La noticia de su muerte me ha tomado de sorpresa, porque, aunque lo sabía octogenario nunca escuché nada sobre su salud. Inclusive, se le atribuía una frase irónica que la relacionaba con las entregas de premios y distinciones a personalidades, más por el número de calendarios vencidos que por el talento mismo que poseían los galardonados.
Admiré mucho su rica y plural obra literaria y su decisión de permanecer en su Patria a pesar de los vejámenes que sufrió en la “Innombrable Etapa de Santo Oficio Cubano”. Fue muy cercano al Ballet Nacional y escribió textos muy valiosos sobre la grandeza del arte de Alicia y la manera peculiar de nuestra escuela balletística y también sobre las visitas a Cuba, en el siglo XIX, de la gran bailarina austríaca Fanny Elssler.
Fue siempre admirador de mi obra investigativa y gustaba de provocar anécdotas y “comidillas”, como le gustaba definir, en nuestros esporádicos encuentros.
“La cultura cubana pierde a uno de sus más sólidos baluartes, pero para dicha nos deja su obra grande, plural y enjundiosa. Luz en tu viaje, santiaguero, cubanísimo y cosmopolita”.
Una mañana de mayo de 1989, para sorpresa mía, lo encontré en el Hotel de Tránsito del Aeropuerto moscovita Sheremetievo. Yo hacía el tránsito desde Varsovia y él, que había participado en una de las habituales Jornadas de la Cultura Cubana en los Países Socialistas, también regresaba a La Habana. Ambos debíamos pasar la noche allí para tomar al otro día el vuelo de Aeroflot. Fue muy agradable encontrarlo y me recibió de manera muy afectuosa. “Me he quedado con un dinero y quisiera comprar algunos recuerdos, pero soy muy miedoso para salir solo”, me dijo. Yo, más desenfadado, le dije que podíamos tomar un taxi y llegarnos al centro de Moscú, que siempre era lindo volver a verlo. Y así lo hicimos. En la Plaza Roja disfrutamos, ―no recuerdo si él había estado antes allí―, de su imponente belleza arquitectónica. “Quiero comprarle un presente a mi “mucama” y algo que necesita “mi amante”, me dijo con una sonrisita entre pícara y burlona. Yo compré un joyerito de madera, y él otro también.
En la noche charlamos mucho y disfruté el refinamiento y la sobriedad que caracterizaba su lenguaje. Esa experiencia lo hizo más cercano a mí en cada encuentro posterior, en los que invariablemente solía llamarme: “Distinguido”.
La cultura cubana pierde a uno de sus más sólidos baluartes, pero para dicha nos deja su obra grande, plural y enjundiosa. Luz en tu viaje, santiaguero, cubanísimo y cosmopolita.
Tomado del perfil de Facebook del autor