La historia nace día a día. Vivirla y crearla es deber y tarea de todos; también protegerla. Hacer honores y elogios al pasado es, por su parte, tarea fácil. Podemos recordar historias, documentar desde un presente, pero todo queda reducido a hipocresía si no atendemos los deseos que ese propio pasado requiere y se esfuerza por narrarnos como enseñanzas. Entonces, dejémoslo por un momento y retornemos a nuestro presente, que no es mucho más que eso: un regalo.
Algunas fechas agitan el contexto cubano. Un día como el 20 de mayo dejamos de ser colonia para pasar a un nuevo estadio, que muchos, injustamente, desean rechazar, olvidar, sobre todo cuando fue un momento tan necesario, un paso más hacia esta enorme Revolución. No se debe rechazar, afirmémoslo, porque no todo fue negativo, porque fue un momento desbordado de nacionalismo, de cultura, de grandes hazañas. Es el momento de hombres inspiradores y renovadores, y como mismo perdíamos un pedacito de tierra en Guantánamo, un pedacito de alma y patria, ganábamos un Capablanca y un Lecuona; primer latinoamericano en ser nominado a los premios Oscar con su tema “Always in my heart”.
Esa fecha también fue la que vio nacer a Teatro Universitario de La Habana (TUH), unas décadas después. Ha sido reconocido y documentado por intelectuales y visionarios cubanos como Alejo Carpentier, Mirta Aguirre y José Manuel Valdés Rodríguez. Ochenta años han pasado y la historia le ha exigido maleabilidad a TUH, ello sin dejar de acumular premios y reconocimientos, y demostrando que el buen gusto y la calidad son los únicos elementos exentos de cambios. Más historia podría comenzar a escribirse, porque, como diría el propio Alejo Carpentier sobre la presentación iniciática de TUH: “¡Nunca la Universidad de La Habana fue tan Universidad (…)! Una Universidad como la soñamos”.
Ese fue el espíritu mostrado desde la Universidad (Alma Mater dispuesta a sus discípulos) en el acto de aniversario realizado en la plaza Agramonte, antaño Plaza Cadenas y escenario de obras como “Antígona”, de Sófocles, “Noche de Reyes”, de Shakespeare, “Ifigenia en Táuride”, de Goethe, “Numancia”, de Cervantes, o “Tartufo”, de Moliére; todos nombres prestigiosos e imprescindibles de la literatura universal. Solo la piedra de aquella escalinata sirve como testigo de sus magníficas y elogiadas puestas en escena. Fue un acto atípico, en un ambiente romántico, surreal, de sombras largas y bullicio en recuerdos; porque esas piedras no dejan olvidar el sonido de sus estudiantes, sus pasos y conversaciones. Ellas los extrañan y los requieren, designio por el que viven. Ceremonia engalanada, además, por la presencia del ministro de Cultura Alpidio Alonso (quien demuestra una vez más su interés por preservar la cultura de la más antigua de nuestras universidades), el Ministro de Educación Superior, Dr. C. José Ramón Saborido Loidi, y la Dr. C Miriam Nicado García, quien a poco tiempo de asumir la rectoría de la Universidad de La Habana ha tenido que combatir contra tiempos desventajosos, sin dejar de mirar al futuro y defender la cultura de esta alta casa de estudios.
Muy pocas personas estaban en ese espacio. Los visitantes se ven obligados a ocultar las sonrisas y el júbilo detrás de ese compendio de mascarillas artesanales de diversos colores y formas: somos cubanos, nuestras madres cosen, y solo ellas pueden transformar una desdicha tan incómoda y antinatural en una moda y un placer. ¡Entonces riamos! Resulta imposible esconder la verdad de la sonrisa, porque siempre se desbordará y se traducirá en ojos brillantes. El cuerpo siempre buscará la manera de demostrar que está feliz, así deba forzar los gestos.
Realidad asimilada de todos aquellos homenajeados que lento subieron las escaleras para recibir su merecido reconocimiento. Un paso adelante y se desprende un yelmo romano o cae una peluca isabelina. Otro paso y se eleva la juventud, se pierden las arrugas y los achaques inevitables de la edad. Un nuevo paso y todos, parados en fila sobre aquella escalinata imperecedera, crean un momento único en que el diapasón abarca muchas de las generaciones de Teatro Universitario como protagonistas de un mismo espectáculo. Ellos se voltean y realizan el ademán más satisfactorio. La función ha terminado y deben saludar a su público, enajenado en aplausos y gritos. Los ramos de flores son los mayores testigos de un excelentísimo trabajo: todos saben que el pedazo de alma brindada en la función retorna en forma de pétalos de colores. Varias generaciones tuvieron el mismo brillo en los ojos, el mismo agradecimiento: Verónica Lynn, Eslinda Núñez, Nancy Rodríguez, Gustavo Miquet, Diana Anido, Diosdelina Sánchez, Fernando Rojas, Luis Silva; y los actuales integrantes de TUH: Amalia Riol, Alain Monteagudo, Daniela Ariosa. Por último, esa corona, ese señor que “semeja a un Lord Inglés que constantemente reta a duelo a lo vulgar”: Armando del Rosario, director y maestro de tantos jóvenes. Todos viven en esa escalinata el agradecimiento a un pasado y los motivos para un futuro de TUH.
El homenaje no fue solo para esas figuras. La trayectoria de TUH es demasiado amplia para ser abarcada tan fácilmente. Este teatro le debe a muchos, decantados por la longevidad de sus puertas y trajes. Por ello, la Dirección de Extensión de la Universidad se arriesgó acertadamente a acariciar las cuerdas de la nostalgia a través de una reveladora exposición, donde, entre tanto material de archivo, se encontraban los expedientes matriculares del Seminario de Artes Dramáticas, anexo a Teatro Universitario, de personalidades e intelectuales cubanos como Alfredo Guevara, Fructuoso Rodríguez, Graziella Pogolotti, José Carril, Roberto Fernández Retamar y Sergio Corrieri.
En la mañana también se estrenó el documental “Noche de reyes”, ejercicio de graduación sencillo y a la altura de una amateur de modestas pretensiones, pero una hazaña digna de respeto. No todos los jóvenes se interesan por el rescate de la cultura y el patrimonio. Joanna Villafranca lo hizo, extendió su pensamiento de joven comprometida con su cultura y trascendió lo implícito. Ella sensibilizó a todo un público sobre la situación actual de TUH, de su último y merecido inmueble, o como ella misma declarara en entrevista: “Un espacio que no solo funge de sede, sino que contiene un legado y una historia inmensa que necesita resurgir, ser visibilizada”. Ella, con sumo conocimiento de causa, solo pide a nuestros intelectuales y directivos de las instituciones pertinentes que, en ese sentido, “valoren el legado de Teatro Universitario, el patrimonio que significa para la Universidad de La Habana y el país”. Por demás, ella, con humildad, llegó mucho más lejos, quizás como en su momento Ramón Valenzuela o Helena de Armas, responsabilizando a una élite sobre el tema.
La elocuencia mayor fue protagonizada por el Dr. José Antonio Baujín, quien respondiera con fuerza y retumbada aseveración las plegarias de muchos, y motivara la tranquilidad de los presentes: “La sala Talía renacerá; está dentro de las prioridades de trabajo de la Universidad de La Habana; nuevamente acogerá a los miembros de Teatro Universitario en sus ensayos y abrirá las puertas a su público”.
Palabras estas de todo un intelectual, editor y excelentísimo profesor que obligan a invocar nuevamente a esas piedras, a esas columnas como testigos de un presente, o como ya mencioné, de un regalo. Piedras con siglos de historia; sobre ustedes se ha construido un país, se ha muerto por principios e ideales; ustedes que permanecen aunque llueva, y en su justicia aceptan al que ríe y al que llora; ustedes, que vigilan y moldean el camino y el futuro de todo un pueblo, no dejen que esas palabras vayan al cielo, susúrrenlas hasta que sean cumplidas. El resto, tarea de jóvenes que merecen ser apoyados y que, como reza el himno de TUH: “Es tan alto tu rumbo de estudios que tememos perdernos en él, pero no desmayemos, excelsior: que al final nos espera el laurel”.