La Asociación Hermanos Saíz tiene el reto de ser eternamente joven, como una familia grande que se renueva de manera constante, fiel a su espíritu más allá del arte, con luces y herejías, sueños y ambiciones en el afán que tiene cada generación de construir su impronta.

Actualmente tiene más de 3 600 miembros a lo largo de toda Cuba: escritores, actores, dramaturgos, investigadores, músicos, artistas visuales, realizadores, periodistas, promotores… unidos por el amor a la creación.

Cuenta con una amplia plataforma de promoción, becas y premios, eventos y jornadas de programación, todo lo cual favorece su protagonismo indiscutible dentro de la sociedad cubana, pero los desafíos también se actualizan y hasta crecen. Navegamos en un mar de retos, donde es importante conocer los inicios, la épica de una vanguardia que siempre deberá ser consecuente con sus esencias.

“Numerosas personas han contribuido al crecimiento de la AHS durante sus casi tres décadas y media de existencia”.

GÉNESIS

El nacimiento oficial de la AHS ocurrió en 1986 en un encuentro nacional entre representantes del Movimiento de la Nueva Trova y las brigadas Raúl Gómez García y Hermanos Saíz. Solíamos imaginar ese intercambio como difícil, lleno de diferencias y tremendismos, porque para muchos no debía ser fácil aquella integración, que significaba perder el nombre de organizaciones con historias propias y prestigio indiscutible, como el Movimiento de la Nueva Trova, reconocido a nivel internacional.

Varios participantes nos han expresado que todo fluyó bastante bien, y que verdaderamente las personas con más razones para sentirse insatisfechas eran las integrantes del referido movimiento, con lazos gremiales fuertes y prestigio en el país y más allá.

Muchos coinciden en que un elemento aglutinador fue la elección como presidente del pianista Víctor Rodríguez, quien había obtenido hacía poco uno de los premios más importantes a nivel mundial, y resaltaba además, por sus ideas y criterios, como alguien capaz de representar verdaderamente a todos.

Los orígenes están más atrás. Tal vez en aquellos hermanos poetas, Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, asesinados el 13 de agosto de 1957, con apenas 17 y 18 años de edad en el poblado de San Juan y Martínez. Ahí están sus versos y artículos, sus ejemplos de vida, como amantes de la literatura, el arte y Cuba.

Cuenta el historiador pinareño Luis Figueroa Pagés, estudioso de la obra de aquellos valerosos muchachos, que en una de las sesiones de los encuentros de Fidel con los intelectuales, en junio de 1961, el escritor Aldo Martínez Malo le mostró al líder de la Revolución una edición de los textos de Luis y Sergio en un libro titulado Obras completas de los hermanos Saíz, del cual solo había 12 ejemplares, uno de los cuales le regaló y, en público, le propuso crear algo para aglutinar a los jóvenes creadores en torno al ejemplo de ellos. A Fidel le agradó la idea, y meses después surgió el Grupo Hermanos Saíz (GHS), con el impulso de la Uneac.

Durante una conversación en el Pabellón Cuba, el escritor Norberto Codina nos dijo que la Uneac publicó por esos años una antología de 28 poetas de la brigada en la que se pueden encontrar varios de esos nombres. Aquello funcionó durante algún tiempo, pero desapareció por inercia.

Años después, en septiembre de 1971, fue retomado, pero se cambió el nombre a Brigada Hermanos Saíz.

A solicitud de Nicolás Guillén, el poeta Sigifredo Álvarez Conesa se desempeñó como una especie de coordinador, y realizaban encuentros cada sábado: “Lo hacíamos como aficionados a la literatura, no era obligatorio ser miembro para participar, pero desde aquel momento los integrantes de la brigada eran seleccionados a partir de su obra”.

Añade que al principio todos eran de literatura, pero luego se sumaron artistas visuales como Nelson Domínguez y Eduardo Roca (Choco), y más tarde de otras manifestaciones.

“Aquellas tertulias de los sábados en la casona de H y 17, las que frecuenté casi ininterrumpidamente hasta finales de los años 70, me permitieron conocer y, en muchos casos, establecer una amistad perdurable con toda una galería de escritores en ciernes y de figuras ya establecidas de nuestras letras, como Eliseo Diego, Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Roberto Branly, Miguel Collazo, Guillermo Prieto, Gustavo Eguren, Luis Marré, Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís y los hermanos Francisco y Pedro de Oraá”, manifiesta.

“Aquellas tertulias de los sábados en la casona de H y 17 (…) me permitieron conocer (…) toda una galería de escritores en ciernes y de figuras ya establecidas de nuestras letras”.

“Las reuniones tenían como animador principal a Sigifredo, recordado amigo. Y junto a él, en la promoción de esa convocatoria literaria estuvieron, entre otros, el entonces conocido poeta Adolfo Suárez, y alguien que se iniciaba en esas lides, Osvaldo Fundora, cuya dedicación en esta etapa inicial es incuestionable”.

Han pasado varias décadas, pero en su mente permanecen muchos momentos en forma de recuerdos. Todo ocurría en un contexto complicado, un período denominado por muchos como Quinquenio Gris o hasta Decenio Negro. Así se refiere el crítico y periodista Pedro de la Hoz, uno de los protagonistas, a esa época:

[…] Los jóvenes que entonces llegamos a pertenecer a la Brigada lo hicimos en medio de los rescoldos todavía ígneos de un proceso traumático: la secuela del caso Padilla, los contraproducentes resultados del Congreso Nacional de Educación y Cultura, el anquilosamiento del Consejo Nacional de Cultura […].

[…] Sábado tras sábado sesionaba el taller literario de la Brigada en la sede de la Uneac. No era un taller al uso, en el que todo el que llegaba mostraba sus creaciones para una discusión abierta y punto. Cada uno de los brigadistas entregaba con antelación un manojo de poemas o dos o tres cuentos —llegado el caso también escenas de alguna obra teatral— a un “tutor” (un escritor con kilometraje recorrido), que las desmenuzaba en la sesión sabatina en un ejercicio de análisis que rebasaba las márgenes del texto.

[…] Si no llegué a ser el poeta que hubiera querido ser, les debo a ellos, y a todos, la preparación conceptual, el crecimiento intelectual y el aguzamiento del sentido crítico que me han acompañado, pienso yo, en el ejercicio de otros campos de la escritura. Creo desde entonces que el periodismo, si es, tiene que ser también literatura.

Codina agrega que para muchos de ellos el “Decenio” tuvo luces, porque en esos jardines de la Uneac coincidieron con escritores cubanos de valía:

Estoy evocando un momento en que, como es sabido, un grupo de destacados autores que nos habían antecedido no estaban siendo publicados y, sin embargo, muchos de ellos seguían interactuando con esta promoción de jóvenes. Es decir, tuvimos un diálogo ejemplar.

Y en muchos casos, aunque parezca paradójico, conocimos primero a la persona que a su obra, lo que incentivó nuestra avidez de lectores. Buscábamos —esto fue realmente una experiencia generacional— los libros prohibidos, «malditos» o simplemente olvidados. Nos fuimos acercando a todo lo humanamente leíble, devorando los libros de poesía cubana y de poesía latinoamericana, de poesía universal, y cuento, novela, ensayo, todo lo que teníamos al alcance y más allá.

La Editorial Casa de las Américas indiscutiblemente iluminaba áreas importantes de la poesía latinoamericana y de la generación que nos antecedía. Perseguíamos los libros que en esos momentos eran considerados incluso tabú y habían desaparecido de las librerías habaneras, lo cual asumíamos en términos de desafío y de actitud contestataria frente a las circunstancias creadas por un discurso dogmático, prejuiciado, de marginación de importantes escritores cubanos.

Promediábamos 20 años, algunos todavía eran adolescentes, pero sentíamos el deseo ineludible de acercarnos a lo mejor de la poesía cubana, no solo los clásicos, sino de la que estaba emergiendo de aquella candente actualidad.

“Nuestro propósito es jamás envejecer como organización”.

Para ilustrar esto rememoro los libros de Lina de Feria y Wichy Nogueras, que fueron los primeros premios David; la fotocopia muy manoseada que alguien facilitó de Lenguaje de mudos, mientras otro libro que circuló entre nosotros, ora fragmentariamente en una antología, ora completo a través de manuscritos, fue El libro rojo, de Guillermo Rodríguez Rivera. Estas eran lecturas que compartíamos entre todo ese grupo. Tal vez ofrezca una idea del “espíritu de la época” que allí nos animaba.

Entrar a la brigada daba derecho a una lectura, con un escritor reconocido como acompañante, y por ahí pasaron, por ejemplo, Roberto Fernández Retamar, Félix Pita Rodríguez, Fayad Jamís… Pedro de Oraá fue mi acompañante. En ese grupo inicial estaban otros como Bladimir Zamora, Fredy Artiles, Pedro de la Hoz, Arturo Arango, Alex Fleites, Pablo Belde. También estaban otros latinoamericanos exiliados en Cuba. Posteriormente se incorporaron algunos como Carlos Martí, Víctor Rodríguez Núñez, Reina María Rodríguez.

La primera brigada era solamente de literatura, pero un año después se creó su similar de artes visuales, con creadores como Pablo Toscano, Nelson Domínguez, Choco y César de Armas.

En 1974 se creó su primer ejecutivo nacional, presidido por Orlando Navarro. En esa etapa adquiere verdaderamente carácter nacional, con presencia en todas las provincias y apoyo de la Unión de Jóvenes Comunistas. Luego, en 1978, con representaciones de todo el país, se hace el primer activo nacional de la Brigada, en la Escuela de Cuadros de la UJC. Ahí Omar González se convirtió en el primer presidente electo.

Lo anterior fue sin elecciones. Poco a poco, se fueron sumando creadores de todas las manifestaciones.

Otros presidentes nacionales de la Brigada fueron el pintor Roberto Fabelo y el escritor Carlos Martí. El presidente de la Nueva Trova era Vicente Feliú.

La Raúl Gómez García era masiva para todos los instructores de arte, unos muy buenos, otros no tanto.

La investigadora Eloisa Carreras, quien estuvo presente en el encuentro de 1986, asegura que aquello transcurrió con bastante tranquilidad […].

Desde entonces numerosas personas han contribuido al crecimiento de la AHS durante sus casi tres décadas y media de existencia. Es habitual que muchos integrantes de esta familia nunca quieran salir. Y así, aunque tengan 40, 50 años…, siguen siendo parte de este grupo de soñadores, con la pretensión de ser siempre una vanguardia real. La mayoría de los más grandes creadores del país en algún momento han pertenecido a ella, son Miembros de Honor o Maestros de Juventudes.

Algunos han sacrificado gran parte de su obra en el compromiso de coordinar, ayudar, servir a los demás, desde las responsabilidades de jefes de secciones, miembros de ejecutivos provinciales y de la Dirección Nacional, o al frente de proyectos y grupos artísticos. Aprovechamos para mencionar a los presidentes nacionales: Víctor Rodríguez, Eloísa Carreras, Jorge Luis Sánchez, Fernando Rojas, Alpidio Alonso, Luis Morlote, Rubiel García y Rafael González Muñoz.

Ha sido un camino cargado de retos, con fuertes intercambios y debates, para hacer mejor nuestra AHS e influir lo más posible en el panorama cultural cubano, conscientes del empeño fundamental: impulsar la obra de los jóvenes.

Juntos hemos vencido numerosos obstáculos. Cada decisión en la Dirección Nacional suele ser ampliamente analizada desde la diversidad de sus miembros, lo cual a veces se extiende durante horas y hasta días, con ímpetu y un deseo casi desenfrenado de dejar nuestra impronta.

Como 35 años es también la edad límite para pertenecer a la Asociación, enarbolamos el eslogan “quedArte Joven, ahora y siempre”, que incluye nuestro propósito de jamás envejecer como organización cuya alma deberá estar siempre en sus creadores, la historia y el corazón puro de Cuba.