Un lustro ha transcurrido desde que aquella mañana del jueves 17 de octubre del 2019, cuando nos llegó la noticia de que Alicia Alonso, esa cubana impar, acababa de fallecer en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq), en la ciudad de La Habana. Aunque sabíamos que había tenido una longeva vida, ya que estaba a solo dos meses y tres días de cumplir sus 99 años (21 de diciembre del 2019), su muerte física nos llenó de congoja a todos, de manera muy especial a aquellos que tuvimos el honor de su cercanía por más de medio siglo, ya que habíamos llegado a creer, como verdad absoluta, su jocosa afirmación de que viviría doscientos años.
Su vida como bailarina, llena de triunfos en los cuatro puntos cardinales, su inclaudicable batallar contra una ceguera que la dañó cuando apenas cumplía veinte años de edad y su incesante magisterio de poner sus glorias personales al servicio de la patria que la vio nacer, contribuyeron a otorgarle el raro don de ser una leyenda viviente.
“Grandioso su legado, que nos permite tenerla, al paso del tiempo, como presencia y leyenda”.
Trazar su órbita estelar es casi imposible, pero emociona saber que durante 64 años sobre las puntas representó a Cuba en 65 países de los cinco continentes, que brilló en un repertorio de 134 títulos en los que figuraron las grandes obras de la tradición romántico clásica y creaciones contemporáneas de los más prestigiosos coreógrafos del siglo XX, y que como bailarina, coreógrafa, maître, directora del Ballet Nacional de Cuba, y como eminente personalidad de la cultura cubana, se hizo acreedora de 225 galardones nacionales y 266 distinciones de carácter artístico, político y social, otorgado por las más prestigiosas entidades a nivel mundial.
A su extraordinaria valía como intérprete habría que añadir, en esta hora de recuentos, sus aportes como coreógrafa al repertorio de la Escuela Cubana de Ballet, hecho extensivo a prestigiosas compañías de danza desde Dinamarca a Buenos Aires y de Los Ángeles a Tokio. Fue un largo camino creador que inició con sus primeras coreografías para las óperas Aída, de Verdi; y Mignon de Thomas, escenificadas por la Sociedad Pro-Arte Musical en el Teatro Auditorium de La Habana, en los meses de abril y mayo de 1942, después de dos largos años de convalecencia por las operaciones en sus ojos, proceso creativo que se extendió hasta A la luz de tus canciones, que llevó a la escena del Teatro Mella el 5 de diciembre del 2013.
Alicia solía decirnos en momentos de especial tristeza y reflexión, que la muerte, la que siempre se negaba a admitir, solamente podría tomarse como verdad cuando el ser querido o admirado no era recordado. Desde su partida física siempre hemos sentido el deber de mantener vivo su legado artístico y pedagógico, su sabiduría y la ética que siempre la acompañó como artista y ciudadana del mundo.
“Alicia solía decirnos en momentos de especial tristeza y reflexión, que la muerte, la que siempre se negaba a admitir, solamente podría tomarse como verdad cuando el ser querido o admirado no era recordado”.
A las puertas del 28 Festival Internacional de Ballet que lleva su honroso nombre, Alicia sigue viva entre nosotros, no solamente porque en el repertorio del evento estarán presentes sus célebres creaciones, sino porque el Festival volverá a ser ese puente de arte y amistad, que ella logró tender con su don aglutinador.
Grandioso su legado, que nos permite tenerla, al paso del tiempo, como presencia y leyenda.