A medio siglo de su muerte: Abelardo Barroso y la prueba del tiempo
El catálogo de los compositores e intérpretes populares cubanos es extenso. Tanto, que algunos permanecen injustamente olvidados, aun tratándose de figuras importantes dentro del quehacer musical. Abelardo Barroso se incluye entre ellos, al punto de que, a medio siglo de su muerte en La Habana, el 27 de septiembre de 1972, lanzamos este reclamo público para rescatar su memoria, o lo que es igual, su voz de sonero cinco estrellas.
Por cierto, el entierro de Abelardo Barroso fue muy concurrido y se efectuó al compás de las notas de El guajiro de Cunagua, uno de sus grandes éxitos. Con posterioridad vio la luz un disco de larga duración, Homenaje póstumo a Abelardo Barroso, en el cual interpreta pregones, guajiras, boleros, guarachas, un mozambique y una pachanga. Como compositor, fue autor de El panquelero, y de la letra del son montuno Viva Bayamo.
Casi medio siglo permaneció Barroso en las preferencias, cantando para su público. Una tan prolongada continuidad en el dial invariablemente deja huellas a prueba del olvido. Y si usted es de quienes no lo han escuchado, busque sus placas y conocerá a un cantante auténticamente cubano.
Un vuelco grande en la vida de Abelardo Barroso tiene lugar el 17 de julio de 1925, día de su incorporación al Sexteto Habanero, una agrupación de fuerza tal que ofrece sus funciones en el muy selecto Vedado Tennis Club, donde los artistas negros dan un “toque exótico”.
En la ya distante fecha de junio de 1984, el compositor Rafael Ortiz contó a quien escribe que “el Sexteto Habanero fue el primero en interpretar el son que hoy conocemos, un son elaborado. La agrupación tenía dos cantantes que, a mi entender, eran los más grandes, los más destacados soneros, porque después todo el mundo cogió de ellos. Me refiero a Gerardo Martínez y a Abelardo Barroso”.
Casi medio siglo permaneció Barroso en las preferencias, cantando para su público. Una tan prolongada continuidad en el dial invariablemente deja huellas a prueba del olvido. Y si usted es de quienes no lo han escuchado, busque sus placas y conocerá a un cantante auténticamente cubano.
El sexteto se convirtió en septeto con la incorporación de un trompetista. Se presentaron en Nueva York a principios de 1927 y, en 1928, también en España. Los viajes enriquecieron no solo el mundo visual del intérprete, también contribuyeron a que tomara lecciones de canto y perfeccionara sus cualidades vocales. Por el año 1928 Barroso fundó, junto a Rafael Enrizo, Nené, un nuevo septeto, el Agabama, cuyo sonido se hizo sentir en aquel tiempo.
En 1931 empezó Barroso en la Orquesta de Ernesto Muñoz. A lo sumo permaneció en ella dos años, período durante el cual cantó a través de las ondas de la emisora CMBS, sita en El Vedado, donde tenían un programa diario de “Homenaje al danzonete”, con la voz líder de Abelardo Barroso. Su popularidad es grande, junto a la del malogrado Fernando Collazo, quien también canta el mismo género.
Después pasó a la Charanga de López-Barroso, aunque entonces los músicos solían actuar para más de una agrupación. Así, Barroso alternaba con el septeto Universo, de corta vida, al igual que con el Pinín, que servía de propaganda a la marca de ron. Tres cantantes se disputan la popularidad: Fernando Collazo, Pablo Quevedo y Abelardo Barroso, los dos primeros muertos prematuramente. En la voz de Abelardo se popularizan los números La milonga, El huerfanito, El panquelero…
En octubre de 1939 ingresó en la orquesta Maravilla del Siglo, dirigida por Juan Pablo Miranda, en sustitución de Collazo, fallecido algunos días antes. Es este director quien me afirmaría que Barroso “tenía una voz muy clara, era inteligente y pronunciaba cuidadosamente”. Sin embargo, durante buena parte de la década del 40, la estrella de Barroso declina a la par que el danzonete.
Trabajó en el cabaret Sans Souci y deambuló por varias orquestas, lo cual era usual. Se acompañaba de las claves, de la guitarra o de la percusión en aquellos duros tiempos. Perteneció a la Banda de la Policía, que entonces no solo daba conciertos, sino que también tocaba boleros y danzones, y le permitía además algo muy importante: tener un sueldo fijo.
En opinión del musicólogo Helio Orovio, el cantor “tenía un timbre gangoso, nasal, que en las esferas más populares se llama voz aguardentosa, pero para interpretar el son, la guaracha, la música bailable, esa es muy adecuada. Por otra parte, tenía gran facilidad para la improvisación, para las inspiraciones, le imprimía mucho sabor a todo lo que cantaba”.
Rolando Valdés, con quien conversé varias veces décadas atrás y fue el director fundador de la orquesta Sensación, afirma que “fue en 1954 cuando Abelardo vino a verme. Él no estaba bien de dinero y yo le propuse que grabara un número conocido tiempo atrás, pero que podía ser un éxito: En Guantánamo. Así hicimos, y se convirtió en un éxito”.
Otros números grabó con la Sensación: El guajiro de Cunagua, Tiene sabor, El Panquelero, Ña Teresa, La hija de Juan Simón… El chachachá y los montunos eran su fuerte y se asegura que hasta imitadores tuvo. En 1957 ganó un Disco de Oro por la cantidad de copias vendidas con el número En Guantánamo, y su voz se incorpora a varias placas de larga duración, todas con la orquesta Sensación. Con más de 50 años, Abelardo Barroso estuvo en la cúspide de la popularidad desde mediados de la década del 50 y hasta finales de esta.
En opinión del musicólogo Helio Orovio[1], el cantor “tenía un timbre gangoso, nasal, que en las esferas más populares se llama voz aguardentosa, pero para interpretar el son, la guaracha, la música bailable, esa es muy adecuada. Por otra parte, tenía gran facilidad para la improvisación, para las inspiraciones, le imprimía mucho sabor a todo lo que cantaba”.
El artista nació el 21 de septiembre de 1905 en La Habana y tuvo una infancia difícil, de trabajos diversos, muy humildes, y antes de entrar en el Sexteto Habanero como cantante… era el chofer de la agrupación.
Vida azarosa la de Barroso, este silencio tan largo de medio siglo para nada favorece “su salud”. Hagámosle justicia, dejemos que los nuevos lo escuchen. Si lo dejan cantar, seguiremos teniendo Abelardo Barroso para rato. Que así sea depende de muchos, nosotros incluidos. Cincuenta años no es nada.
Notas:
[1] Los testimoniantes de este trabajo están todos fallecidos.