A Marta Arjona: gratitud y agradecimiento
Referirse a una personalidad de la cultura cubana como Marta Arjona Pérez se hace muy difícil, y clasificar a una persona por las tareas en que se desenvuelve es más complicado aún.
Así ocurre con la Dra. Marta Arjona Pérez, quien pudo abarcar tres áreas: ser artista reconocida (escultora, ceramista), promotora cultural, y funcionaria del Ministerio de Cultura de gran autoridad y respeto, que representó a Cuba en los más importantes escenarios del mundo y en la propia Unesco, donde tuvo como máximo exponente ser la relatora de la Convención sobre “Las Medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación, la exportación y la transferencia de propiedad ilícita de Bienes Culturales” (Unesco, 1970); y la más difícil, ser experta en la autenticación de obras de arte, la cual es quizás la menos reconocida y es a la que nos referiremos en el presente trabajo.
“Trabajó en la creación de la Red nacional de museos, casas natales, y la conformación de las colecciones”.
Marta Arjona con mucha discreción y celo portaba un pequeño papel que hoy constituye un documento histórico, donde Fidel Castro le indicaba que se ocupara de la protección del patrimonio cultural de la nación, tarea que desempeñó hasta sus últimos días con la entrega de distinciones Por la Cultura cubana a un grupo de trabajadores de Patrimonio cultural, el Día Internacional de los Museos, 18 de mayo de 2006, en el Memorial José Martí.
En materia de legislación trabajó en la redacción de importantes documentos junto al Dr. Armando Hart Dávalos, a Carlos Rafael Rodríguez, Alfredo Guevara y Fidel Castro, quien estuvo al tanto de cada detalle, precisión y previsión de lo que sería la futura Ley 1 —Ley de Protección al Patrimonio Cultural de la Nación— y el Decreto 118/83 —Reglamento para la ejecución de la Ley 1—, y en otras resoluciones complementarias como la protección de la obra de Amelia Peláez del Casal, Dulce María Loynaz, Alejo Carpentier y otros importantes creadores.
Trabajó en la creación de la Red nacional de museos, casas natales, y la conformación de las colecciones, del sistema de inventario y ya a principios de los años noventa impulsó el comienzo de la digitalización de los mismos.
“Realizó acciones de restauración de los bienes más importantes de la nación”.
Creó el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM), una institución que durante años prestó importantes servicios en la formación profesional de los especialistas de la Red nacional de museos, tanto de carácter nacional como extranjeros. Organizó eventos de alcance internacional relacionados con la museología y otros temas. Asimismo, realizó acciones de restauración de los bienes más importantes de la nación.
Trabajó en la declaratoria como Patrimonio de la Humanidad de importantes sitios cubanos, como La Habana Vieja y su Sistema de Fortificaciones Coloniales (1982), Trinidad y el Valle de los Ingenios (1988), el Castillo de San Pedro de la Roca del Morro (1997), el Valle de Viñales (1999), el Parque Nacional Desembarco del Granma (1999), entre otros.
Su trabajo fue vasto, con su prestigio ganado supo conjugar inteligentemente las facultades, confianza, competencia y capacidad de previsión del valor que en un futuro tendrían esos bienes, cuando en ese momento se valoraban fundamentalmente por su valor artístico, belleza y no por su expresión monetaria.
Solo en el área de recuperación de bienes malversados —como se llamó en ese momento por el joven Estado revolucionario—, pudo seleccionar y filtrar los grandes valores artísticos que atesoraba la burguesía cubana que fueron confiscados y gracias a ese trabajo se pudieron conformar las grandes colecciones que hoy integran el patrimonio cultural de la nación en los prestigiosos museos de Artes Decorativas —originarios de la familia Gómez Mena, fundamentalmente—, Museo Napoleónico procedente de Julio Lobo, importantes colecciones de arte de Oscar B. Cintas, y la colección Conde de Lagunillas entre otras que se atesoran en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Creó museos excepcionales como el Museo Hemingway, y más tarde una Red nacional a partir de la Ley 23 de Museos.
En materia de autentificación disponía de gran autoridad, conocimientos, confidencialidad y credibilidad del estudio de las obras de arte que se sometían a su consideración. Solía decir —como expresó en la clausura del curso sobre Valoración y tasación de obras de arte, impartido en 1999 por el Profesor norteamericano Alex Rosenbergen en la Fundación Ludwig—, que hacían falta tres cosas: tener ojo, ver piezas y saber de mercado. Disponía de una importante colección de libros especializados que sustentaban y documentaban técnicamente sus criterios y sus valoraciones.
“Solía decir (…) que hacían falta tres cosas: tener ojo, ver piezas y saber de mercado”.
Parece muy sencillo, pero no lo es, pues el ojo se refiere a tener la sensibilidad suficiente como para poder discernir entre una obra buena y una mala, entre un original y un falso, significa poder discernir la calidad artística de una obra, determinar la firma del autor, la datación, la técnica usada entre otros elementos.
Cuando se refería a “ver piezas” significaba visitar museos, exposiciones, hacer inventarios, no centrarse en fotos, diapositivas o filmes y cuando se refería al mercado, significaba disponer de registros de venta en catálogos de subastas, galerías y feria.
Abarcó no solo el alto conocimiento de las artes plásticas, sino del resto de las manifestaciones artísticas en el campo de las artes decorativas, incluido el mobiliario, porcelana, marfiles, abanicos entre otras.
Su obra y su trabajo siempre será recordado y reconocido por las futuras generaciones.
A ella nuestra gratitud y agradecimiento por sus enseñanzas.