Las ideas que guían los procesos de creación de belleza pueden anidar en las más adversas circunstancias, de hecho, no hay que esperar por el momento exacto ni perfecto para hacer arte y dar al mundo esa brillantez de una obra. Así lo demuestra la exposición titulada Memorias del viaje, de la artista Yaditcy Andrea Toledo, que el público puede disfrutar en la Galería de Arte Provincial de Villa Clara. Más que una bocanada de crítica social o un soplo de irreverencia, la joven creadora nos sorprende por su mirada incisiva, madura, seria y a la vez trágica de lo que aborda como elemento central de la temática. Todo viaje posee una hondura cinética, un movimiento en el cual se tiene que traspasar determinado límite. Por ello, los umbrales de significación son tan importantes en el análisis de una propuesta como la de esta exposición. Se va hacia algún sitio, pero no se apuesta por lugares físicos, ni por paisajes que aboguen en el sentido de la traslación; sino que la artista nos lleva de la mano hacia regiones interiores en las cuales las piezas funcionan como espejos para el público.

“La joven creadora nos sorprende por su mirada incisiva, madura, seria y a la vez trágica de lo que aborda como elemento central de la temática”.

Este viaje va de la mano de piezas bordadas entre la precisión y el desasosiego, entre la belleza y la fealdad, entre lo grotesco y lo bondadoso, entre la ternura y el horror. Ese es el punto geográfico del alma en el cual Yaditcy decide colocar el ojo avizor y desde el cual realiza una obra plena de complejidad y de interés. Y es que sin viaje no puede existir conocimiento de la realidad ni visión que se adentre en la cuestión honda que la autora nos regala de la mano de unas piezas que, además, sin aspirar a serlo, llegan a unos niveles de detalle envidiables no solo en lo referente al trabajo manual, sino a lo que implica el concepto en cada caso. Sin dudas, la elección del material del hilo para bordar nos conduce a una paradoja: cada una de esas puntadas son conexiones a descubrir, las cuales, sin embargo, permanecerán ocultas en su inmensa mayoría. Es visible el viaje a nivel macro, pero no en las pequeñeces, no en el submundo tan necesario y doloroso donde están las historias humanas, no en ese entretejido que nos compele a ser criaturas cotidianas. Pero Yaditcy, de alguna forma, nos salva de perdernos, nos devuelve a la existencia y nos llena de ese aliento cuando tenemos el privilegio de acceder a la sala y de encontrarnos con estos destellos.

En “Desidia” no es posible centrarse en otra cosa que en la potencia de la imagen.

¿Qué significan esos rostros que son puestos en secuencia a lo largo de una pared y que parecen representar una especie de transformación de la conciencia? Son mujeres que no sonríen, que contraen las facciones y se colocan en poses pensativas, son seres quizás andróginos que en su variación inscriben algún capítulo lleno de preocupación y acción meditativa por parte de Yaditcy o de su sujeto lírico. Esas proyecciones nos llevan hasta espacios bien concebidos en la secuencia de la galería y son la antesala perfecta para la sucesión de piezas. Allí donde pensamos que existe una puntada fuera de lugar, hallamos el universo y vemos que las significaciones no son solo cuestión de codificación, sino que el azar es elocuente. Yaditcy cree que el bordado, que es una actividad quizás erróneamente relacionada con el mundo femenino, puede cambiarlo todo o al menos cuestionarlo todo. Y es como si una mujer, con su juventud, pero también desde la experiencia vivida, nos hablara de lo que quiere, de lo que sueña, de lo que hace y de lo que le falta. Esa misma fe es lo que hace que a una de las orillas de toda la secuencia, haya una pieza en forma de carta, cuya letra es ilegible. Esa idea nos conduce a establecer vectores de sentido que se dispersan por la sala y que buscan sus conceptos mediante enlaces invisibles. ¿A quién se le está escribiendo y para qué, por qué no podemos entender lo que se dice?

“¿Son acaso también unas imágenes que aluden a la violación y a la resiliencia, a la violencia y la sanación, al caos y la necesidad de calma?”

Yaditcy nos ofrece, en varios momentos, visiones sobre el cuerpo femenino en el cual se inscriben los conflictos. No solo en el sentido de lo puramente físico, sino como espacio político, como sucesión de contradicciones en las cuales hemos perdido quizás la capacidad de hallar una verdad definitiva. A ella a veces pareciera solo interesarle el grito desesperado, pero luego nos hace retornar a la realidad semiótica de su exposición y es cuando vemos belleza, detenimiento, introspección. Por ello, la artista con estas piezas ha alcanzado madurez y demuestra más que nada una conexión íntima con corrientes expresionistas de antaño, a las cuales resignifica, atrae hasta el presente y les da la oportunidad de volver a la carga. En una de las piezas, llamada Bestia, dos hombres sostienen a una mujer de manera violenta; la alusión a la brutalidad pareciera quedar atenuada en el gesto del cuerpo desnudo femenino, que sigue siendo hermoso, frágil, incluso con un toque de dignidad en medio de la tragedia. Este mensaje, por sí mismo, posee lecturas válidas, pero como se trata de una exposición el rejuego con las demás piezas nos hace pensar en el caos semiótico que da lugar a conceptos tormentosos; es como si de esa cópula forzosa saliera todo el conflicto posterior evidenciado en la expo, cual si de un hijo se tratara. Polémica visión del arte y de la vida que hace de Yaditcy una persona que no se calla, sino que transforma en belleza aquello que la aqueja. Bestia da paso a lo que posteriormente veremos y que es la base de una propuesta en la cual el impacto emocional va dirigido hacia la conciencia y de ahí al presente que vivimos.

Traspasamos el umbral de esa obra y hallamos otra llamada Amparo, que fue colocada para lograr un equilibrio con la anterior. Tres mujeres se abrazan, pareciera haber una diferencia de edad entre ellas o ser la misma persona en momentos diferentes de su vida. De esa forma su ser toma conciencia de la violencia de lo sucedido, lo madura, lo transforma en fuerza para sí misma y lo devuelve al mundo. El refugio ha funcionado, pero ahora queda la huella. No sabemos a ciencia cierta si Yaditcy nos está queriendo colocar en medio de tribulaciones personales o colectivas o si se trata de ambas cosas; en todo caso la metáfora funciona y poco a poco los públicos van siendo impactados por un proceso brutal de conocimiento de sí mismos a través del arte. Las puntadas que la artista les propina a los tejidos son como apuntes de significación que avanzan contra el olvido de sí misma, es como ese viaje que en un inicio se nos promete. ¿Son acaso también unas imágenes que aluden a la violación y a la resiliencia, a la violencia y la sanación, al caos y la necesidad de calma?

Existe en esta obra un lenguaje secreto, una complicidad en la cual no nos es dado adentrarnos, pero que nos ofrece muchas interrogaciones.

Nunca sabremos si Yaditcy posee ese numen secreto en alguna parte, bien decodificado, pero intuimos que paso a paso iremos hallando una verdad que ella quiso darnos, un regalo que está allí y que es para nosotros. La exposición es dolorosa por sus mensajes, pero a la vez grata porque hay belleza en la tragedia y humanismo en la entrega de esas porciones internas. Y las obras son como sueños que alguien tuvo en medio de la noche y que se levantó a tejer con furia para poderlos representar antes de que las brumas los borraran, llevándose así las formas y las claves de un mundo. En El poder de la mentira la muestra se traslada unos puntos más allá de lo íntimo y nos ofrece una señal, y se trata de un hombre en lo alto de un podio, su gesto, sus ademanes y la posición de un cerebro a su lado; todo eso no es otra cosa que el discurso que Yaditcy, en su tono, nos ha querido regalar a manera de iluminación en medio del caos. A ese punto de fuga nos conduce, para desde allí partir hacia otras porciones de la exposición. Casi vemos el iceberg en su totalidad, solo por unos segundos, porque de inmediato se vuelve a hundir en el mar y los espectadores regresamos a nuestra función de arqueólogos del arte.

“(…) nuestro caos hay que refrenarlo, no otorgarle toda la libertad del mundo”.

Como si se tratara de un juego de equilibrio, aparece la pieza Desidia, con una niña que mira hacia el suelo. Allí, descansa un pájaro muerto. El contraste es parte de la propuesta, no es posible centrarse en otra cosa que en la potencia de la imagen. Si bien existe pasividad en la obra, hay una violencia subterránea que sale a flote y que nos aterra. Un inmenso proceso previo se intuye, uno que quizás va más allá del sujeto lírico de la autora quien sin embargo es capaz de colocar en primer plano poderosas imágenes como estas, darles el peso que conllevan y el protagonismo. La artista no quiere callar el dolor que siente por esa ave que yace en el suelo y que representa algo perdido, una cosa irrecuperable, que es como la inocencia. El paralelismo entre los conceptos y el impacto emocional para que las personas lo decodifiquen, son puntos de quiebre en la exposición que nos avizoran un momento mucho más convulso. He allí por qué Yaditcy no se calla, sino que coloca las palabras a manera de sueños, y nos teje, en esa metáfora una clave para el sentido, para el entendimiento.

Pero no todo se basa en la figuración de imágenes tangentes a la contradicción propia de la artista y de su presente; sino que pareciera haber instantes en los cuales aparece alguna solución. Existe una pieza en la cual una mujer es abrazada de una manera no convencional por un ángel. Lo que nos llama la atención es la manera del agarre y el hecho de que ambos se estén mirando a los ojos. Hay un lenguaje secreto, una complicidad en la cual no nos es dado adentrarnos, pero que nos ofrece muchas interrogaciones. Quizás en medio de los sueños de la artista, se aparece esta figura a manera de guía o como una especie de esperanza ultramundana que no hay que despreciar y que proviene de los umbrales no humanos de la existencia. Esta pieza posee un equilibrio con otra llamada Tu propio salvador, que está situada cerca, en la cual se representa a dos mujeres, una cuida de la otra, pero aparece el corazón de una de ellas encadenado a la pared. Quizás el mensaje es que nuestro caos hay que refrenarlo, no otorgarle toda la libertad del mundo, sino que tendremos que representarlo a partir del arte y evitarlo en la medida de lo posible. Una solución surge como divina con el ángel y la otra es mundana con el tema de las cadenas.

La pieza es elocuente, cada lágrima es una forma de provocarnos hacia la reflexión, la resiliencia.

La exposición conduce a una figura central en la cual conviene detenerse con conciencia crítica. Una mujer, al parecer mayor, llora. Las lágrimas se representan con puntadas caóticas que parecieran no ir hacia ninguna parte, todo en esa pieza es harapos. Está representada sobre pedazos de tela más o menos deformes. Es como si la centralidad de la exposición condujera hacia ese mensaje poderoso, pero a la vez a la manera de un llamado de atención. La mujer posee unos harapos que al final nos parecen hermosos, son signo de dignidad en la tormenta y de un fuego consumidor que nos lleva a otro estadio de significaciones. La pieza es elocuente, no se detiene en su capacidad de ofrecer lecturas y pareciera que cada puntada de dolor, cada lágrima es una forma de provocarnos hacia la reflexión, la resiliencia. El carácter activo de la obra de arte queda evidenciado en ese momento sublime en el cual se abrazan el dolor y el pensamiento, la verdad y sus contrapartidas, la esperanza y el horizonte.

Yaditcy cierra de repente las puertas de su viaje y el ángel nos hace un gesto de resignación, parece que como espectadores hemos tenido suficiente por ahora. Sin embargo, nos queda ese instante luminoso, que nos acompaña a la salida y que es casi como la voz del más allá o quizás una de las tantas personificaciones del arte. A eso, no a otra cosa, ha aspirado la artista con su propuesta. Nosotros, mortales que vinimos como intrusos a su mundo de los sueños, no tenemos derecho a profanar ni a cuestionar lo que con tanta sensibilidad y sentido ha sido hallado.