Acosta Danza en la encrucijada de las culturas

Yuris Nórido / Foto: Cortesía del autor
3/9/2018

Una vez más Acosta Danza, la compañía que dirige el célebre bailarín cubano Carlos Acosta, celebró los encuentros entre disímiles culturas. La temporada que comenzó este viernes en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso presentó obras de un japonés y un sueco, en un diálogo más o menos diáfano con las circunstancias de Cuba, de los cubanos.

La migración japonesa, hace 120 años, trazó puentes entre dos archipiélagos, que asumen la insularidad como pretexto común. Uno de los más reconocidos coreógrafos del Japón, quizás el más renombrado, Saburo Teshigawara, explora con la compañía los desafíos del futuro, en un ejercicio que ha seducido a los bailarines.

El título ofrece la clave: Mil años después. Ninguno de nosotros estará dentro de un milenio, pero imaginar lo que pudiera suceder para entonces puede resultar un ejercicio fascinante.

Mirar al futuro

Después de recorrer varias de las capitales mundiales de la danza, Teshigawara llegó a La Habana para montar con Acosta Danza una pieza concebida especialmente para la compañía.

“Estamos en el medio: entre un futuro lejano (que no es posible conocer o predecir), y el pasado, que en realidad no alcanzamos a ver o a comprender con todas sus implicaciones. Esa es la realidad. Partiendo de ahí, pensé en cómo podríamos tener esperanza hacia un futuro que no está confirmado”.

Para Teshigawara, la danza cubana no era una incógnita. “Sabía de la grandeza y la belleza del baile de Alicia Alonso. Los bailarines cubanos tienen una disciplina en la danza y cuentan con una base técnica. Quería hacer un trabajo creativo a partir de esa base.”

Para su montaje escogió a un grupo de bailarines específicos: “Fui estimulado por ellos. Y también sentí una intuición imaginativa.”

Además de Mil años después, Teshigawara interpretó en esta temporada el dueto Perdidos en la danza con la bailarina Rihoko Sato.

“Una devoción obsesiva hacia la danza puede estar sustentada en la ironía de perderse en ella. Es otra forma de afecto. Eso fue lo que me interesó, lo que quería hacer justo ahora. Y también quería dedicarme a Rihoko Sato. Esas son las razones.”

Un paisaje singular

Acosta Danza abrió sus puertas nuevamente a coreógrafos de diferentes procedencias. Junto a Teshigawara, montó y ensayó por estos días en sus salones el sueco Pontus Lidberg, un creador ya conocido por el público cubano.

Su coreografía, Paysage, soudain, la nuit (Paisaje, de repente, la noche), con música de Leo Brouwer y de otro sueco: Stephan Levin.

La obra contó en escena con una instalación de la artista cubana de la plástica Elizabet Cerviño: un campo de cañas cruzado por trillos: los caminos que deberían seguir los bailarines.


Gabriela Lugo y Enrique Corrales, bailarines del elenco, fotografiados por Manuel Vason.
Foto: Cortesía de la compañía


En esta compañía, se sabe, coexisten intérpretes de disímiles formaciones (del ballet académico a la danza más moderna), pero el programa fue esencialmente contemporáneo. Y no es que los dos coreógrafos se hayan puesto de acuerdo: fue pura inspiración.

La temporada Encuentros fue una oportunidad para apreciar el trabajo de dos figuras de primerísimo nivel en el mundo de la danza. Han montado con las más grandes compañías del mundo, sus piezas han sido reconocidas por la crítica y el público. La Habana es otra escala en caminos de larguísimo aliento.

Tomado de: CubaSí