Alicia en el espejo de sus personajes
Es muy pequeño el mundo de aquí abajo:
Se muda para el aire que le falta
Carilda Oliver Labra
En pleno siglo XXI el ballet sobrevive a todos los embates imaginados. El público lo aplaude, surgen nuevas figuras cuyo virtuosismo desata pasiones, los concursos devienen sucesos, y la crítica sigue muy de cerca la manifestación. En ese contexto la leyenda de Alicia Alonso se acrecienta.
La historia del ballet registra nombres de mujeres que marcaron la época en que vivieron. Con harta frecuencia en tan selecta lista solo se incluyen a europeas y norteamericanas, pero no es posible excluir a la bailarina cubana. Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional de Cuba y espectador de primera fila de la obra de Alicia, ha dicho: “En estos albores del siglo XXI, la Alonso ha pasado a una rara y singular categoría, aquella solo alcanzable por elegidos que, como ella, supieron ver en el trabajo la senda válida del genio. Mujer única y múltiple, real y mítica”.
Al amparo de su centenario, su paso por los escenarios y los caminos que abrió a la danza en esta zona del mundo cobran nuevos sentidos. En reunión extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de la Conferencia Iberoamericana fue declarado el 21 de diciembre, fecha del natalicio de la Alonso, como el Día Iberoamericano de la Danza.
Alicia es Giselle
Alicia es inspiración
Dani Hernández, primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba
Desde el romanticismo, en la escena del ballet las bailarinas parecen seres irreales. Son mujeres jóvenes de cuerpo estilizado y torso estático, que se desplazan sin aparente esfuerzo al interpretar personajes de mujeres sacrificadas que sufren por amor. Ejecutan con precisión milimétrica movimientos no naturales, y calzan sus pies con zapatillas de puntas reforzadas que constituyen su único contacto con la tierra.
Giselle, coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, es una de las obras cumbres del romanticismo. Desde su estreno en 1841, y hasta hoy, es un reto para las bailarinas, ya que exige perfección técnica y madurez interpretativa. Ese es uno de los personajes que Alicia encarnó magistralmente. Se trata de una campesina enamorada del príncipe Albrecht; un amor imposible por razones clasistas, que concluye con la locura de la joven, transformada en Willis después de la muerte y confinada a un mundo de fantasmas.
El novelista Alejo Carpentier fue testigo de la función de Giselle por el Ballet Nacional de Cuba, que tuvo lugar en la Ópera de París en 1972: “Antes de que se alzara el telón, millares de ojos muy habituados a ver cosas portentosas estaban presentes para ver y juzgar, dispuestos, de antemano, a no dejarse asombrar por nada”. Continúa el autor de El siglo de las luces: “Apareció Alicia en Giselle. Hubo una expectación intensa y poco a poco, imponiendo su gracia calculada, su armonía humana, su ciencia que nunca parece ciencia, su poder de trascender el gesto para llevarlo al plano de la emoción pura, Alicia se apoderó del público”.
Aseguraba Carpentier que en el segundo acto llegó el triunfo definitivo: “Al final, fueron tantas y tantas llamadas a escena, que no tuve ánimo de contarlas, sin que el público de la Ópera de París, dejando por un día de ser el público escéptico y frío de siempre, abandonara sus localidades para poder aplaudir a la estrella hasta su último gesto de agradecimiento”.
Alicia es Carmen
Alicia es compromiso
Grettel Morejón, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba
Para mostrar al mundo que era capaz de desdoblarse en escena y asumir con maestría un lenguaje danzario diferente al más clásico, Alicia fue Carmen en la extraordinaria coreografía de Alberto Alonso. Ella la estrenó en Cuba en agosto de 1967, en el coliseo habanero que hoy lleva su nombre. Carmen es la mujer apasionada, amante de la libertad, que se rebela ante las imposiciones sociales.
El investigador Pedro Simón reseñó la actuación de Alicia en el singular personaje, subrayando cómo la bailarina se sublimaba en cada función: “Su Carmen es compleja y no se nos da nunca en su totalidad, porque cada noche crece en una nueva dimensión, ensaya una magia distinta”. Y añade de inmediato: “Si pretendiéramos una constante, nos detendríamos quizás en el hecho de que encontramos siempre la misma intensidad interior, igual conjugación de reciedumbre y feminidad, agresiva y delicada a la vez”.
Concluye el director del Museo de la Danza: “Su ejecución no elude dificultades técnicas, el virtuosismo no está ausente, pero en él no es donde se debe buscar la razón concluyente, verdadera, esencial. En Carmen, la Alonso pone en máxima tensión las enormes posibilidades teatrales de sus rasgos, la constante expresividad de su cuerpo. Un rostro que posee el atributo de una incesante transmisibilidad y una proyección emocional continua. Este perenne proyectar es extensivo a los diseños de su cuerpo en cada momento de la ejecución”.
Alicia y Tula
Alicia es perseverancia
Annette Delgado, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba
En 1998, ya retirada de la escena como bailarina, Alicia Alonso creó el ballet Tula, inspirado en la vida y obra de la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, una mujer que transgredió los cánones de su época. No fue por azar que Alicia se inspiró en la Avellaneda. Son muchos los hilos de semejanza entre la escritora y la bailarina: mujeres de recia estirpe, artistas consagradas a su profesión; ambas tuvieron que sortear obstáculos para crear.
En su tesis de diploma, la estudiosa Gabriela Pando expone: “Al realizar tal elección, Alicia asume una posición en defensa de la mujer, porque hasta hoy se sigue pensando en la mujer solo como encargada del matrimonio y la maternidad. Alicia, como las pioneras de la danza, se rebeló contra esos parámetros, salió del espacio doméstico y asumió el arte como herramienta de expresión. Con el ballet Tula, Alicia recreó la realidad de la Avellaneda y de millones de mujeres de este siglo”.
Alicia es danza
Alicia rompió todos los esquemas del ballet, tanto es así que forjó su leyenda en Cuba, una pequeña isla del Caribe donde no había tradición danzaría, tras renunciar a su estancia en el American Theater Ballet de Estados Unidos. Ella es el rostro visible de la Escuela Cubana de Ballet, la única que ha florecido en América Latina y que ha legado al mundo bailarines de altísimo nivel. Fundó, junto a Fernando y Alberto Alonso, el Ballet Nacional de Cuba, agrupación con más de sesenta años de trabajo, con el cual se presentó en los más exigentes escenarios y con el que conquistó el reconocimiento del pueblo cubano.
Quienes la conocieron aseguran que la danza era la razón de ser de Alicia, y su hoja de vida lo confirma. Es sabido que prefirió perder la visión a dejar de bailar, y también se sabe de sus esfuerzos para seguir en escena tras la dolorosa pérdida. Entrenamientos rigurosos para mantener el peso exigido por la danza clásica, acondicionamiento del escenario para que pudiera desplazarse sin peligro de lesiones, ejercicio férreo de voluntad para seguir bailando, fueron partes de su cotidianidad.
Ella fue aplaudida y reconocida en vida. Reyes, campesinos, músicos, pintores, estudiantes, poetas, militares, jefes de Estado, niños, teatristas, mujeres, hombres, periodistas, amas de casa, obreros, académicos: el mundo enteró se rindió ante su grandeza. Alguien contó que el día de su muerte los choferes de guaguas de La Habana, que habitualmente ponen música a todo volumen, apagaron el radio en señal de luto.
Tal vez Sadaise Arencibia, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba, quien tuvo el privilegio de compartir tiempo de vida con nuestra prima ballerina assoluta, pueda explicar la aureola que la acompañará por siempre: “Las palabras no alcanzan para calificar a Alicia. Son las pasiones y las emociones que desbordó su genialidad las que la definen como un ser excepcional”.