En 1966, estando en el penúltimo año de la carrera de Historia, en la Universidad de La Habana, inicié un trabajo de curso investigando en el Archivo Nacional la huelga que hubo en Cuba 1935. Al abrir un ejemplar del periódico El Mundo encontré una foto de una jovencita llamada Alicia Martínez, que junto al también jovencito Alberto Alonso interpretaría, el día 20 de ese mes, el ballet Coppelia, con la Escuela de Pro-Arte. Me despertó mucha curiosidad, porque en esa época casi nadie sabía que esa jovencita no era otra que la célebre Alicia Alonso. Así inicié una pesquisa por todas las hemerotecas de la Biblioteca Nacional, la Sociedad Económica de Amigos del País, de Casa de las Américas y de la Universidad de La Habana, que duró hasta 1968, y que culminó en una ficha biográfica muy completa de Alicia, donde solo me faltaba la fecha en que había debutado en Giselle. Unos compañeros universitarios me incitaron a que se lo preguntara después de que bailara en el Teatro García Lorca. Mi negativa fue rotunda, porque yo no estaba acostumbrado a esas audacias que solían hacer los balletómanos ya que para mí Alicia no pertenecía al reino terrenal, aunque había tenido la experiencia de verla bailar La Avanzada, vestida de miliciana y mojada, como todos nosotros los estudiantes universitarios de ese momento, por el inmenso aguacero que cayó en el Stadium Latinoamericano, la noche que en 1966 se inauguró el Año de la Preparación Combativa.
Luego de varias semanas de vacilación la abordé cuando, después de bailar una deliciosa La fille mal gardée y firmar autógrafos, se quedó sola en el extremo izquierdo del escenario practicando unos echapées, con los que parece estaba disconforme. Le dije que yo era un estudiante y que había logrado una bibliografía sobre su carrera. Y le pedí me dijera cuándo había debutado en Giselle. “Si Ud. supiera, joven, que yo tampoco lo sé”, me dijo. Y agregó: “Pregúntele a Adolfito Roval, que tal vez se sabe la fecha”. Me quedé desconcertado y al emprender la salida sentí una mano tocando mi hombro derecho y una voz que me decía: “Oí lo que Ud. le dijo a Alicia y creo que puedo ayudarlo”. Era Ángela Grau, fiel colaboradora de Alicia y Fernando desde sus tiempos de estudiante y en ese momento subdirectora del Ballet Nacional. Ella, generosamente, me abrió los archivos de su casa en Altahabana, donde con celo había guardado álbumes, scrapbooks, fotos y documentos de la carrera de Alicia y del quehacer de la Compañía.
“No podía creerlo, había rescatado para la historia la fecha del 2 de noviembre de 1943”.
Cada tarde salía de la Escuela de Historia, en G y Zapata, con un cartuchito con croquetas de aquellas que se pegaban en el “cielo de la boca”, tomaba un ómnibus de la ruta 76 y me sumergía durante horas en la biblioteca de Ángela, donde permanecía hasta la noche, en que ella llegaba. La búsqueda duró más de una semana y de ella estaban pendientes los cuatro hijos de la Grau: el inolvidable Fabito y sus hermanas Magda, Dagmar y Angelita, quienes a cada rato se asomaban a la puerta con la misma pregunta: “¿Cabrera, encontró algo?”. Una noche, casi al finalizar la jornada, abrí un sobre plástico, amarillo y verde y allí encontré tres recortes de prensa: uno del Dance News, y los otros dos del Daily Telegram y el New York Times, firmados por los eminentes críticos norteamericanos Anatole Chujoy, Louis Biancoli y John Martin, respectivamente. Abrí el artículo del último, fechado el 3 de noviembre de 1943, y leí: “Anoche, en el Metropolitan Opera House, se produjo el debut de Miss Alonso en Giselle y podemos decir que fue un éxito”. No podía creerlo, había rescatado para la historia la fecha del 2 de noviembre de 1943. Como resultado del hallazgo y de mis investigaciones, Ángela me invitó a participar en un ciclo de conferencias en la Sala Talía (donde hoy está la Escuela de Economía, al lado del cine Yara), con motivo del XX aniversario del Ballet Nacional, que clausuró el eminente Juan Marinello. La mía tuvo lugar la noche del 25 de septiembre, de ese año 1968 y fue muy bien recibida.
Mis investigaciones, alabadas por la entusiasta y generosa Ángela, me abrieron las puertas de la casa de Alicia y Fernando, en la calle 24 esquina a 5.a Avenida, en Miramar, donde seguí investigando con Alicia ya muy cercana, y más tarde las del Ballet Nacional de Cuba, pero yo estaba negado a aceptar la invitación, por considerar que no tenía los conocimientos necesarios para ello. La batalla duró todo 1969 y en febrero de 1970 entré oficialmente a esa, mi segunda Universidad, donde aún permanezco como alumno.