Alguien dijo una vez que “el éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a las raíces primarias de la existencia. En él solo queda el ritmo puro… De ahí arrancan todas las revelaciones”. Y es precisamente así, dejándome llevar por esas revelaciones, que regreso al verano de 1976. Un joven de 22 años llamado Amaury canta en un parque de Matanzas: “Acuérdate de abril, recuerda, la limpia palidez de sus mañanas, no sea que el invierno vuelva y el frío te desgarre el alma…” Ese día, no obstante mi adolescencia, yo aprendí que la canción, además de oírla, hay que verla, hay que palparla, pues de una buena canción logran desprenderse disímiles descubrimientos, contradicciones y esperanzas, mucho más cuando en la voz, o en la música, o en los versos, a través de nubes, columnas y balcones, el artista muestra la silueta de un inagotable arcoíris expresivo.

“Amaury es un enigma”.

Digámoslo mejor de otra manera: “Amaury Pérez, la canción te vino/del suave coro de los aires cuando/la primavera llegó a ti buscando/un ave nueva, de más dulce trino…”, dignificando con ello los vocablos cubanía y cubanidad. Es decir, dignificando la piel sonora de la Cuba nuestra, lo que trae de la mano su apego nupcial a José Martí, Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego y Fayad Jamís. Estos poetas, más allá de estilos o tendencias, le demostraron al propio Amaury que el rizoma esencial de su obra, de su obra toda, era la poesía, una suerte de hechizo inexplicable que aún hoy se mantiene vivo.    

Llegado este punto, me hago dos preguntas: ¿quién es el autor de “Vuela pena”?, ¿un poeta que escribe música o un músico que escribe poesía? Aquí ambas maravillas andan juntas. Se hace imposible separarlas. Viajo entonces a la primera grabación “oficial” del trovador (1972), que tuvo lugar en los estudios del Icaic: “Cuando miro tus ojos/veo en ellos la Patria/no puedo separarlos de esa imagen tan clara…” Un poema del ya mencionado Fayad Jamís, grabado a dúo con la queridísima Sara González. ¿Primera grabación o develación del mundo lírico que estoy intentando explicar? Amaury tenía diecinueve años, solo diecinueve años, y ya la poesía lo dominaba por completo. Y si a lo anterior le sumo las influencias musicales directas de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Alberto Cortez y Joan Manuel Serrat, la verdad se hace más sólida, y más sólida todavía cuando me acerco a su disco Acuérdate de abril (1976). ¿Primer LP o un claro manifiesto del universo poético que lo sostenía?

Acuérdate de abril. ¿Primer LP o un claro manifiesto del universo poético que lo sostenía?

De allá para acá, ni hablar del tema, en Amaury se observa una impresionante capacidad de renovación lingüístico-musical. Siempre está “De vuelta”, pero de vuelta después de repetir varias veces el “Abecedario” y sentir, en las profundidades de su yo, el mágico impacto de varias “Mitades”, impulsado desde que amanece por los poemas del Apóstol o por el constante fluir de “Aguas”, de “Aguas revisitadas”, las mismas que a veces lo llevaban a refugiarse, con “Pas de Deux”, en el laberinto de las “Confesiones”. ¿Acaso “Licencias de otoño”?, ¿Acaso “Estaciones de vidrio”? Para suerte suya, mantuvo la capacidad de los “Encuentros”, mantuvo “Las canciones”, mantuvo los conciertos “En vivo” y mantuvo el “Equilibrio”, una lluvia de color violeta que iba dejando sobre el asfalto una breve dosis de “Eternidad”. Entonces así, “Más o menos”, fue permitiéndose sentir “Algo en común” con ese “Amor difícil” que es la propia vida, luna de sus ojos al mediodía de un febrero sin domingos; puesto que él, “Solo en septiembre”, siente el tañer “Sinfónico” del “Trovador”, y del “Juglar”, y del “Bardo”; cuyo acento, “Muy personal”, lo lleva directo hasta un “Retrato de Navidad” que permanece indemne; colmado de finas “Gratitudes”, de ahí “Los dúos”, su “Amor a La Habana”, su homenaje a Meme Solís, su “Casi todo” y sus infaltables “Canciones a Petí”.

Aunque no tengo el propósito de hacer un exhaustivo análisis poético-musical, sí debo expresar, tal vez entre paréntesis, que Amaury es un maestro en el arte de la métrica y las formas estróficas: sonetos, décimas, romances, quintillas, redondillas, coplas y octavas reales, fluyen en él como lo más natural del mundo. Al principio de conocerlo, yo me preguntaba: ¿cómo puede ser posible que maneje con tanto virtuosismo los versos octosílabos, endecasílabos y alejandrinos?, ¿de dónde le llega esa inherente sabiduría? Con el tiempo le fui encontrando alguna que otra respuesta a mis interrogantes, pero con Amaury no se termina nunca. Él tiene el don del manantial, él tiene el don del enamorado, ese que desde un sillón de hierro derriba murallas fantasmales y consigue arrebatarle el sueño al oro impaciente que preside la tarde. Resumiendo: Amaury es un enigma. Y si alguien tuviera la dicha de escucharlo hablar en confianza, tendría que olvidarse por completo del sistema nervioso central, del hipocampo y de los rendimientos cognitivos. Es de tal grado la libertad, profundidad y pluralidad de su pensamiento, es de tal grado el registro incluyente de su expresión, que la plática pasa a ser (de inmediato) una clara invitación al júbilo.    

“Hay en su música y en su poesía un sostenido respiro nostálgico, un soplo de tristeza que se hace táctil”.

Pero como el Amaury íntimo es otro de los diarios misterios que nos acompañan, hay en su música y en su poesía un sostenido respiro nostálgico, un soplo de tristeza que se hace táctil, con independencia del complejo genérico musical que haya utilizado. “Febrero”, “Andy”, “Yo tengo un amigo”, “Dame el otoño”, “Canción del ángel”, “Hasta el último aliento”, “Tal vez diciembre”, “Las palabras hirientes”, “Esta madrugada llueves” o “Cuando tú me querías”, ejemplifican con claridad el hálito que acabo de mencionar; la hondura de una fisionomía estilística que logro explicarme mejor cuando afirmo que en Amaury no es el tema lo que busca la emoción, es la emoción la que busca el tema. Desde el contenido síquico hasta el pleno dominio del idioma, contribuyen a que la obra terminada tenga un profundo carácter subjetivo, que en él se presenta como un ingrediente orgánico, libre de criterios melódicos, estructurales o de la propia sintaxis.

Los sonidos en Amaury (música-palabras) constituyen el ingrediente principal del silencio que a diario lo envuelve. Y a veces resulta tan predominante el efecto de ese silencio, que la palabra y la música pasan a un segundo plano. Termina la canción y asciende en nosotros un estremecimiento de ternura que por momentos se hace inexplicable. ¿Será que la analogía palabra-música-silencio hace crecer la nostalgia y al mismo tiempo hace crecer la perdurabilidad de sus canciones? Eso sí, en Amaury las trazas de lo subjetivo no llevan nunca una vestidura abruptamente sentimentalista. ¡Qué maravilla! La soledad no parece soledad, la angustia no parece angustia, y al final, lo que era precipicio, queda transformado en un reparador latir del pecho. ¿Puede existir un mejor ejemplo de alegría estética?, ¿puede existir un mejor ejemplo de buena poesía?, ¿puede existir un mejor ejemplo de trascendencia artística?, ¿puede existir un mejor ejemplo de fortaleza intelectual?   

“… y sus infaltables canciones a Petí”.

En toda su obra, donde también hay que incluir crónicas, cuentos, novelas, sonetos y programas de televisión, toma cuerpo un perfil patrimonial de suma importancia, dado por los profundos ecos que Amaury ha dejado en la espiritualidad de nuestra Isla. Baste decir que en sus discos, excelentes metáforas de una larga época, están registradas algunas de las más bellas canciones que se han escrito en lengua española. Sin embargo, él no para de reinventarse, a toda hora sorteando las insuficiencias toscas de lo inmediato o enfrentando, con inteligencia y valentía, las severidades de un tiempo donde además de cólera, igual han coexistido mentiras, traiciones, incomprensiones, olvidos e injusticias.

“Amaury sigue siendo un sólido pilar de la nación cubana”.

Lo dije hace un momento: Amaury es un enigma. Pero un enigma donde se unen aplausos y asombros, virtudes personales que lo hacen marcar la diferencia, tan así de cierto que decidí tomarme estas licencias de invierno para celebrar su existencia, entre otras cosas porque ahí también descansa el pulso acelerado de la Patria: “no lo van a impedir del valle al cielo… No lo van a impedir las soledades… A pesar del otoño”, Amaury sigue siendo un sólido pilar de la nación cubana. Ahora bien, ¿de verdad que cumple 71? A estas alturas del juego, eso no tiene la menor importancia, pues yo me he detenido en un hombre que siempre sonríe acabado de nacer.

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