Alberto Yarini en la cultura cubana

Johan Moya Ramis
14/2/2019

Libertarios, fanáticos, héroes, canallas,

sabios, locos, los hemos tenido en América

y seguiremos teniéndolos ahora.

Héroes y Herejes, Barrows Dunham

“De los mojigatos nadie se enamora”, con esta lapidaria expresión, Rachel, el famoso personaje de Miguel Barnet, define su postura sentimental hacia el tipo de hombre que le gusta, al hablar de la figura de Alberto Yarini. Al mismo tiempo, como todo buen personaje literario, trae de la ficción a la realidad una verdad. En este caso,no solo una verdad, sino un sentir arquetípico cimentado en la cultura universal: el encanto erótico de los malvados, los “malacabezas”, los irredentos.

Alberto Yarini y Ponce de León. Fotos: Internet
 

Desde Casanova, hasta el Marqués de Sade, muchas son las variantes que ha tenido este arquetipo social del antihéroe maldito y libertino, que independientemente de los contextos sociales donde estos se desarrollen, hay un patrón que se repite: tienen un código moral que va en contra de las normas sociales establecidas de su tiempo. No están desprovistos de ética, pero esta funciona a la inversa, y brilla en la contradicción de sus conductas en los distintos escenarios de la vida. Pueden llegar a ser amados y odiados al mismo tiempo y con la misma intensidad, razón por la cual los conflictos los realzan y les confieren fama no solo en su entorno inmediato, sino más allá de sus contextos sociales. El rasgo que más los singulariza es que la admiración de hombres y mujeres hacia ellos transita por un inevitable halo de erotismo, que en la mayoría de los casos forma parte de su trascendencia.

La gran diferencia entre el héroe convencional y el antihéroe maldito es que si el héroe mitológico de antaño, o en su versión política de nuestros tiempos, es enarbolado por los ganadores, por los que detentan el poder, en virtud de sus actos épicos; el antihéroe trasciende en los estratos sociales, donde la historia oficial no suele hurgar mucho, salvo para hacer política o recrear una ideología. El antihéroe tiene un lugar preponderante entre los de abajo. Su trascendencia histórica se da en que sus hechos y palabras se van entretejiendo a lo largo del tiempo en el imaginario sociopopular, hasta permear todas las capas de la sociedad, que ve en ellos un rasgo de legítima identidad. Esta se resignifica a lo largo del tiempo, a través de las manifestaciones del arte, como es el caso de Casanova, quien ha inspirado varias películas y libros, y otro tanto el Marqués de Sade.

La cultura cubana no está desprovista de estos personajes, quizás no con ese brillo universal, pero no por ello carentes de legítima singularidad dentro de la cultura popular cubana. Desde el mulato bien vestido y extravagante de Los negros curros, estudiados por Don Fernando Ortiz y recreados en la gráfica magistralmente por Víctor Patricio Landaluze, hasta el dandi republicano recreado por Alejo Carpentier en su novela la Consagración de la primavera o en El Polvo y el oro, de Julio Travieso, hasta llegar a los actuales “luchadores” que pululan en la hampa habanera actual, descolla la figura de Alberto Yarini y Ponce de León (1882-1910).

Portada de Los negros curros, de Don Fernando Ortiz; ilustrada por Landaluze
 

Como todo antihéroe maldito, la biografía de este singular personaje, cuya figura ha pasado de la leyenda urbana a lo mitológico, para transformarse en una deidad de pueblo, no se encuentra recogida en ningún libro de carácter académico-historiográfico publicado antes o después de 1959. Pero el periodismo de investigación, la literatura, el teatro, la música y el cine, se han encargado de revitalizar a la figura de Alberto Yarini, cuya impronta nunca se apaga en el imaginario cultural cubano, y sobre todo, entre la cultura capitalina.

Para quienes deseen conocer a fondo aspectos biográficos de la vida de Yarini, hasta el momento, San Isidro, 1910. Alberto Yarini y su época (2000), de la poetisa y editora Dulcila Cañizares Acevedo, es la biografía más completa que existe sobre Yarini. Una encomiable investigación periodística provista de fuentes documentales y entrevistas a personas que conocieron al Rey de San Isidro. Dentro de este mismo orden de la investigación periodística también puede leerse el artículo sobre el renombrado chulo habanero del escritor y periodista Leonardo Padura Fuentes, incluido en su libro El viaje más largo (1994). Por último, está un artículo publicado en la revista Espacio Laical (2017), titulado “¿San Yarini?”, de quien les habla, reportaje de investigativo de carácter teológico que se adentra en las interioridades del culto a Yarini en el Cementerio de Colón. Abordando este mismo tema, podemos encontrar publicado el 28 de septiembre de 2018 en Cubadebate, un texto del afamado periodista Ciro Bianchi.

San Isidro, 1910. Alberto Yarini y su época (2000), de la poetisa y editora Dulcila Cañizares Acevedo,
se considera la biografía más completa existente sobre Yarini
 

Para la literatura de ficción y la cinematografía cubanas, la figura de Yarini tampoco ha pasado inadvertida. Dentro del género de novela se encuentra Flores para una leyenda (2005), del escritor e investigador Miguel Sabater Reyes, obra de marcado acento testimonial. En la ya citada obra de Canción de Rachel de Miguel Barnet, hay un lugar para la figura de Yarini, aunque no es el epicentro argumental de la obra. Del mismo modo puede encontrase el tristemente célebre proxeneta citado en la obra Memorias de dos mujeres públicas del escritor e investigador Tomás Fernández Robaina. Dentro la cinematografía tenemos la película Los dioses rotos (2008), opera prima del cineasta Ernesto Daranas, ampliamente laureada por la crítica. En la pantalla chica en el 2001 se exhibió el teleplay Réquiem por Yarini, adaptado para la televisión cubana por Ángel Collazo y dirigido por Jorge Alonso Padilla.

Imagen tomada de la ópera prima de Ernesto Daranas, Los dioses rotos
 

Sin embargo, es el teatro quien se lleva todos los créditos en cuanto a la recreación del famoso chulo habanero. Los dramas El gallo de San Isidro (1964), del dramaturgo José R. Brene, Réquiem por Yarini (1978), de Carlos Felipe, Baroco de Rogelio Meneses, Habana Café, escrita e interpretada por la prestigiosa actriz cubana Susana Pérez, y el performance teatral de la artista independiente Xiomi. San Yarini ¿hombre o mujer?, primera obra de este tipo que intenta enfundar al prototipo de macho alfa que representa Alberto Yarini, nada y nada menos que un cuerpo de mujer.

Dentro de la cultura religiosa popular cubana, el culto a Alberto Yarini en el cementerio evidencia que la religiosidad popular cubana tiene derroteros insospechados y tal vez hasta desviados, porque desplaza lo canónico, elimina fronteras moralizantes, recodifica el pasado de manera heterodoxa y destrona toda jerarquización teológica.

Por contradictorio que parezca y para asombro de los que empuñan la bandera de los altos valores morales propuestos por nuestra sociedad actual, la figura del chulo de la hampa habanera ha sobrevivido en el imaginario cultural cubano a lo largo de más de un siglo. Lo anterior no deja de provocar múltiples interrogantes y amerita una investigación más profunda, dirigida a esa zona del tejido social subterráneo cubano que ningún proceso social en la Isla ha podido transformar. Por lo pronto, queda muy claro que Alberto Yarini tiene un lugar asegurado en la cultura cubana, ha tenido seguidores, admiradores y fans, y una vez más queda demostrado que los malvados, los castigadores, los malditos tienen su encanto y un lugar en el misterioso rincón de la inmortalidad.

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