Algo sobre los derechos humanos y su declaración universal
11/12/2020
La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue proclamada el 10 de diciembre de 1948 en París, Francia, después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial y haber surgido el poder estadounidense muy fortalecido en el mundo, un poder que en virtud de su hegemonía mediática ha extendido universalmente sus maneras de interpretar la realidad.
Fue un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo en el que se impuso la más antigua y dominante, pero la votación no fue unánime (48 a favor, ocho abstenciones y dos ausentes) porque respondía también a transformaciones en el pensamiento que venían fortaleciéndose desde mediados del siglo XIX, cuando el genio de Karl Marx, junto a Federico Engels, generara un corte trascendental en el conocimiento, y sucediera a las luchas anticoloniales que, en el mundo, desde la Revolución haitiana, habían venido transformando la manera de interpretar la realidad, como lo hiciera Bolívar y más tarde Martí, Lenin, Trotsky, José Carlos Mariátegui y Ho Chi Mihn hasta Mao Tse Tung, por solo citar algunos grandes.
Hoy, otras cumbres del pensamiento mundial como Che Guevara, Nelson Mandela y Fidel Castro también han aportado ideas que se abren paso a pesar de ser víctimas de muy diversas formas de ataques, prohibiciones, persecuciones, discriminaciones y demonizaciones. Sin embargo, todavía a escala mundial no alcanzan esa presencia raigal que, influida por las obras de muchos filósofos y pensadores europeos, tiene lo que se considera como las expresiones más comunes de la “naturaleza humana”. Para muchos hoy, las bases habituales para la interpretación de esta Declaración Universal de los Derechos Humanos persisten a partir de siglos de vigencia de un pensamiento dominante, levantado sobre dos pilares que son: una filosofía apoyada en estructuras económicas, políticas y sociales propias de la burguesía y una mística que acomoda al cristianismo a dichas concepciones filosóficas.
Una visión socialista de esta declaración implicaría necesarios cambios en la interpretación de varios de sus postulados en el Preámbulo y en sus Artículos, pero tal visión de la realidad tendría que erguirse siempre ante el peligro de ser hostilizada como contraria al “natural” pensamiento humano.
Las “leyes naturales” generadoras de un tipo de civilización que ejecutó, dentro de su lógica y en nombre de los derechos humanos, la hecatombe económica, social y cultural provocada por la extracción de jóvenes como esclavos en África y la devastación de las civilizaciones aztecas e incaicas y, años más tarde, las invasiones al sudeste asiático y la India; son las mismas “leyes naturales” que, en una escala ascendente, justificaron las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Los derechos que conducían a los marinos y soldados de los países del capitalismo naciente en Europa a transformar drásticamente los mapas humanos, “derechos naturales” que condujeron a derechos de conquista, tienen sus versiones contemporáneas cuando contra Cuba y Venezuela se realizan constantes actos de guerra, cuando contra los ex combatientes colombianos se llevan a cabo sistemáticos asesinatos, cuando decenas de niños en Yemén mueren de hambre, cuando hay tantas madres libias, sirias palestinas o afganas que lloran a un esposo, hermano o a un hijo.
Una lectura actualizada y crítica de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se hace imprescindible en un mundo contemporáneo que también necesita cambiar lo que deba ser cambiado, a la luz de la dignidad humana, de nuestras aspiraciones más elevadas, ante la necesidad de que las conductas generadas por el capitalismo dejen de convertir al ser humano en lobo del ser humano.