Ha muerto Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935 — La Habana, 21 de mayo de 2023). Narrador, ensayista, dramaturgo, poeta; una de las voces más trascendentales de la literatura iberoamericana, Premio Nacional de Literatura (2000) y miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua.
Murió a los 87 años de edad, como consecuencia de complicaciones cardíacas y respiratorias, en el hospital CITED, donde se encontraba ingresado.
El Ballet Nacional de Cuba lamenta la partida de este hombre lúcido e irreverente, y lo recuerda con un texto que escribió en 2005, dedicado a Alicia Alonso y su interpretación de Giselle.
“Narrador, ensayista, dramaturgo, poeta; una de las voces más trascendentales de la literatura iberoamericana”.
“La gracia inusitada”
Antón Arrufat
Venía dentro de un sobre blanco con su nombre escrito en grandes letras. Cuando lo sacó del sobre le pareció tener en las manos como un encantador álbum romántico, pequeño y de un color muy del gusto de esa época, rojo granate, y con los nombres en letras claras, que creyó doradas al principio, el de Giselle, el personaje, y el de Alicia Alonso, la intérprete.
Abierto el estuche o el álbum romántico simulado, encontró un libro de fotos y otro que contenía dos discos. Pensó que la tecnología actual podía permitirse tales delicadezas, acercarlo a una evocación y conservar algo que, como la representación teatral de un ballet, desaparece cada noche al cerrarse el telón. Sentimiento de la fugacidad de su trabajo que acompaña a muchos actores y bailarines. Para ellos la representación teatral puede resultar el arte temporal por excelencia. Hay artes del tiempo, se dijo, como la música, pero cuyo destino no es temporal. La técnica cinematográfica y la del video han venido a anular en parte esta amenaza de desaparición, pero a cambio de ciertas pérdidas: la presencia y cercanía física del bailarín o la del placer de asistir a un teatro, junto a otros espectadores. Antes la mano dibujante, el daguerrotipo y la cámara fotográfica intentaron esta preservación a su manera inmóvil. Mientras pasaba las páginas en papel cromo, vio fotos de estudio, otras instantáneas tomadas durante las funciones, de casi todas las representaciones de Giselle que Alicia Alonso ha realizado como intérprete y coreógrafa a lo largo de cincuenta años, llevando el ballet a una perfección excepcional.
Tuvo las imágenes como evidencia de la pasión continuada que Alicia ha sentido por Giselle, la pobre campesina engañada. Sin duda, si no es la única, es una de sus más constantes obsesiones, de esas supremas obsesiones de un artista: volver sobre algo que secretamente lo reta, que en silencio le hace señales conminatorias e induce a regresar: algo falta, un gesto, una sutileza, un giro, una mirada, para que la alegre ingenuidad del comienzo se enlace a la tristeza fantasmagórica del final. Ella ha trabajado Giselle como el pintor que hace múltiples bocetos, que son cada uno un cuadro completo, lo que hizo Picasso al pintar los múltiples cuadros que lo llevaron a La dama de Argel, o el novelista que dedica años a la realización de una saga que se convertirá en su obra magna. Se trata de la misma obsesión apasionada.
En el segundo disco vio escenas de 1963, del 68, y de diez años después, conservadas y en movimiento. Sin duda se trataba del mismo ballet, pero descubrió inesperadas variaciones sutiles, a veces en el acto primero la alegría acentuada, a veces el presentimiento, como ella misma señala en sus reflexiones del primer disco, en la madre y en la fragilidad de Giselle, el presentimiento de la locura venidera, diversos acercamientos en el coro de campesinos, en Albrecht, en Hilarión o Myrtha. Pues no sólo Alicia Alonso es la protagonista, la que ha hecho suyo el personaje de Giselle, al que ha prestado su sangre y su genio, sino, y a la vez, la renovadora de la puesta en escena tradicional de este ballet.
Un día invernal, en marzo de 1950, salió de su casa en Prado, al lado del Hotel Saratoga, para dar como simple andariego una vuelta y entrar luego en algún cine, el Payret o el Nacional. Por azar escogió este último y cruzó la calle. Esa vez no daban las habituales funciones de cine. En los carteles vio anunciado un ballet, de nombre Giselle. No sabía bien qué cosa era un ballet, y menos que cubriera toda una función. Tenía quince años, pero su curiosidad era incansable. En una de las dos taquillas que estaban en el mismo portal, a ambos lados de la puerta, semejantes a grandes jaulas, compró una entrada. Vio ese día, después lo supo, el estreno en el Gran Teatro de La Habana de Giselle, interpretado por Alicia Alonso y en su propia versión coreográfica. No olvidó ese momento, aunque no lo entendiera bien. Había leído un relato fantástico de Gautier, autor del libreto. Ese relato se llamaba La muerta enamorada, y encontraba cierta relación con el segundo acto de aquel ballet. Si la música lo dejaba indiferente, cuanto sucedía en el escenario lo mantenía en una concentración inusual. Por primera vez en un escenario vio alzarse, con una gracia inusitada, el cuerpo humano o mantenerse en un equilibrio que negaba por unos segundos la ley de la gravedad.
Al parecer ese estreno no fue filmado ni se conserva ningún documento iconográfico, al menos no ha sido recogido en la presente recopilación. Forma parte de ese mundo temporal. Hojeando el libro encuentra en la página 4, una foto que puede ser de aquella ocasión: una Alicia-Giselle muy joven, vistiendo un modesto traje de campesina, deshecho el cabello castaño, una flor en la mano, la mirada triste y a la vez extraviada, como si hubiera sido tomada la foto durante la llamada escena de la locura.
Después de aquel día de 1950, Giselle se le convirtió, a partir de ese momento de puro azar y tras sucesivas representaciones, en un ballet misterioso, en que el romanticismo emplea todos sus tópicos, la relación entre muertos y vivos, el amor como quebrantador de las barreras sociales, el afán de un noble por experimentar una existencia natural, lejos de las ceremonias de la corte, el uso del engaño y del disfraz, la locura amorosa, el bosque como un lugar donde habitan seres peligrosos para la criatura humana, y las creencias y mitos populares relacionados con la vida rural… La música de Adam, compositor completamente olvidado, le siguió pareciendo sin embargo inferior a la coreografía y al trabajo de los bailarines, lo que ocurre, salvo casos muy señalados, con varios ballets románticos, en que la música resulta más bien un pretexto para danzar.
Si el argumento o el tema de Giselle impresionan actualmente a ciertos espectadores como un artificio imposible, para él, por el contrario en tal imposibilidad reside su potencial encanto, y su poder de estimular una gran imaginación creadora. Alicia Alonso, al contar bailando la fábula de Giselle con naturalidad y sensible convicción, ha descubierto virtualidades desconocidas en esta pieza considerada por algunos como “un viejo melodrama romántico”.
Envío: Alicia, escribí estas palabras en tercera persona para darles un tanto de objetividad controlada. Esa tercera persona, ese “él” impersonal y displicente, soy yo mismo. Tal vez se trate de un enmascaramiento ingenuo, de corte romántico sin duda. Quiero ahora hablarle desde mí mismo. Tanto Giselle como por igual diversos personajes que su técnica y sensibilidad han encarnado, me acompañan y se han convertido en recuerdos personales, vibraciones íntimas, milagro que solamente ocurre al arte más alto, cuando las fantasías de una mente ajena se incorporan como experiencias propias de otra mente. Ha poblado con sus creaciones el imaginario, no sólo mío, sino el de multitudes de hombres y mujeres que la vieron y la seguirán viendo bailar en estos y otros documentos filmados.
Hace unos años usted y yo tuvimos un corto encuentro, un encuentro confesional, el único que hasta hoy hemos tenido. Yo trabajaba entonces en un ballet sobre Fanny Elssler, al que usted de pronto tituló La divina Fanny, y así quedó para siempre titulado y con ese título lo publiqué más tarde. Estábamos en la casa del Ballet, en Calzada, cuando le pedí que me explicara ciertas diferencias entre La sílfide y La cachucha, que había bailado Fanny Elssler, y que me permitirían terminar de escribir una escena incompleta. Usted comenzó su explicación oralmente y en un instante dado, que le pareció propicio, se levantó y danzó la diferencia entre ambos ballets. En ese instante sentí de muy cerca, como lo había sentido en sus grandes momentos escénicos, que de su cuerpo brotaba una fuerza, una energía casi sagrada.
Mi asombro se volvió una revelación múltiple: su cuerpo era una unidad con su alma y yo estaba ante una gran artista.
Gracias por haberme escuchado.
2005
*Palabras en la presentación del álbum Alicia Alonso-Giselle. La Leyenda, en el Hotel Nacional de Cuba, La Habana, el 14 de diciembre de 2005. Publicado en la revista Cuba en el Ballet, La Habana, nº 110-111, enero-agosto, 2006, p. 9-11. Con el título “Alicia en Giselle y Giselle en Alicia” fue incluido en el libro de ensayos de Antón Arrufat La manzana y la flecha, Ediciones Alarcos, La Habana, 2007, pp. 125-128.
Tomado de la página de Facebook del Ballet Nacional de Cuba