—Estoy nerviosa… Como se dice, estoy hecha un manojo de nervios —me dijo una hora antes de empezar el concierto.
—¿Nerviosa usted? —le pregunté, asombrada.
—Pero claro… estoy alejada de los escenarios desde hace algún tiempo, y eso siempre provoca esta sensación, aunque haya ensayado.
—Este concierto puede ser el inicio de un nuevo ciclo de presentaciones. El público la extraña, Anaís.
Y ella sonrió.
“Es que ella es de esas mujeres filineras que pueden tomar tu corazón en su mano, estrujártelo y luego devolvértelo rehecho”.
Quiso decirme muchas cosas, estoy segura, para intentar explicarme su ausencia, pero eso ya no importa. Lo que importa es que ella está ahí, viva, con su afinada voz y su temperamento, genuinamente intenso, y la gente quiere que cante.
Cierto es que tiene, en sus 47 años de vida artística, 9 álbumes y algunos Premios Cubadisco. El más reciente, entregado este año, por el fonograma A veces, a voces, que será presentado en concierto a finales de este año. Sin embargo, quienes le siguen los pasos desde su aparición en Todo el mundo canta, se preguntan por qué a veces sí y, otras veces, no. Caramba, Anaís, te repito… se te extraña.
Es que ella es de esas mujeres filineras que pueden tomar tu corazón en su mano, estrujártelo y luego devolvértelo rehecho. No caben comparaciones, pero recordemos a Elena Burke, a Moraima Secada… entonces, sabremos de qué se trata, mujeres cuya potencia vocal y espiritual las trasciende.
Prefiere callar, a veces, otras, no hay quien le detenga el verbo duro y sincero. Eso la hace auténtica y el público sabe detectar tales detalles, y los agradece.
Felizmente, Helson Hernández, quien con frecuencia nos sorprende con la dirección artística de espectáculos singulares, convenció a Anaís de hacer esta velada en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, acompañada de Roque Roblejo Rivas, en la guitarra; Ramón Alfredo Luján, en la percusión y Rosa García Oropesa, en el piano.
Antes, Helson la llevó a la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, donde Anaís nunca pensó cantar. Y lo hizo, especialmente, versionando “La flor de la canela”, de Chabuca Granda.
Y recordando a la peruana y en agradecimiento a ese regalo que Helson le propició, Anaís inició su concierto. Primero, “Chabuca Limeña” y luego “La flor de la canela”. Bella su interpretación, seguidamente, en “Siempre se vuelve a Buenos Aires”, de Astor Piazzolla. Sublime en la de “Sé feliz”, de Descemer Bueno y “Regrésamelo todo”, de Raúl Torres.
En un segundo momento del concierto, Anaís invitó al cantante Freddy Vera, quien compartió su carisma en la interpretación de las canciones “Es por ti”, “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, del argentino Fito Páez y “Quizá, quizá, quizá”, de Osvaldo Farrés. Del mismo autor del último tema, Anaís cantó después “Tres Palabras”. Luego, “Esta casa” y “Ámame como soy”, en homenaje a Pablo Milanés.
Comentaba Anaís que se sentía emocionada al ver tanta gente y recibir tantos aplausos. ¿Será que pensaba que no sería así? Tanta modestia, la suya.
Cantó “Tras la puerta”, de Chico Buarque y Francis Hime. Posteriormente, “La ciudad y el llanto”, de Tony Pinelli e hilvanó “Orgasmo” y “Aburrida”, de Concha Valdés. Fue muy emotivo, entonces, que le pidieran “El viaje”, también de Concha Valdés, y que ella lo regalara sin estar incluido en el programa del concierto.
Una vez más quedó ratificada la esencia de la Abreu. El desenfado con el que conversaba con los presentes en la sala, les contaba de su vida en los últimos años y les confesaba, asombrosamente, su nerviosismo, la mostró tal cual es: una cubana de pura cepa, talentosa y legítima.