oficial es Paco Bou, aunque se emplean también fotogramas del archivo fotográfico de Ediciones Icaic.

Un muchacho deseoso de expresarse a través del séptimo arte, Humberto Solás —que se presentó poco después ante Alfredo Guevara con un corto que había rodado—, antes de dar sus primeros pasos detrás de una cámara, se inició como mecanógrafo de los artículos en la redacción de Cine Cubano.

La composición de la revista fue pasando paulatinamente del linotipo a los equipos IBM Composer, a cargo de Enma Hernández, hasta que en 1989 se inicia en formato digital con un número dedicado al desaparecido crítico José Antonio González (1945-1989), trabajado por Luisa Gil de Armas, a quien se le incorporaron poco después Migdalia Palmero y Ana Marina Valdés. Más tarde continúan las dos últimas y se les reúne Lucila Atorresagaste.

Es obligatorio destacar que gracias al efectivo trabajo de Pablo Pacheco y Mercy Ruiz, Cine Cubano –¡finalmente!– regularizó su periodicidad trimestral y su salida puntual, con contadas excepciones, al afrontarse problemas con la imprenta.

Solo una persona tan experimentada en cuestiones bibliográficas como Araceli García Carranza podía llevar a feliz término una empresa no exenta de complejidades como la elaboración de este índice, pese a contar con un antecedente.

Sus inveteradas dotes de paciencia y dedicación, se funden con el esmero depositado en todo cuanto hace —a lo cual debemos notabilísimas contribuciones, en particular las relativas a Alejo Carpentier—, amén de pertenecer a esa extrañísima estirpe de las genuinas bibliotecarias siempre prestas a poner al alcance de cada usuario los conocimientos e información solicitados sin molestarse por su insistencia, desconocimiento y hasta caprichos.

Una vez elaborados los registros o asientos bibliográficos de cada texto para su clasificación temática exacta en el epígrafe conveniente, evidenció su sorpresa al percatarse de la envergadura y riqueza en el recorrido de Cine Cubano.

Solo una persona tan experimentada en cuestiones bibliográficas como Araceli García Carranza podía llevar a feliz término una empresa no exenta de complejidades como la elaboración de este índice, pese a contar con un antecedente.

Su pasión y entrega me involucró en esta tarea que demandó mucho más tiempo del imaginado en el transcurso de un proceso extenuante, que significó un aprendizaje para mí, capaz de acrecentar aún más la admiración hacia Araceli.

Fiel a sus métodos tradicionales no acudió a las ventajas proporcionadas por la computación y ¡de forma manual! numeró cada asiento bibliográfico, los organizó temáticamente, con la coautoría de Julia Cabalé. Quienes dispondrán ahora del resultado de esta labor, una herramienta de tanta utilidad para investigadores, críticos e historiadores, contraen una no menos inconmensurable deuda de gratitud.

Primero lector voraz en mi Camagüey natal de la única revista de cine publicada en el país que coleccioné desde siempre, como muchos otros cinéfilos, por constituir la única fuente informativa[4] ante los escasísimos libros sobre la más importante de todas las artes, aparecidos por varias décadas en los catálogos de nuestras editoriales, nunca sospeché que cuando en 1978, a instancias de Senel Paz, escribí mis primeras crónicas en la sección Visión cultural del periódico provincial Adelante, el inolvidable Eliseo Alberto (Lichy) Diego, entonces director del Centro de Información y subdirector de la revista, en 1987 me abriría de golpe las puertas para publicar en Cine Cubano. No podía imaginar siquiera que alguna vez ejercería como jefe de redacción por incitación de Omar González, experiencia enriquecedora que se añadió a las de editor del catálogo y el Diario del Festival.

Consagrar el mayor espacio posible a nuestra cinematografía de todos los tiempos fue el propósito cardinal, sin excluir los reportajes sobre filmaciones, mayor número de entrevistas a cineastas (no solo realizadores) y fragmentos de guiones de títulos en proceso con una renovada nómina de colaboradores y un repertorio de secciones. Mucho menos podía pensar que en el futuro participaría en la conformación de su índice.

Recorrer de la mano de Araceli García Carranza, con el concurso de Julita Cabalé —quien descubriera su vocación por la poesía en la redacción de la revista—, deviene una experiencia irrepetible para cualquiera que desee aproximarse a emprender cuanta investigación pretenda en torno a los derroteros del cine nacional y parte del internacional registrados en este índice.

Representa una suerte de brújula o de un conjunto de señales orientadoras en una historia sinuosa y laberíntica iniciada aquel domingo 7 de febrero de 1897 con las primeras vueltas de manivela que diera el francés Gabriel Veyre a la cámara puesta en sus manos por los hermanos Lumière al enviarlo como representante a la Isla y filmar Simulacro de incendio.

*Prólogo del libro: Índice de la revista Cine Cubano. 1960-2010. Araceli García Carranza y Julia Cabalé, Ediciones ICAIC, 2014


Notas:

[1] Reproducido en: Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 2008, p. 354.

[2] Ibídem, p. 363.

[3] Su nombre apareció en dos revistas aun cuando ya había fallecido, pues había dejado parte de los textos revisados.

[4] Las revistas Arte 7 (1970-1972), publicada por la Sección de Cine de la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana, y Cine Guía (1978-1990), auspiciada por la Empresa Provincial Exhibidora de Películas de Ciudad de La Habana, tuvieron una circulación insuficiente.

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